domingo, 26 de mayo de 2019

EL CEREBRO DE LA SELECCIÓN QUE CLASIFICO A ESPAÑA 82




Por Joaquín Rivera Larios

Desgraciadamente la memoria es corta e ingrata y suele sepultar las épicas jornadas que protagonizaron sobre el césped las figuras del balompié criollo. Es bueno desempolvar los recuerdos del director de orquesta, del armador del medio campo, fino, exquisito, animoso, considerado el mejor volante creativo en la historia del fútbol salvadoreño. 


                                        
Los cerebros en el medio campo son escasos, aquellos que dirigen el ataque, que le inyectan ritmo y pausa al equipo, que maniobran bien en espacios cortos y que saben regatear, desmarcarse, generar espacios vacíos y colocar el balón en los pies del compañero mejor ubicado de cara al arco rival. No en vano cubría su espalda con el número diez, guarismo que en el deporte regularmente se reserva a los que rozan la excelencia.





Era un líder, que manejaba un fútbol vistoso, caracterizado por la inteligencia y la buena técnica, el cual exhibió en clubes nacionales y extranjeros. En el solar patrio jugó en CD Universidad de El Salvador (1974), en ANTEL (1975), en 1976 recaló en el Atlético Marte, club con que el brilló a plenitud ganando dos campeonatos de liga en las temporadas 1979-1980 y 1985. Al frente del "bombardero marciano" alternó con figuras de la talla de Miguel González, Ramón Fagoaga, Mario Figueroa, Raúl Snal, Mauricio Perla. Culminó su rutilante carrera defendiendo los colores de CD FAS en los noventa.


 
En el plano internacional, tuvo un fugaz paso por el Monterrey de Mexico (1977), en España vistió los colores del Cartagena FC (1982), CF Palencia (1982-1983) y Valencia CF (1983-1985). En canchas ticas jugó para la divisa de Herediano (1986 a 1987), equipo con el que obtuvo el campeonato de liga. Posteriormente viajó a Guatemala para enrolarse con Deportivo Jalapa (1988 a 1990) y Deportivo Escuintla (1991-1992). 



En las eliminatorias mundialistas Norberto Huezo es uno de los tres salvadoreños que le han anotado a México en suelo azteca. Le anotó el tanto al equipo mexicano el 12 de octubre en la Hexagonal de 1977. Los otros dos jugadores salvadoreños son Oscar “el Lagarto” Ulloa (18/04/1993) y Julio Martínez (10/10/2009). En total “el pajarito” anotó 16 goles con la casaca de la Selección y participo en tres eliminatorias rumbo a Argentina 78, España 82 y México 1986. 





El 21 de diciembre de 1980, El Salvador clasificó a la Hexagonal de Honduras, gracias a un gol de bolea que “el pajarito” le hizo en el segundo tiempo al portero chapin Ricardo Jerez, a pase de Joaquín Alonso Ventura luego que éste condujera el balón con gran solvencia. El Estadio Cuscatlán retumbó con el marcador final El Salvador 1 Guatemala 0.

                                                    

                    
En la memoria colectiva quedó grabado que clasificamos a España 82, gracias a la magistral jugada de Jorge “Mágico” González, quien arrastró varias marcas desde la medianía de la cancha, hasta disparar al portero mexicano, hundiendo el balón Ever “la Gacela” Hernández en el arco azteca, pero al final la clasificación se dio por uno combinación de resultados: el providencial triunfo sobre Haiti que devino de un gol en tiro de penal de Norberto Huezo y el empate 0-0 de Honduras frente a México. 



Uno de los mejores artículos que leí con motivo del centenario de la Prensa Gráfica fue el que se publicó el jueves 19 de febrero de 2015, bajo el título “De esos creativos que el fútbol añora” en honor a Norberto Huezo, "el Pajarito", quien junto a Jorge "Mágico" González, formó la mejor dupla que ha conocido el balompié cuscatleco.

