Por Joaquín Rivera Larios
En aquella época
en la cabecera departamental de San Vicente
nos correspondió tratar con varios juezas y jueces: Aída Castaneda
Parada (Jueza Primera de lo Penal), Vilma Adela Melara (Jueza Segunda de lo
Penal), Arcadio José Humberto Polanco García (Juez Primero de Paz), Laura
Elena Chamagua de Umaña (Jueza Segundo Paz).
A nivel de vox populi, se vinculaba a algunas funcionarias judiciales con figuras políticas de la época,
al punto que una jueza una vez que
llegue al centro judicial me llamó para decirme que un usuario del tribunal la
había ofendido con expresiones con trasfondo sexual.
Tratar con
funcionarios requiere tacto y sutileza para
no herir susceptibilidades en el montaje de eventos y actos protocolarios. Recuerdo que la jueza Aida Castaneda me
reclamó en algunas ocasiones, con la suavidad y empatía que la
caracterizaban, porque su nombre
fue consignado erróneamente en la invitación a la inauguración de la
Delegación el 17 de julio de 1993. El licenciado Polanco García solía decirme
que si no le daba diploma, no asistiría a los seminarios a las que lo
invitábamos, porque no tendría como justificar a la Corte Suprema de Justicia
la utilización de ese tiempo.
En esa misma frecuencia, el doctor Roberto Romero Carrillo, siendo magistrado de la Corte Suprema de Justicia (CSJ),
asistió a la inauguración de la Delegación Departamental de Chalatenango en
1994, evento al que también asistí, pero por un olvido no fue mencionado por el maestro de ceremonias, Julio Rodríguez
(entonces jefe de Comunicaciones de la PDDH), como autoridad que debió integrar la mesa de honor,
por lo que mando una nota de reclamo a la institución.
Una vez allá por
el año 1993 platicando en su despacho con el doctor Humberto Saenz (QDDG),
Magistrado de la Cámara de la Tercera Sección del Centro con sede en San
Vicente, me manifestó espontáneamente el dolor que aún le embargaba por el asesinato de su hijo, licenciado Humberto Sáenz
Cevallos, Secretario de la Facultad de Derecho de la Universidad, José Matías
Delgado, víctima de la Masacre de Zona Rosa perpetrada el 19 de junio de 1985
por militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores
Centroamericanos (PRTC). En total las víctimas fueron cuatro marines
norteamericanos y nueve civiles.
El otro
magistrado de la Cámara de la Tercera Sección del Centro en esa época era el
doctor Victor Manuel Marín Palomo
(QDDG), tenía un temperamento colérico. En una ocasión nos señaló en un informe lo que a su juicio era un
desconocimiento craso del derecho procesal penal de nuestra parte, por una aseveración consignada
en el oficio que le envié. Era muy severo en sus sentencias para hacer
reconvenciones a los jueces inferiores.
En cierta oportunidad me comentó don Daniel Ramírez Rodriguez (QDDG), administrador del Centro
Judicial, que el doctor Marín Palomo había desarticulado una protesta de los
sindicatos y les había arrancado las
pancartas.
Uno de los impases más desagradables de mi gestión tuvo lugar en 1994 con el Juez de Paz de Apastepeque, licenciado Roberto Antonio Ramírez. Cuando llegué a la sede judicial Ramírez interrogaba de forma prepotente a una testigo que lloraba, estaba presente en la audiencia un defensor conocido como “La Gata” Salgado. Quizá en un exabrupto al apreciar la escena le dije que no podía coaccionar a la testigo. Y él juez de manera airada me ordenó retirarme del tribunal. Ya para esa época era vox populi que en ese Tribunal se cobraban dádivas.
Uno de los impases más desagradables de mi gestión tuvo lugar en 1994 con el Juez de Paz de Apastepeque, licenciado Roberto Antonio Ramírez. Cuando llegué a la sede judicial Ramírez interrogaba de forma prepotente a una testigo que lloraba, estaba presente en la audiencia un defensor conocido como “La Gata” Salgado. Quizá en un exabrupto al apreciar la escena le dije que no podía coaccionar a la testigo. Y él juez de manera airada me ordenó retirarme del tribunal. Ya para esa época era vox populi que en ese Tribunal se cobraban dádivas.
