Por Joaquín Rivera Larios
Uno de los tíos más memorables, cuyo vacío no se logra llenar, ratificando una vez más que pertenecía una legión de hombres de otra madera. El tío José Gabriel Rivera (1933-1998) fue un hombre visionario, emprendedor, un motivador, inspirador y organizador nato, con gran olfato para los negocios.
Era aguerrido, luchador, indoblegable, emprendedor en grado superlativo, de aquellos que modifican las circunstancias adversas a su favor, capaces de crear su propio clima. Diez ocasiones vio derrumbarse su taller de carpintería a raíz de una adicción alcohólica que no lograba exorcizar y cuando todos pensábamos que su destino estaba finiquitado, resurgía como el ave fénix con su taller, cada vez con más máquinas y más trabajadores y en locales más espaciados.
Tío Gabriel libró una batalla personal contra la bebida que lo llevó a tener protagonismo en grupos de Alcohólicos Anónimos (AA) del centro de San Salvador, y en su esfuerzo por ayudar a la sobriedad de otros, fundó un grupo de AA en la ciudad de Guatemala denominado "Amanecer en Belén", al punto que después de su muerte llegaron a buscarlo a la casa de tía Mercedes para invitarlo a la celebración del aniversario de la fraternidad que organizó.
Mi prima María Auxiliadora, hija de tío Gabriel, cuenta en Facebook que su papá era muy dulce y muy enojado a la vez. Todas las mañanas oraba por sus hijos (Norma, Francis Armando, Cecilia, María Auxiliadora, Roxana). Relata que hay un consejo que marcó su vida para siempre y que le ha dado mucho al buscarlo: “que nunca pidieran riqueza, sino que le pidieran a Dios sabiduría porque con ella podrían lograr todo lo que quisieran”.
Acota María Auxiliadora que en su ignorancia de niña siempre creció deseando ser un niño, para involucrarse en el taller de carpintería y ayudarle a trabajar a su padre. Lo veía trabajar hasta avanzada las madrugadas, entonces le barría el taller y tomaba un imán y se ponía a recoger todos los clavos y las chinches que los trabajadores se les caían.
Reseña que recuerda la hora del te o del café al mediodía. Le preguntaban ¿Papá quiere café o té? ...y él respondía con un tono suave: ”Te quiero…” Añade que le puso a un estilo de muebles que fabrica su sobrenombre “Capricho” en su honor.
Por mi parte, lo recuerdo haciendo derroche de optimismo, de jovialidad, desplegando un gran sentido de humor, una empatía y una capacidad de conversación envidiable. Hacía unas celebraciones de cumpleaños muy bonitas, me invitaba de manera muy cordial, una vez no llegué y me preguntó “¿Por qué no llegastes?, empezamos como dos horas después por estarte esperando”. Cuando tomaba era todavía más generoso, una vez me llevó a las ventas de calzado que están en el Barrio Concepción, para comprarme unos zapatos, no recuerdo porque no me los pudo comprar, pero valoro con mucha gratitud su noble intención.
Como a mí me gustaba dibujar, recuerdo que me decía “yo soy muy amigo de Carlos Saz, (un periodista que publicaba una página infantil en el Diario de Hoy), y le voy a decir que publique tus dibujos”, el ofrecimiento no se concretó, pero sus palabras me sirvieron de gran estímulo. En 1998 mi madre departió con él por última vez en la fiesta de graduación de Luisito Vásquez, en Santiago María, Usulután, y me contaba que no paraba de contar chistes.
Acota María Auxiliadora que en su ignorancia de niña siempre creció deseando ser un niño, para involucrarse en el taller de carpintería y ayudarle a trabajar a su padre. Lo veía trabajar hasta avanzada las madrugadas, entonces le barría el taller y tomaba un imán y se ponía a recoger todos los clavos y las chinches que los trabajadores se les caían.
Reseña que recuerda la hora del te o del café al mediodía. Le preguntaban ¿Papá quiere café o té? ...y él respondía con un tono suave: ”Te quiero…” Añade que le puso a un estilo de muebles que fabrica su sobrenombre “Capricho” en su honor.
Por mi parte, lo recuerdo haciendo derroche de optimismo, de jovialidad, desplegando un gran sentido de humor, una empatía y una capacidad de conversación envidiable. Hacía unas celebraciones de cumpleaños muy bonitas, me invitaba de manera muy cordial, una vez no llegué y me preguntó “¿Por qué no llegastes?, empezamos como dos horas después por estarte esperando”. Cuando tomaba era todavía más generoso, una vez me llevó a las ventas de calzado que están en el Barrio Concepción, para comprarme unos zapatos, no recuerdo porque no me los pudo comprar, pero valoro con mucha gratitud su noble intención.
Como a mí me gustaba dibujar, recuerdo que me decía “yo soy muy amigo de Carlos Saz, (un periodista que publicaba una página infantil en el Diario de Hoy), y le voy a decir que publique tus dibujos”, el ofrecimiento no se concretó, pero sus palabras me sirvieron de gran estímulo. En 1998 mi madre departió con él por última vez en la fiesta de graduación de Luisito Vásquez, en Santiago María, Usulután, y me contaba que no paraba de contar chistes.
Mi hermana Gladys traza un símil entre los hermanos: “Veo cuanta similitud había entre …mi papa y él. Para empezar ambos tenían pasión por lo que hacían y un noble corazón. Ah! pero una característica especial, ambos tenían lo ‘riveresco’ de enojón. Pero quizá papá lo tenía más acentuado”.
Ambos sufrieron el duro calvario de la orfandad, ambos se batieron solos con el mundo desde la más temprana infancia, pero ambos tenían la fe y el optimismo por coraza. En 1993 cuando visité a mi tío Gabriel para invitarlo a mi fiesta de graduación de la universidad, me dijo: “Nunca debemos sentirnos solos ni desamparados si tenemos a un Dios allá en lo alto que nos protege”.
Por residir en el mismo Barrio y por su proximidad en edad con el autor de estas líneas, fui testigo de mi primera fila de la devoción que tío Gabriel profeso a sus hijos e hijas, en especial a Norma Aracely (1967-2018) y a Francis Armando (1969-2023), cuyas existencias se apagaron en la flor de la edad. Al evocar a Francis Armando el 31 de enero de 2023, con motivo de su vela, saltó del silencio una constelación de anécdotas que iluminó la noche, mientras su imagen desde el más allá me colma de preguntas sobre los factores que propiciaron prematuramente ese viaje sin retorno.
José Gabriel Rivera fue el quinto de siete hijos de Arcadia Rivera (1904-1994) que llegaron a la edad adulta. Vio la luz por vez primera a las 22: 00 horas del 18 de marzo de 1933 en el Barrio San Jacinto de San Salvador. Abandonó la morada terrenal a las 11:00 horas del 15 de septiembre de 1998, con 65 años cumplidos, dejándonos el recuerdo de una vida trepidante, llena de altibajos, impulsada por un espíritu inquebrantable que supo zanjar la adversidad tanto en el ámbito personal como empresarial.
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