Por Joaquín Rivera Larios
La transfiguración del rostro de Lucía Méndez, a fuerza de cirugías estéticas, en un esfuerzo por perpetuar la juventud, ha eclipsado una belleza arrolladora y espectacular que dominó la TV, la radio y el cine en México que es y era el Hollywood del espectáculo en Latinoamérica. No obstante, la conmoción que su presencia en los escenarios generó en el espíritu de sus fans en los años setenta y ochenta es una experiencia abrumadora cuyas efectos se prolongan a nuestros días.
La indiscutible reina de las telenovelas mexicanas, que se catapulto a la fama con la célebre película “El Ministro y yo” (1975), estelarizada por Mario Moreno “Cantinflas”. Qué mozalbete de aquella época no clavó su pupila en el rostro angelical y el despampanante cuerpo de “Colorina”, “Vanesa”, “Diana Salazar”, “Marielena”, varios de los múltiples personajes que protagonizó en la pantalla chica. Si bien su voz es agradable y bien modulada, su capacidad vocal carece de la potencia de otras cantantes, sin embargo, popularizó temas que marcaron época “Culpable o inocente”, “Margarita”, “Mi amor, amor”, “Don corazón”, “Enamorada”, “Atada a nada”, “Corazón de piedra”
En su período de mayor apogeo los medios de comunicación no eran sobreabundantes como hoy, consecuentemente el catalogo de artistas era sustancialmente menor, eso probablemente contribuía a que la efervescencia, la exaltación, el morbo por una actriz o cantante específica fuese más intenso, fascinación que suele agudizarse en la adolescencia, por ello fue una experiencia inolvidable ver a Lucía en los vídeos de sus canciones o en el programa “Siempre en Domingo”, icónico espacio de Televisa, que durante 28 años presentó Raúl Velasco (1969-1998).
En cada vídeo musical, entrevista o escena de telenovela la estrella literalmente nos atrapaba y nos trasladaba a un mundo de fascinación que lindaba con la alucinación. Fue una diva en el sentido integral de la palabra, combinaba la atracción física con la mental y el efecto en sus admiradores era fulminante. En YouTube, se aprecia un vídeo que es un verdadero “premio a la vista”, ya que reúne en un verdadero ramillete a Adela Noriega que también tuvo gran suceso en las telenovelas y a Lucía, interpretando el tema “Corazón de Fresa”.
Su estatus de diva asediada por una lluvia de pretendientes de alto perfil, le pasó factura en la telenovela “Tú o nadie” (1985), prueba de ello fueron las consecuencias de la ruptura de su romance con el argentino Héctor “Toti”, Maselli, el manager de José Luis Rodríguez “El Puma”, quien explicó en vídeo que se puede apreciar en YouTube titulado “El Puma Rodríguez confiesa a Lucía Méndez por qué se fue de Tú o Nadie”, que Maselli influyó en él para que abandonara la telenovela antes de comenzar la grabación en Acapulco, diciéndole que todo el protagonismo lo llevaba la actriz en el guión, presumiendo Lucía en su relato que ello fue por el despecho que Maselli sentía hacia ella.
Al navegar en la red para rastrear las conexiones de Lucía Méndez con El Salvador, lo más próximo que encontré fue su presentación en la Teletón 2003 que tuvo lugar en el anfiteatro del Centro de Ferias y Convenciones (CIFCO) el viernes treinta y uno de enero y el sábado uno de febrero de ese año, donde alternó en la franja estelar con una pléyade de artistas internacionales, entre ellos Alexandra (ex Sentidos Opuestos), Alejandra Guzmán, Vilma Palma, Amanda Miguel, Diego Verdaguer, Francisco Céspedes, contándose con la animación de Adal Ramones.
Eleonor Roosevelt, ex primera dama estadounidense, dijo: “Las mujeres hermosas, son accidentes de la naturaleza, pero las ancianas hermosas son obras de arte”. Sin hacer a un lado, la gratitud hacia Lucía por tantos momentos luminosos que me obsequio en la adolescencia, quizá deba objetársele su obsesión por refugiarse en las cirugías, a fin de negarse a mostrar abiertamente sus arrugas y exhibir con dignidad el proceso de envejecimiento, dado que continúa bajo los reflectores inmersa en sus proyectos artísticos.
El Príncipe de las Letras Castellanas, Rubén Darío escribió: “Juventud divino tesoro/que te vas para no volver/cuando quiero llorar no lloro/ y a veces lloro sin querer”. Al escudriñar los recuerdos a través de estas memorias, imágenes y tonadas que rompen la barrera del tiempo, me reencuentro con la juventud pérdida, al evocar una estrella que con su rostro y capacidad histriónica enamoró a las cámaras de televisión y a toda una generación, de la que honrosamente formo parte, erigiéndose en un paradigma de belleza, en un modelo ideal de mujer ampliamente deseado y admirado, en un símbolo resplandeciente de una época entrañable.
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