sábado, 21 de agosto de 2021

ALBERTO MASFERRER: EL MESÍAS LAICO

Por Joaquín Rivera Larios

                                                                      


                 


No se si es una herejía o una blasfemia llamarle “Mesías Laico”, por su talente de intelectual reformista de las primeras décadas del siglo XX, pero no cabe duda que Alberto Masferrer (1868-1932) a través de parábolas, figuras, símbolos, alegorías y echando mano del lenguaje poético, se transformó en apóstol, evangelista, maestro que buscaba infundir en sus lectores confianza, fe, para descubrir la verdad y despertar los poderes espirituales que dormitan en el alma humana. 
                            


Ciertamente, ese rasgo de guía espiritual derivado del fuerte componente moral de su producción literaria, empapada de las enseñanzas teosóficas,  fue reconocido por  Claudia Lars (1899-1974), quien escribiera sobre él: “Pocos hombres en Centro América han obtenido un espíritu religioso tan sabio y tan libre como el de este maestro salvadoreño…” y por  Salarrué (1899-1975), quien  precisara: “Masferrer siente a ratos impulsos apostólicos y hasta proféticos…”


La figura de don Alberto Masferrer ha ido cobrando apogeo con el tiempo, su pensamiento redentor continúa vigente. El año 2012 se  publicaron en países vecinos, al menos dos libros:  "Alberto Masferrer en Costa Rica", que reúne crónicas escritas por el Maestro durante su estancia en aquel país, y el "El libro de la vida de Alberto Masferrer y otros escritores vitalistas", de la investigadora guatemalteca Marta Elena Casaús Arzú, publicado en Guatemala. El 2024 vio la luz el libro "Alberto Masferrer, catador de lo místico", de Luis Alberto Portillo Jiménez.  

                                


En varias de sus obras como “Leer y Escribir”(1915), late ese espíritu redentor del Maestro, que busca rescatar a los sectores desvalidos de llagas como la ignorancia, la apatía, el analfabetismo absoluto y/o funcional, haciendo hincapié que el saber confiere al ser humano poderes inmensos, que el pueblo crédulo e irreflexivo es presa fácil de conductores egoístas o ineptos y que un pueblo analfabeto será presa fácil de cualquier nación poderosa que desee absorberlo o dominarlo.              
                                                
                            
                                                              
Desde la más temprana infancia, el pensamiento de Alberto Masferrer, el intelectual que trataba de redimir a su pueblo y de modernizar el Estado y la sociedad salvadoreños, a través del desarrollo cultural, me hizo reflexionar sobre la necesidad de ser gestores de una revolución moral que permita desmontar toda la armazón de vicios que mantienen sumergido al país en el subdesarrollo con todas sus secuelas negativas.




En cuanto discurso escolar me toco pronunciar, las frases Masferrer se volvieron infaltables, lo percibía como un líder espiritual, un símbolo de la salvadoreñidad, un referente insustituible de nuestra identidad cultural. Cuando se me requerían algunas palabras para algún acto cívico o cultural, sabía que debería ingeniármelas para insertar en el discurso alguna frase del autor del Mínimum Vital. Aún resuenan las palabras de mi hermana Gladys: “Te he comprado varios libros, y solo lees el Dinero Maldito, y solo de Masferrer hablás. Los demás libros no los lees”.                
                                                                        




Es probable que Masferrer no haya sido un filósofo en todo el sentido de la palabra, o un prosista fino o exquisito, con abundantes recursos técnicos o estilísticos, al menos no lo fue en algunas de sus obras más conocidas. En realidad su formación fue autodidacta, lograda con los obstáculos que supone trabajar para vivir. Eso sí fue un gran alumno en la universidad de la vida, que había interiorizado plenamente su célebre máxima: “Toda ciencia está en los libros y en la vida y el que sabe leer y observar posee el secreto de la sabiduría”.

Pero su obra escrita en un lenguaje llano, claro, vehemente, sencillo, austero, por momentos coloquial, dotado de gran fuerza persuasiva, tiene particulares méritos, por la estrechez cultural, por la miopía y la amnesia histórica imperante en el entorno en el que su autor estuvo inserto y relevancia que cobró por la época en fue concebida, que fue la antesala de la mortandad de 1932 que prácticamente cerró su ciclo vital.                                                                
                                            
                                                

El pensador vitalista reflexionó sobre la realidad, haciendo de este núcleo un planteamiento para encontrar soluciones, dando pautas de conducta, haciendo de sus quehacer filosófico un verdadero servicio público, ejerciendo una especie de pedagogía cívica, que busca activar la conciencia de cada individuo para ser agente de cambio en una sociedad deshumanizada, donde impera la mentira institucionalizada y la democracia ha sido solo un recurso retórico o un montaje teatral.

OBRA MORALIZADORA

Masferrer pretendía a través de artículos, ensayos, despertar a esa mayoría silenciosa, apática, excéptica, que ve impávida agigantarse el mal, en medio de la más sorprendente pasividad, lo que permite que las fuerzas malignas controlen a placer las instituciones, los hábitos, las relaciones humanas. Su verbo fue tan encendido y fogoso, que llegó a rechazar los calificativos que se le acuñaron de Maestro y Redentor y se auto califica como barredor de los vicios sociales que impiden el surgimiento de una sociedad sana.

                                                                                




Sin duda su ideario condensado en el Mínimum Vital (ensayo político-social 1929), se estrelló con estallido social y la cruenta respuesta oficial. Sin embargo, para un sector de la izquierda, el genocidio de 1932, dio al traste con el modelo civilizador del Maestro e hizo pesar sobre planteamientos el mote inviables, ya que se creyó que solo el triunfo de una revolución armada podía darles viabilidad.



