Por Joaquín Rivera Larios
Cuando reflexiono en la bondad como una forma de volver más amable, fraternas y cálidas las relaciones interpersonales, vuelve a mi mente la emotiva tonada “Todos”, ganadora del Festiva OTI Internacional de la canción 1986, escrita por la cubana Vilma Planas e interpretada por Damaris Vasquez, Miguel Ángel Guerra y Eduardo Fabián, cuyo estribillo dice: “Ven, unamos nuestras fuerzas/ ven, que no existan barreras/ven, que el mundo es para todos/ven, demuestra tu bondad”.
La bondad impregna lo bueno, dulce, amable, apacible, empático, que aflora en este valle de lágrimas. Hay que demostrar a diario la bondad, para endulzar las penas, promover el bien, expandir la buena vibra, mejorar el clima organizacional en las empresas, sobrellevar los sinsabores de la vida, llevar un halo de esperanza al desvalido. Es menester cultivar la bondad, para ir contrarrestando la hostilidad y la desdicha que campea en los espacios que interactuamos.
Es el alma mater de todos los valores, es una huella dactilar que imprimes sobre todo lo que haces. Invertir bondad es una ganancia segura, porque la vida es un eco que te devuelve lo que das. Las caricias, las palabras amables, las sonrisas sinceras, los cumplidos honestos, el acto de escuchar atentamente a otros, tienen un poder para transformar vidas, o al menos endulzarlas.
Hay que hacer sentir grandes a los demás, con actos generosos. Como decía el conferencista mexicano Miguel Angel Cornejo: “La vida es una oferta no una demanda. El que más ofrece más gana”. Y no necesariamente son ganancias materiales, sino la paz y la placidez que generan la satisfacción del deber cumplido, de haber ejecutado obras que aumentan la suma de bien sobre la faz de la tierra.
La bondad despliega un poder bienhechor, transformador, capaz de generar estados de bienestar, de aliviar el dolor, de satisfacer necesidades básicas. Está asociada con la solidaridad, la generosidad, la humildad, mansedumbre y el respeto. Contribuye a la proliferación del afecto, la afinidad y la unión de los conglomerados sociales.
Puede ser que el abrir nuestra billetera nos haga llorar, al constatar que no tenemos ni un centavo, pero si obsequiamos amistad, alegría, esperanza, buen humor, si hacemos reír, hacemos una obra de bien, aunque estemos devastados por dentro, porque ello contribuye a atenuar las penas, a olvidarlas por algún momento. Proverbios 15: 13 nos recuerda: “Un corazón alegre, hermosea el rostro”.
Allá donde hay toneladas de desamor, de angustia, de impotencia, frustración, zozobra, unas libras de bondad, pueden aminorar la suma de desventura existente. La antítesis de la bondad es la maldad, característica de aquellos que ejecutan conductas perjudiciales, destructivas o inmorales y arrastran sufrimiento moral o físico. Romanos 12:17 nos recuerda: “No devuelvan mal por mal a nadie. Provean cosas excelentes a vista de todos”.
La caridad sin humildad es vanidad. Si extiendes tu mano debes tener la convicción de no esperar nada a cambio. El engreído y jactancioso contamina sus acciones virtuosas. El jactarse es buscar la propia gloria, es dar rienda suelta al egocentrismo. La bondad genuina coloca al beneficiario como centro y fin de nuestra acción. Santiago 4: 16 nos recuerda: “Pero ahora os jactáis en vuestra arrogancia, toda jactancia semejante es mala”.
Para ser realmente grande, hay que estar con la gente no por encima de ella. El Papa Juan XXIII, probablemente el Papa más bromista de la historia, solía autodenominarse "el siervo de siervos", haciendo honor a Marcos 10: 43-45: “…el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…”
La bondad despliega un poder bienhechor, transformador, capaz de generar estados de bienestar, de aliviar el dolor, de satisfacer necesidades básicas. Está asociada con la solidaridad, la generosidad, la humildad, mansedumbre y el respeto. Contribuye a la proliferación del afecto, la afinidad y la unión de los conglomerados sociales.
Puede ser que el abrir nuestra billetera nos haga llorar, al constatar que no tenemos ni un centavo, pero si obsequiamos amistad, alegría, esperanza, buen humor, si hacemos reír, hacemos una obra de bien, aunque estemos devastados por dentro, porque ello contribuye a atenuar las penas, a olvidarlas por algún momento. Proverbios 15: 13 nos recuerda: “Un corazón alegre, hermosea el rostro”.
Allá donde hay toneladas de desamor, de angustia, de impotencia, frustración, zozobra, unas libras de bondad, pueden aminorar la suma de desventura existente. La antítesis de la bondad es la maldad, característica de aquellos que ejecutan conductas perjudiciales, destructivas o inmorales y arrastran sufrimiento moral o físico. Romanos 12:17 nos recuerda: “No devuelvan mal por mal a nadie. Provean cosas excelentes a vista de todos”.
La caridad sin humildad es vanidad. Si extiendes tu mano debes tener la convicción de no esperar nada a cambio. El engreído y jactancioso contamina sus acciones virtuosas. El jactarse es buscar la propia gloria, es dar rienda suelta al egocentrismo. La bondad genuina coloca al beneficiario como centro y fin de nuestra acción. Santiago 4: 16 nos recuerda: “Pero ahora os jactáis en vuestra arrogancia, toda jactancia semejante es mala”.
Para ser realmente grande, hay que estar con la gente no por encima de ella. El Papa Juan XXIII, probablemente el Papa más bromista de la historia, solía autodenominarse "el siervo de siervos", haciendo honor a Marcos 10: 43-45: “…el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…”
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