                                                   







                                                                









martes, 14 de mayo de 2019

TRAS LA HUELLA DE LAS ESTRELLAS DE CINE


Por Joaquín Rivera Larios




Gabriel García Márquez le atribuye a uno de sus personajes en “Cien Años de Soledad” una singular opinión: “El cine es una máquina de ilusión, que no merecía los desbordamientos del público”. El séptimo arte proyecta imágenes que pueden no ser reales, pero producen realidades. La industria de la ilusión es altamente lucrativa, modela conciencias e incide en el imaginario colectivo, generando impresiones imborrables.



San Francisco es una ciudad con espléndidos paisajes costeros, imponentes rascacielos, emporio de las artes y centro tecnológico. Simboliza un modelo de vida liberal que le ha granjeado el epíteto de “Verano del amor”, pero también ha sido escenario de verdaderos clásicos del séptimo arte que han constituido auténticos paradigmas para producciones sucesivas.



Gracias a la gentileza de Myrna y Dustin Pearson, he transitado algunos parajes que han recorrido las luminarias del espectáculo. Al pisar esas locaciones, se percibe un viento de luz tenue que nos remonta al momento en que fueron filmadas las escenas, aun se siente la fuerza expresiva de los actores en cada caracterización. Un halo de nostalgia se respira al echar de menos a algunas estrellas ahora desaparecidas.

                                    
En estas costas se filmó “Vértigo” (1958), dirigida por Alfred Hitchock y protagonizada por James Stewart y Kim Novak. Recorrí la orilla de la costa donde en un arranque suicida Medeleine Elster (Kim Novak) se lanza a las frías aguas que bordean el Golden Gate. Justo allí, a la par de lo que fue un fuerte militar, John Ferguson (Stewart) se lanza al océano en un arrebato de osadía para arrancar de las garras de la muerte a la bella desvanecida.




Aprecié el exterior de una casa de esquina, ubicada en la Calle Lombard Jones, donde se dramatizó una tórrida escena de amor de este clásico de suspenso psicológico; y recorrí el Palacio de Bellas Artes, con estilo romanesco, circundado por una laguna artificial, en cuyos alrededores se paseó la elegante pareja de protagonistas.



En el distrito Castro, que es un centro de confluencia de la comunidad homosexual, en el que flamean muchas banderas gay, visualice el Teatro del mismo nombre y el local donde operó la venta de cámaras Castro Camera, locaciones donde se filmó “Mi nombre es Harvey Milk” (2008), film estelarizado por Sean Penn que rinde tributo al activista de los derechos LGTBI que llegó a ser concejal de la Alcaldía de San Francisco, convirtiéndose en el primer funcionario abiertamente homosexual en ocupar un alto cargo en Estados Unidos.
                                        

Caminé los mismos pasillos y escalinatas del San Francisco City Hall (Palacio Municipal) que recorrió el 27 de noviembre de 1978 Dan White cuando se dirigía a asesinar al Alcalde George Moscone y al concejal Harvy Milk, episodio que también registra la película. Este monumental edificio, erigido en 1915, también fue testigo de la boda de Marilyn Monroe con el beisbolista Joe Dimaggio el 14 de enero de 1954.


                                

La prematura extinción de Marilyn Monroe el 5 de agosto de 1962, ha generado un duelo perenne y agigantado su mito. Cualquier paraje relevante en que su escultural estampa haya permanecido, reviste para sus fans un valor histórico y turístico incalculable. Así pude contemplar la fachada de una casa ubicada en el distrito de la Marina, donde habitó Marilyn con Dimaggio, durante su fugaz matrimonio que solo duro 9 meses.
                                          

 
        


Otro de los parajes que contemplé fue el exterior de una casa con largas gradas externas, ubicada en el vecindario West Portal, donde filmaron escenas de “Jamine Azul” (2013), dirigida por Woody Allen y estelarizada por Cate Blanchette y Alec Baldwin. El film retrata el ocaso de una mujer de la alta sociedad neoyorquina que a consecuencia del desmoronamiento de su estilo de vida de glamour y despilfarro, se ve en la necesidad de sumergirse en un mundillo de pobreza y vulgaridad en la Bahía de San Francisco.