No obstante, aún bajo el riesgo de ser calificado de ingenuo o iluso, el Maestro trataba de mover voluntades y desatar las fuerzas morales que dormitan en el alma salvadoreña, para ganarle terreno al alcoholismo, al analfabetismo, a la impunidad, al subdesarrollo, a las diversas formas de opresión, e ir construyendo mediante transformaciones pacíficas, graduales y consensadas el estado de bienestar que todos merecemos. 





En realidad, la quijotesca personalidad masferreriana, lo llevó a librar una lucha moralizadora al frente del periódico Patria,  (el que dirigió desde su fundación  en 1928 hasta 1930),  en un medio en el que la hostilidad y la indiferencia hacia los intelectuales, ha sido una constante.                                                                                                                                                                                                                  


  
                                                                                                                                                          
Al elaborar su doctrina vitalista, Masferrer sabía que la paz es hija de la justicia, tal como lo concibió muchos años después el papa Pablo VI cuando dijo: “Si quieres paz, trabaja por la justicia”. Y es que es sabido es que el problema de violencia política y social hunde sus raíces en la injusticia e iniquidad social, lo que genera en una incesante lucha por la vivienda, la salud, la educación, la tierra, las reivindicaciones laborales, los derechos sindicales, que ponen permanentemente en jaque la estabilidad y gobernabilidad del país.
                                                                                        
                                                                                 


               
                                                                                 
                                                                                            
Pero el lúcido Maestro sabía que los individuos individualmente considerados son corresponsables de este sistema injusto. En esta línea moralista, son encomiables composiciones poéticas como Hazte un cristal, Blasón o Elogio del silencio, en las que hace gala de elegante prosa, perfila el rol que cada ser tiene frente a los demás, nos exhorta a desatar esa conciencia cívica que dormita en cada compatriota, para ser cultores de la integridad, de la solidaridad y del compromiso militante con una genuina revolución moral.  


                                                                               
                                                                              
De obras como El  Dinero  Maldito (1927) y El Minimun Vital (1929), se infiere que el engranaje de las estructuras materialistas y utilitaristas del sistema social y económico imperante, a todas luces degradante, es movido por los pecados capitales, la lujuria, la gula, la avaricia, la codicia, y en la dinamización de este orden de cosas todos somos hechores o consentidores.



Pero así como ocurrió con la esclavitud, que con frecuencia fue consentida y a veces elegida por los mismos esclavos, el alcoholismo, las drogas, y la ignorancia, que son condiciones suicidas de vida, son males alimentados por los mismas victimas. Por supuesto, ello no exonera de responsabilidad a quienes ubicados en la cima del sistema, se lucran de esos males, y usufructúan grandes fortunas a costa de la ruina de otros.
                                                                         
Masferrer intuía que la formación de ciudadanos cultos, solidarios, libres, tolerantes es la vía para el desarrollo económico y social del país y para el fortalecimiento de las alicaídas instituciones democráticas. El problema es que aun en el área de la educación perviven profundas desigualdades que son causa y efecto de las desigualdades sociales y económicas. 
                                                                                


INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD          

Mucho antes que los derechos políticos de la mujer fueran reconocidos, el compromiso del infatigable pensador con la dignidad humana superó los tabúes imperantes, y abrió espacio dentro de su periódico Patria, a Prudencia Ayala (Sonzacate; 28 de abril de 1885-San Salvador; 11 de julio de 1936), la principal líder de la lucha feminista de la época, que se había auto proclamado candidata a la Presidencia para las elecciones de 1930. Prudencia Ayala, fundó y dirigió una publicación llamada Redención femenina.

Y el pensador vitalista no solo influyo en las clases medias medianamente instruidas y en las masas populares, sino también en las élites intelectuales, incluyendo líderes feministas como Prudencia Ayala y Amparo Casamalhuapa  (Nejapa el 9 de mayo de 1910 - 1971). 

El novelista Miguel Huezo Mixco, entrevistó en 1978 a doña Margoth de Guerra Trigueros, esposa del escritor Alberto Guerra Trigueros (Nicaragua 1898 - El Salvador, 1950), socio de Masferrer en el periódico Patria, y le relató que en cierta ocasión ella iba, acompañada de su marido y el Maestro, y pasó un grupo de muchachos en carro y le gritaron a Guerra Trigueros “¡Masferrer junior!” y don Alberto contestó “A mucha honra, es mi hijo”.                                  
                                                                            


AGONÍA Y MUERTE                                                                

Sin duda el holocausto de 1932 precipitó la muerte física del maestro, pero paradójicamente le comunicó un dejo de mártir que agiganta su figura en el imaginario colectivo, por lo menos para un amplio segmento de la población. El intelectual regresa del autoexilio en Honduras, luego de sofocada la rebelión campesina, y retorna gravemente enfermo a morir a su terruño querido. La herida social del genocidio fue profunda. Roque Dalton en su poema “Todos”, aseguró: Todos nacimos medio muertos en 1932/sobrevivimos pero medio vivos”.
                                                                  

                                 
El pensador vitalista tocó con la literatura las fibras más sensibles de la conciencia colectiva y logró una conexión emotiva con importantes sectores de la sociedad. Muestra de ello es una publicación de la Prensa Gráfica del 1 de septiembre de 1932, en la que se aclara de que a las nueve de la mañana de ese día, todavía estaba con vida don Alberto Masferrer, en vista que varias personas habían estado preguntando por su salud. Añadió que ayer (31 de agosto) corrió la voz que había muerto, pero la noticia era infundada. El mismo periódico anunció el 5 de septiembre del mismo año, que anoche (4 de septiembre) había muerto don Alberto. 






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