sábado, 11 de mayo de 2019

BACHILLERES EN MEDIO DEL ESTRUENDO

Por Joaquín Rivera Larios





En los ochenta lo que existían eran walkman (pequeños reproductores de casetes portátiles con audífonos), tocadiscos que reproducían discos de vinilo, radiograbadoras de uno o dos casetes. Lejos estaban de aparecer los CD, los Discman (reproductores de CD) y menos aún los MP 3. Recuerdo que en el último paseo de la promoción Bautista 1986 que fue en Club Salinitas (hoy Hotel Decamerón) justo el diez de octubre de ese año, algunos compañeros cargaban en sus hombros radiograbadoras grandes con doble caseteras para amenizar el encuentro con el paisaje costero.

            



En la radio sonaban “No controles”. “Bazar”, del trío femenino Flans, “Dame un beso“ de Yuri, la agrupación  Fiebre Amarilla dio que hablar con “Canchis Canchis” y “Vamos al mercado”; en inglés resonaba “Say you; say me” de Leonel Richie, Madona arrasaba con “Papa Don’t Preach”, la banda noruega A-ha resonaba por doquier con “Take on me” y el cantante austríaco Falco encabezaba las listas de éxitos a ambos lados del Atlántico con “Rock me Amadeus”.


   


Con la placentera compañía de la música, como un entremés de nuestra graduación de bachillerato, nos entregamos en cuerpo y alma a ese último encuentro bajo el fuego abrasador del sol y el contacto con las olas que nunca cesan. Fue un deleite degustar el azul y las brisas del mar, admirar a nuestras compañeras haciendo acrobacias y juegos en la piscina, conjugando su belleza y el colorido de sus trajes con el paisaje tropical. Tengo fresca la imagen del profesor de letras, Cesar Marenco, zambulléndose en la piscina como un adolescente más.





Tan solo horas después de un solaz inolvidable, nuestra promoción quedó marcada por la conmoción y el estruendo del terremoto del 10 de octubre de 1986, de cuya devastación nos percatamos horas después. 




Los detalles del siniestro los íbamos conociendo a cuenta gotas. La madre de una de las compañeras del Colegio era enfermera del Hospital de Niños Benjamín Bloom y ese fatídico día estaba trabajando, cuando le dijeron que el hospital estaba destruido, comenzó a llorar inconsolablemente.  




El viaje de retorno de Sonsonate a  San Salvador  resultó eterno. En el momento que se decidió salir de Club Salinitas, no pudimos, porque uno de los buses no arrancaba. Cuando  retornábamos el motorista no encendió las luces del bus, veníamos lentamente bajo la penumbra, envueltos en temor,  consolándonos mutuamente. 

De regreso del paseo, a eso de las cinco de la tarde, cuando oscurecía hicimos estación en Sonsonate y escuchamos  que la imagen del Divino Salvador del Mundo se había derrumbado. Pero no teníamos idea de la tragedia que se develaría ante nuestros ojos posteriormente.

Cuando arribamos a San Salvador ya entrada la noche, comenzamos a ver los desprendimientos de tierra que obstruían la carretera, la ciudad sin luz, adustos rostros sin expresión, pupilas inmóviles por la zozobra, las personas en tiendas de campaña en las calles, siluetas bajo la luz de la luna velando a sus deudos en medio de la ruinas. Esta tragedia ensombreció la celebración, devastó vidas, edificios y casas y también la fiesta de graduación que esperábamos con tantas ansias, tiñéndose de fúnebre la música más alegre.




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