miércoles, 22 de febrero de 2023

ARRANCANDO LA RAIZ DE AMARGURA

Por Joaquín Rivera Larios                                    



No dejes que crezca la amargura en tu corazón, hay que purificar y limpiar la conciencia, para poder ver la gloria de Dios. El hermano Toby Jr. dice que la amargura es el sellador que Satanás aplica en el corazón de toda persona, para que ésta no disfrute las bendiciones de Dios.

Amargura procede una palabra que significa punzar, hace alusión a una carga pesada estrechamente conectada con sentimientos profundos. La palabra amargura significa: Aflicción, sinsabor, disgusto, pesadumbre, melancolía, resentimiento que desemboca en tristeza.
                                  
                                                

  
                
Es una planta que se alimenta de celos, contiendas, disensiones, malos pensamientos, malos deseos (de venganza). Se convierte conforme se arraiga en un estilo de vida, una forma de responder a los estímulos del entorno, cuando nos ofenden, cuando somos víctimas de una situación difícil o injusta. No importa si la ofensa es intencional o no.

Este estilo de vida está determinado por un cúmulo de emociones y conductas negativas que son inherentes a la amargura, a saber: autocompasión, sentimientos heridos, enojo, frustración angustia, resentimiento, rencor, venganza, envidia, calumnia, chismes, la paranoia, cinismo, orgullo herido. 
                                                


Hay que derrotar el espíritu escarnecedor, rencilloso, es decir evitar hasta donde sea posible la contienda, riña o reyerta, porque nos roban la paz interior. El hecho de no tomar justicia por nuestra propia mano, no solo es una exigencia de  las leyes terrenales, si no también de la sagrada Biblia que establece en Romanos 12: 19: “No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”.

El pecado de la falta de perdón que se vuelve más dañino cuando más se prolonga, desata un ciclo venenoso y maléfico que se manifiesta en fases progresivas: Ofensa, Falta de perdón, Resentimiento, Raíz de amargura, Odio, Cauterización de la conciencia. De ahí que el perdón debe activarse rápidamente, no por el bien del ofensor, sino por la sanidad moral y la liberación de quien recibió la ofensa.
                                                 

 


La amargura nos vuelve irascibles e intolerantes, contamina nuestra conversación y consecuentemente la atmósfera que nos rodea, ya que nuestros relatos son dominados por la ofensa que injustamente hemos sufrido, al punto extremo que a veces quisiéramos que el ofensor llegara a pedirnos perdón y se arrepintiera.

A veces sentimos que la vida nos debe, que no recibimos los reconocimientos o las retribuciones que merecemos, que nuestro trabajo no es justipreciado, que somos ninguneados; sin embargo,  no debemos claudicar en nuestras buenas acciones, tengamos gratitud por los bienes que disfrutamos: vida, salud, libertad, familia. 
                                                       


Buda advirtió los efectos nocivos del rencor y la ira sobre quienes sufren la contaminación de estas pestes, al señalar en frases memorables: “Aferrarte a la ira es como agarrar un carbón ardiente con la intención de tirárselo a otra persona; tú eres quien terminará quemado” y “ el resentimiento es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera”.
                
La ira contenida se manifiesta como dureza y severidad y con frecuencia se descarga en contra de terceros, que no tienen nada que ver con la ofensa. Con frecuencia el rencor transciende más allá de la muerte del ofensor. La amargura también puede abrirle las puertas a la tristeza y la depresión.


                                                    

Hay que erradicar el lado negativo del orgullo, porque es un hilo conductor a la amargura. El orgullo tiene un aspecto positivo asociado a la autoestima y al amor propio. Pero hay otra vertiente vinculada a la arrogancia, la altivez, la egolatría, que nos llevan a despreciar a los demás y provocan conflictos. apóstol San Pablo escribió en su epístola a los cristianos de Efeso, lo siguiente: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, calumnias y toda malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo" (Efesios 4:31-32).




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