Una noche recorrí el exclusivo vecindario Seacliff y en la calle El Camino del Mar, vi la casa que habitó el comediante Robin Williams con su familia, antes de trasladarse a vivir con su nueva esposa Susan Schneider, a la ciudad Tiburón, condado de Marin, donde se suicidó el 11 de agosto de 2014. También visité Pacific Hights, otro vecindario acaudalado, donde vi la fachada de una residencia que simboliza el legado cinematográfico de Robin Williams y es donde se filmó “Sra. Doubtfire, papa de por vida” (1993). Esta residencia fue colmada de ramos florales y cartas cuando el mundo se estremeció con la noticia del suicidio.


Además, tuve la fortuna de visitar los contornos de los edificios de Lucasfilm, propiedad de George Lucas, el creador de la saga La Guerra de las Galaxias, ubicado en el parque Presidio, donde aprecie 
una estatua del diminuto Maestro Yoda, en el centro del complejo. Y al interior de los edificios se observan esculturas de Dart Vader y de Storm Trooper. George Lucas al igual que Walt Disney ha construido un universo con sus personajes y aventuras, que le ha permitido producir también videojuegos y películas de animación.












MIS PADRES


Por Joaquín Rivera Larios



Fui el último de seis hermanos. A los diez años habitaba el hogar como hijo único. Siempre he oído que es mejor el divorcio y la ruptura que una vida conyugal turbulenta, tensa, tempestuosa.  La relación de mis padres solía ser acalorada, aun así se extendió de forma intermitente de 1948 a 2004, año en que mi padre entregó su alma al Creador.  Se amaban a su manera sin expresarse muestras públicas de cariño. Esta unión dispar dejo como fruto seis hijos: cuatro hombres y dos mujeres.


Extraño verlos caminar juntos, hasta verlos discutir con expresiones altisonantes. Hicieron una dupla en los negocios. Mi padre fundó en 1948 una empresa denominada "Muebles Metálicos Rivera", fabricaba muebles de oficina y clínica, mi madre hacía las cobranzas, comparecía a las licitaciones, mediaba con los clientes, atendía reclamos. No fueron ni por asomo el complemento ideal, pero se complementaron.



Discrepaban, pero congeniaban de una manera peculiar. No lo expresaban abiertamente, pero presiento que en algunos aspectos sentían admiración mutua. Cuando medito que el matrimonio es para toda la vida, pienso en ellos. Aunque disparaban quejas, se necesitaban profundamente. En medio de las tormentas, los avatares y los refuegos, permanecieron, trabajaron, forcejearon juntos en un ring que fue mi hogar durante 56 años. Esa estampa tan peculiar de unidad conyugal, en medio de la turbulencia, marca mi vida. 
                                                

Por ser el último de sus hijos, tuve la enorme fortuna de disfrutar el fruto de su madurez como padres. Pude aquilatar y saborear la sabiduría de ellos, sazonada por la experiencia de criar a mis cinco hermanos mayores. En comparación con mis hermanos, tuve la fortuna de recibir de mis progenitores un trato más benevolente y sosegado en una niñez y adolescencia dominada por la soledad.  
                                                                                
                                         

   
                                          
Aprendí que el matrimonio con frecuencia es un singular campo de batalla que paradójicamente desgasta y fortalece a la vez. Varios años después de la ausencia física de mi padre, percibía que mi madre era un ser incompleto sin él, aunque en sus recuerdos y conversaciones cotidianas continuaba resucitando las discrepancias  que marcaron su vida conyugal. Si bien sobrellevó con estoicismo el peso de la vejez,  sin él se tornó un opaco reflejo de la guerrera que fue. Sin duda ambos se retroalimentaban de autoestima, energía y aplomo.
                                                                                        
                                                                                    

La vida es de luces y sombras, de horas altas y de horas bajas, de grandeza y miseria, de triunfos y fracasos. Pero yo elijo el lado luminoso y me quedo con el convulso matrimonio de mis padres como una lección de vida. Ambos llenaron mi existencia, me proveyeron, me consolaron, me acompañaron en mis éxitos y en mis desaciertos. En fin fue una dicha y un privilegio, haber sentido por 36 años el calor de sus alas protectoras.

