martes, 23 de febrero de 2021

CÉSAR RIVERA, EL SHOWMAN INDOBLEGABLE



Por Joaquín Rivera Larios 



La historia de César Rivera se remonta al 5 de agosto de 1919, fecha en que nació su padre, Salvador Rivera, un herrero, enchapado a la antigua, amante de la poesía y la declamación, devoto de Rubén Darío y Amado Nervo, ferviente oyente de los discos del declamador Manuel Bernal que alcanzó el climax de la popularidad con el clásico "Brindis del bohemio".

Contaba María Vidal Larios,  la madre de César,  que aquel herrero que en su niñez soñaba ser orador y cantar como el tenor italiano Enrico Caruso, vivió en su mocedad en una pieza de los antiguos mesones de San Salvador, solo lo acompañaban una caja de herramientas, una tijera de lona y un baúl de libros que cuidaba como su mayor tesoro, dentro de los que figuraba “Plenitud” de Amado Nervo.
                                                                  

En su adolescencia las desavenencias de César con su progenitor eran el pan de cada día, éste quería que fuera abogado, aquél manifestó desde la infancia su inclinación por la música y la locución. Supongo que su padre soñaba ver su hijo mayor César Edmundo, enfundado en trajes finos, ganando litigios, haciendo gala de gran oratoria en los foros jurídicos, desplegando alegatos irrefutables en los tribunales de justicia, pero César prefirió buscar el estrellato en otros escenarios menos rigurosos y formales.
   
El herrero tenía alguna comunicación con el famoso disc jockey Tito Carías y le dijo que se sentía defraudado que su hijo no abrazara la carrera de leyes, Tito se lo comunicó a César pocos días antes de su sospechoso deceso en el hospital del ISSS el 6 de noviembre de 1973, luego de una operación de rutina.  Pero la pasión por las cabinas de radio, los micrófonos, las cámaras y los reflectores, obnubilaba a aquel muchacho locuaz e hiperactivo, y no le daba sosiego para embarcarse en otra ocupación.



Cada ser querido al partir deja un vacío, un torrente de recuerdos se desborda, las imágenes que evocan gratos momentos con el ser extinto se suceden cual películas, pero cuando parte alguien con múltiples y especiales talentos, la desolación es aún mayor. El amor de César Edmundo Rivera por su oficio era algo excepcional, muy enfermo se presentaba en la radio y la televisión irradiando un gran dinamismo, frente a las cabinas, las cámaras y los reflectores se transformaba.

John Richardson, co animador del programa “Siempre Éxitos” que proyectaba Canal 33 los sábados, relató que César llegaba al set de televisión agobiado por múltiples dolencias, pero no se quejaba y frente a las cámaras daba rienda suelta a su extrovertida y jovial personalidad y las anécdotas fluían a granel. Al final, postrado en su lecho, siguió inyectando ánimo y esperanza a quienes nos comunicábamos con él. 




Es difícil abordar la compleja y multifacética personalidad de César Rivera, sus inquietudes, sus inclinaciones, su compromiso indeclinable con la música popular y por procurarle espacios de proyección y reconocimiento a los artistas nacionales, lo cual no veía como negocio, si no como un apostolado. Era su peculiar forma de hacer patria.

César igual que su padre tenía una sociedad psicológica con la grandeza, éste vivía evocando a Henry Ford, a Abraham Lincoln y César rememoraba continuamente a Elvis Presley, a Los Beatles, cuyos retratos y los de algunas reinas de belleza colgaban en su apartamento. Siento que ansiaba emular a estos gigantes del espectáculo y se nutría con la inspiración que desata el contacto con la belleza.

Fue un ser libre, que vivió literalmente a su manera, como relata la canción que popularizara Frank Sinatra. Sus dotes histriónicos afloraban hasta en los momentos de luto, extraía chistes aun del dolor, presiento que veía la vida como una puesta en escena y los diversos espacios en que interactuamos como escenarios. Su amigo y ex disc jockey de radio Femenina, César Reconco escribió que se desenvolvía con una naturalidad única ante el micrófono que a veces terminaba siendo la estrella de los eventos que amenizaba, (pues resulta que cantaba y lo hacía bastante bien).

Era un cerebro creativo incansable, apoyado en una memoria fotográfica prodigiosa. Siempre andaba pensando en la posible letra de un jingle, una frase comercial, un afiche publicitario, encontrar las frases más elocuentes para describir la obra de un artista o para relatar una historia o lograr la entonación exacta que le daría a algún comercial de radio o televisión, con sus respectivas inflexiones de voz. Al final de sus días, se refugió en el dibujo, otra de sus aficiones, y dejó excelentes bocetos. 
                     
                                                 

Tenía un ojo clínico para reconocer el talento y la fuerza de voluntad para enaltecerlo. Antonio Hernández, un operario que trabajó en el taller de muebles metálicos de su padre, rememora que César llegó al taller en noviembre de 1971  a narrar la conmoción que le provocó el suicidio de Guillermo “Albertico” Hernández, el polivoz que era rey de los rating de audiencia a principios de los setenta con sus programas cómicos. César años más tarde promovió en YSKL La Poderosa un emotivo homenaje a aquel genio del micrófono que le dio vida a “las aventuras del Limpiaos Tutuy”.