Recuerdo que
envié en el vehículo institucional a un grupo de personas para que
interpusieran la denuncia en el
Dirección de Investigación Judicial.
Muchos años después, le consulté al Secretario de esa dependencia qué había
pasado con las denuncias contra el juez Ramírez, y me dijo lacónicamente que
nunca se le había logrado comprobar nada.
El 2004,
desempeñándome como Juez Interino en el
Juzgado de Segundo de Paz Ilobasco, me
encontré al licenciado Ramírez en capacitaciones de la Escuela Judicial, con sus lentes, frente amplia, mirada
sigilosa y espeso bigote, me pareció un tipo de aspecto poco cuidado, enigmático, silencioso, que no socializaba y
parecía ausente en las clases.
El desenlace
trágico del funcionario tuvo lugar en el 2008, cuando la Fiscalía General de la
República lo denunció por cobrar a personas para ser contratadas como empleados
y por solicitar dádivas a cambio de beneficios a sujetos procesados, la CSJ en trámite de antejuicio dio
lugar a formación de causa para que se le procesara por los delitos de
CONCUSIÓN y COHECHO PROPIO. Estando
bajo arresto domiciliar en su casa, ubicada en Zacatecoluca, Roberto Antonio
Ramírez se suicidó en octubre de 2008 en un descuido de sus custodios.
Aunque su oficina
quedaba en la misma cuadra que la delegación,
en la intersección de la Segunda Avenida Norte y Calle 1 de julio, doña Blanca Lidia Ávalos de Angulo,
Gobernadora Departamental, ferviente
seguidora del mayor Roberto D’Aubuisson,
me cito por telegrama a una audiencia privada a los pocos días de
asumir el cargo y durante el encuentro
su principal preocupación era la naturaleza de la PDDH y a la orientación
política de la institución. En aquella época el tema de derechos humanos se
asociaba al accionar de grupos de izquierda.
En el período del
Alcalde de San Vicente, Edwin Edy Molina, se dieron varios despidos.
Molina fue el sucesor del reconocido
abogado Lázaro Cruz, quien al parecer
fue destituido de alcalde por el Concejo en el trienio 1991-1994. El abogado y
ex edil Cruz, representó judicialmente a
varios empleados despedidos, y en sus demandas de varias páginas destilaba su furia con los concejales que lo
cesaron, tejiendo argumentos llenos de sarcasmo e ironía, en los que
pisoteaba la inteligencia de las
autoridades de la comuna.
Cierta vez unos trabajadores me
pidieron que fuera a verificar su
reinstalo en la comuna, decretado por sentencia judicial, y el edil Edwin Edy
Molina (QDDG), un señor de tez blanca, de baja
estatura, de ojos zarcos, con el rostro estrujado por los años, me dijo que mi
presencia era innecesaria, que era un hombre respetuoso de la ley y que acataría la orden judicial sin mi
intervención.
Salvo las bajas de personal de tropa que se disponían de manera sumamente
discrecional, tuve una relación cordial con el coronel Salvador Antonio Sosa
Carranza, Comandante de la Quinta Brigada de Infantería, quien asistía puntualmente
a los eventos que lo invitábamos, nos apoyó con la Orquesta de la Quinta
Brigada con ocasión de la Primera Fiesta de la Amistad Penitenciaria. Cuando
llegaba a su despacho apreciaba una gran foto suya recibiendo el sable de
subteniente en 1974 de manos del presidente Arturo Armando Molina.
La foto capta el momento del acto de celebración de la independencia que le correspondió
a la PDDH en el mes cívico de 1993, desarrollado con el apoyo de la banda de paz de la Escuela
Marcelino García Flamenco. Tuve el privilegio de pronunciar las palabras
alusivas al acto en la Plaza del Pilar al pie de la Iglesia del mismo nombre.
Se aprecian en la imágen el coronel Sosa Carranza a la izquierda de mi persona (vistiendo traje verde), al centro dos oficiales no identificados, en el extremo izquierdo: Fernando Villalta (Síndico de
la Alcaldía), mis compañeras Dina del Carmen Mejía Pérez, Xenia
Merino de Jacinto; en el extremo derecho, una empleada de la Gobernación Departamental y el Director Departamental de Correos, Gerardo Rivas Quevedo.
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