Por Joaquín Rivera Larios
La humildad es la llave del éxito, es la llave de las relaciones sociales, de la prosperidad, es la victoria en todas las contiendas. La clave para llevarse bien con todos, es aceptar a las personas tal cual son.
El grande debe inclinarse con bondad y amor hacia el más
pequeño y saber apreciar su valor; sentirse emocionado por la debilidad y
disponerse a defenderla. "Tengan un mismo sentir los unos para con los
otros, sin complacerse en la altivez, atraídos más bien por lo humilde; no se
complazcan en su propia sabiduría". (Romanos 12:16)
No se ganan las batallas con pleitos y contiendas, sino con humildad, el Altísimo resiste a los soberbios. Hay combates que hay que librarlos con las armas del silencio y la paciencia.
Cuidado con utilizar tu
posición para humillar, sujetar u oprimir personas. Los espacios donde tienes
mando, no los utilices para defenestrar a otros. La soberbia es el enemigo
público número uno de Dios, "porque el que se enaltece será humillado, y
el que se humilla será enaltecido." (Mateo 23: 12)
En un mundo materialista, donde prevalecen los valores
aparentes: lujo, confort, estatus, productos de marcas caras, modas, autos, joyas
de oro, fingimiento, hipocresía, ánimo
de competencia, los deseos de figurar,
así sea poniéndole la bota a otros, la humildad se torna un valor escaso, cuyo
cultivo supone ir contra la corriente.
La humildad es la verdad sobre nosotros mismos, es la virtud
que nos aleja de la vanidad, la egolatría, el orgullo y los falsos afanes de
grandeza; es ver al ser humano siempre como fin, nunca como medio. El falso
orgullo nos conmina a vivir y morir en soledad. Se trata de saber escuchar,
aprender y respetar.
Es una virtud que nos permite valorarnos con justicia,
comprendiendo nuestras fortalezas y debilidades. La firmeza y la humildad son
el fundamento de todas las virtudes. Es un ingrediente clave de la grandeza, ya
que rápido sucumbe el que triunfa siendo arrogante. Dalai Lama dijo: “Si la
humildad es nuestra compañera, todas
nuestras virtudes crecerán”.
En coincidencia con las ideas que anteceden, Mahatma Gandhi (1869-1948), el Apóstol de la no violencia y líder espiritual de la India, escribió: "La humildad es la raíz de todas las virtudes, y sin la humildad, todas las demás virtudes son solo show". Estas palabras nos recuerdan que este valor es el fundamento sobre el cual se edifican todas las demás cualidades.
La humildad es consustancial a la autenticidad, cualidad
esta última que conlleva ser genuino, fiel a uno mismo, externar la
verdad sobre nosotros mismos, sin máscaras, simulaciones, juegos de apariencias. Supone expresar sin ambages la propia identidad, las creencias y valores sin temor al escrutinio
público. Implica cultivar la sinceridad, la coherencia entre el pensamiento y
la acción.
La humildad falsa es
un concepto que se refiere a la presentación de una modestia que no refleja la
verdadera percepción de uno mismo. La falsa humildad promueve una aparente
modestia, una proyección simulada de inferioridad, para lograr aceptación y reconocimiento social.
A la base de la falsa humildad existe un
propósito de manipulación de nuestro entorno.
Las tempestades desnudan nuestra vulnerable y falible
condición humana y la humildad es el remanente que queda, después de una dura
prueba, después de un fuerte sismo, de recorrer un árido desierto, de morder el
polvo y tocar fondo, pero para los que creen en Dios, todas las cosas le vienen
a bien y al final será mucho mejor lo que vendrá.
Nos permite tener empatía, es decir, aprender a ubicarnos en
la situación del otro. Nos da paz interior, como resultado de la armonía
espiritual. Como todas las virtudes, se nutre de la sabiduría y se enaltece con
el sacrificio. Propicia una actitud perpetua de aprendizaje que nos mueve a
justipreciar las potencialidades y dones de los demás, en quienes podemos
descubrir nuevos horizontes y nuevas vías de perfeccionamiento.