                                                    

Como promotor de artistas fue clave en el lanzamiento y éxito de jóvenes promesas del canto nacional. Fermin Iglesias, el popular interprete del “Error más grande de mi vida”, “Hoy solo estoy sin ti”, “Por el bien de los dos”, cuenta que César fue providencial en 1978  en el despegue su carrera artística, aprovechando que trabajaba en la fábrica disquera DICESA lo promovió en todo el país cuando grabó su primer disco y le auguró que el triunfo pronto llegaría.
                                                                          
                                                                                


                                               
Otro de los cantantes que agradeció en la red su apoyo fue Herberth Auerbach, aquel muchacho cabello castaño que en 1983 colocó en las radios dos temas que sonaron fuerte “Puede ser que un día” y “¿Quién diría?” Al enterarse de su deceso escribió: “Fue un personaje muy carismático, buen amigo, lo recuerdo cuando pasaba a buscarme a la Colonia General Arce en su Jeep Suzuki para ir a ensayos con grupo Macho y cuando se grabó el disco en DICESA. Siempre hacia tiempo para estar en lo que más le gustaba".

                                            

Las muestras de pesar colmaron la red, en esa frecuencia el gran tenor salvadoreño, Eduardo Fuentes Mixco, también expresó: "César ha sido y seguirá siendo uno de los artistas más queridos del micrófono en toda mi carrera artística. Su hermandad conmigo en el trabajo ante los micrófonos, siempre fue inspiración para lograr un agradable momento compartido con el público. Siempre hubo un respeto mutuo y siempre aprendí algo de él. Con admiración, cariño y respeto un abrazo espiritual que será para siempre. Te queremos mucho César Rivera...."




En una ocasión tuve el privilegio de colaborar en su incesante trabajo de promoción de los artistas nacionales. En 1982 fui locutor de dos comerciales de radio, en el que anunciaba un concierto de un grupo denominado La familia Flamenco, integrado por niños y niñas que cantaban y tocaban varios instrumentos, evento que tuvo lugar en el Cine Libertad de San Salvador, y que fue ampliamente publicitado por la radio y la prensa. Rojito y Chirajito fueron los teloneros. Uno de los comerciales lo grabé en Canal 2, mientras producían Jardín Infantil, Chirajito se acercó y me pidió que no lo presentara como “…tus payasos favoritos: Rojito y Chirajito…”, sino como tus “amigos favoritos.” Varios amigos reconocieron mi voz y encomiaban mi participación en ese anuncio.

                                           
                            


Evocaba mucho a un locutor mexicano José Lavat, solía decir: “así habla José Lavat”. En 2012 sin tener ninguna militancia política, grabó varios anuncios para la campaña de Oscar Ortiz cuando aspiraba a ser Alcalde Santa Tecla por enésima vez y estos anuncios los grabó emulando la voz y la entonación de Lavat al que tanto admiraba.

Nunca le decía no a las causas benéficas. En la familia tenía un alma gemela que era su primo, Luis Vásquez Rivera, oriundo de Santiago María, Usulután. A Luis Vásquez y a otros filántropos de Santiago María, a finales de los ochenta se les metió entre ceja y ceja que había que fundar en el pueblo una "Escuela de Educación Especial", para atender a niños, jóvenes y adultos con capacidades diferentes. Fue así como César Rivera, Luis Vásquez, doña Marina, Neto Lima y otros, armaban "radiomaratones", al estilo Teletón, en el Cine Nacional, para recaudar fondos. César era el showman que fungía de maestro de ceremonias y cantaba canciones de los '70s. Posteriormente, durante algunos años animó con su carismática personalidad las fiestas patronales de aquel pueblo usuluteco.
                                                                            


Su espíritu bromista y fiestero era impredecible. Una vez encontrándose dentro del público, mientras los tenores Augusto Bonilla, Enrique Mancía y Napoleón Romero cantaban a todo pulmón en el restaurante Lizarran (Multiplaza), de repente nos sorprendió haciendo alarde de su potente voz, con prolongados falsetes. El tenor Augusto Bonilla lo observaba de reojo con asombro y recelo.
                                          
Igual que su padre era dado a leer con avidez los editoriales de los periódicos, a ver asiduamente los noticieros y los programas de entrevistas, para mantenerse bien informado y actualizado. En un corto tiempo de hospitalización, había acumulado un fardo de periódicos al lado de su cama. Hablaba de los editorialistas y a algunos como Pedro Roque les llevaba un seguimiento especial.
                                                      

                                                                  

                                                                        
No era un paciente común y como tal hizo de la sala hospitalaria un estudio de dibujo y pintura. Cuenta su hija Diana Rivera, psicóloga de profesión, que una de las pocas veces que acompañó a su padre al nosocomio, le dijo que no podía quedarse hospitalizado, porque no estaba preparado. Diana le propuso ir personalmente a su casa y recoger todo lo necesario para el internamiento, en su mente enlistaba: jabón, desodorante, peine, almohadas, frazada, cepillo de dientes, pasta y un gorrito porque siempre tenía frío. Pero para su mentor que era un talento gráfico lo esencial eran: portaminas universal, plumón permanente, borrador, sacapuntas, libreta de apuntes…Nunca llego al desodorante, ni al jabón, mucho menos a la almohada.                                                                        
                                                



Diana Rivera, que con la agudeza que le proporciona la piscología, también es hábil para la prosa, escribió al momento del deceso de su progenitor: “Quisiera decir que después de 4 años de lucha, el cáncer ganó la batalla, pero no fue una lucha, más bien fue un danzón. Con el traje, el micrófono y la sonrisa, no combinaba el cáncer y eso llevó a mi papá a decidir no tener cáncer hasta que el cáncer lo tuviera a él. El cáncer lo tuvo únicamente los últimos días, antes de eso, vivió cada día cómo si nada, convencido de que ya no hacía falta caminar si él había andado de arriba a abajo toda su vida”.





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