                                                                           

     
Mi progenitor falleció en San Salvador la tarde del sábado 11 de septiembre de 2004, mi madre abandonó este mundo en San Francisco, California el domingo  9 de mayo de 2021, mientras tanto yo sigo meditando en la soledad, bajo el cristal de sus enseñanzas, recordando que no debo claudicar, que debo honrar su memoria y retomar la antorcha flameante de sueños que me entregaron, teniendo presente que lo que hacemos ahora tiene un eco en la eternidad. 

                                

 

                                        
                                        
                                  
                                            

sábado, 11 de mayo de 2019

BACHILLERES EN MEDIO DEL ESTRUENDO

Por Joaquín Rivera Larios





En los ochenta lo que existían eran walkman (pequeños reproductores de casetes portátiles con audífonos), tocadiscos que reproducían discos de vinilo, radiograbadoras de uno o dos casetes. Lejos estaban de aparecer los CD, los Discman (reproductores de CD) y menos aún los MP 3. Recuerdo que en el último paseo de la promoción Bautista 1986 que fue en Club Salinitas (hoy Hotel Decamerón) justo el diez de octubre de ese año, algunos compañeros cargaban en sus hombros radiograbadoras grandes con doble caseteras para amenizar el encuentro con el paisaje costero.

            



En la radio sonaban “No controles”. “Bazar”, del trío femenino Flans, “Dame un beso“ de Yuri, la agrupación  Fiebre Amarilla dio que hablar con “Canchis Canchis” y “Vamos al mercado”; en inglés resonaba “Say you; say me” de Leonel Richie, Madona arrasaba con “Papa Don’t Preach”, la banda noruega A-ha resonaba por doquier con “Take on me” y el cantante austríaco Falco encabezaba las listas de éxitos a ambos lados del Atlántico con “Rock me Amadeus”.


   


Con la placentera compañía de la música, como un entremés de nuestra graduación de bachillerato, nos entregamos en cuerpo y alma a ese último encuentro bajo el fuego abrasador del sol y el contacto con las olas que nunca cesan. Fue un deleite degustar el azul y las brisas del mar, admirar a nuestras compañeras haciendo acrobacias y juegos en la piscina, conjugando su belleza y el colorido de sus trajes con el paisaje tropical. Tengo fresca la imagen del profesor de letras, Cesar Marenco, zambulléndose en la piscina como un adolescente más.





Tan solo horas después de un solaz inolvidable, nuestra promoción quedó marcada por la conmoción y el estruendo del terremoto del 10 de octubre de 1986, de cuya devastación nos percatamos horas después. 




Los detalles del siniestro los íbamos conociendo a cuenta gotas. La madre de una de las compañeras del Colegio era enfermera del Hospital de Niños Benjamín Bloom y ese fatídico día estaba trabajando, cuando le dijeron que el hospital estaba destruido, comenzó a llorar inconsolablemente.  




El viaje de retorno de Sonsonate a  San Salvador  resultó eterno. En el momento que se decidió salir de Club Salinitas, no pudimos, porque uno de los buses no arrancaba. Cuando  retornábamos el motorista no encendió las luces del bus, veníamos lentamente bajo la penumbra, envueltos en temor,  consolándonos mutuamente. 

De regreso del paseo, a eso de las cinco de la tarde, cuando oscurecía hicimos estación en Sonsonate y escuchamos  que la imagen del Divino Salvador del Mundo se había derrumbado. Pero no teníamos idea de la tragedia que se develaría ante nuestros ojos posteriormente.

Cuando arribamos a San Salvador ya entrada la noche, comenzamos a ver los desprendimientos de tierra que obstruían la carretera, la ciudad sin luz, adustos rostros sin expresión, pupilas inmóviles por la zozobra, las personas en tiendas de campaña en las calles, siluetas bajo la luz de la luna velando a sus deudos en medio de la ruinas. Esta tragedia ensombreció la celebración, devastó vidas, edificios y casas y también la fiesta de graduación que esperábamos con tantas ansias, tiñéndose de fúnebre la música más alegre.