Por Joaquín Rivera Larios

Podemos decir que el ego es la parte interior, la parte céntrica del ser humano. El ego es la tendencia del ser humano a considerarse el centro del universo, consecuentemente genera en el observador una distorsión de la realidad. Arrastra un amor desmesurado por sí mismo, una búsqueda enfermiza o irracional de reconocimiento, una tendencia a imponer nuestra posición o punto de vista a los demás, un afán de obtener el mayor provecho personal de cada relación o situación.
El ego se manifiesta en vanidad, altivez, prepotencia, intolerancia a la diversidad, engreimiento, petulancia, megalomanía, ensimismamiento, que nos lleva a menospreciar las necesidades, las aspiraciones y la idiosincrasia de otras personas. Puede llegar a extremos como la egolatría, es decir el “culto a sí mismo”. En otras palabras, el ego nos lleva a vanagloriarnos y paralelamente a ningunear a los demás.
La Biblia es clara sobre la importancia capital de la humilidad y la necesidad de erradicar la soberbia. Mateo 23:12 advierte sin ambages: "porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". Este precepto significa que aquellos que se vanaglorian y actúan de manera altiva y arrogante, cultivando el autoelogio insano e irracional, serán eventualmente humillados, mientras que aquellos que se humillan a sí mismos y actúan con modestia y decoro, serán eventualmente elevados.
Los desequilibrios en el manejo del ego pueden desbordar en el trastorno de la personalidad narcisista, la cual es una afectación de la salud mental que se caracteriza porque las personas tienen un aire irrazonable de superioridad. Demandan y buscan acaparar la atención y desean que los demás las admiren. Es posible que a las personas con este trastorno les cueste comprender o no les importen los sentimientos de los demás. Lo que reflejan las personas narcisistas en el fondo es inseguridad en ellas mismas y suelen reaccionar airadamente a la más mínima crítica.
Respecto a este desvarío Aristóteles dijo: “Sin virtud, es muy difícil soportar los resultados de la buena fortuna de forma apropiada. Aquellos que carecen de virtud se tornan arrogantes e intencionalmente agresivos cuando tienen estos otros bienes. Piensan menos de todos los demás y hacen lo que les place. Hacen esto porque están imitando a la persona magnánima aunque realmente no son como ella.”

Muchos talentos inmersos en la ciencia, el arte, la cultura, son traicionados por su propio ego, claudican en su meritorio trabajo al tener que enfrentar la apatía y la indiferencia de sus contemporáneos, quienes no justiprecian sus valiosos aportes.
Es un contrasentido, pero muchas celebridades
fueron desconocidas en vida y alcanzaron la fama después de su muerte, la lista
es numerosa e incluye personajes de la talla de El Greco (pintor), Galileo
Galilei (astrónomo), Franz Kafka
(escritor), Vicent Van Gogh (pintor),
Johann Sebastián Bach (músico), entre muchísimos
otros.
La foto que encabeza este artículo corresponde al pintor español Salvador Dalí (1904-1989), un artista polifacético y extremadamente creativo. Fue pintor, escultor, diseñador, escritor y cineasta. Pero su personalidad arrogante y narcisista le granjeó enemistades y le cerró puertas. Por sus desplantes e insolencia fue destituido de la Academia de Bellas Artes de Madrid, donde estudiaba al asegurar que nadie tenía el nivel para examinarlo.
Antónimos y expresiones contrarias a "ego" son: humildad, modestia, sencillez, deferencia, sumisión, discreción, timidez, vergüenza, autoexigencia, autocrítica. Todas estos rasgos son contrapuestos a un ego inflado que no es más que un trastorno de salud mental, que conducen al individuo a creerse indispensable o superior a los demás, incluso atribuirse como logros individuales triunfos que en realidad son colectivos.
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