Por Joaquín Rivera Larios
Arribé
al mundo un año convulso.
Como
una ironía del destino
Napoleón
Duarte el alcalde y mi padre
firmaron
mi partida de nacimiento.
Dos
personajes antagónicos firmaron juntos.
Para
mi padre Duarte era “el Perón salvadoreño”.
Aquel
sostenía que ambos habían hundido
a
sus países con sus políticas estatizantes
El
alcalde Duarte como buen boy scout
inauguró
una plaza en honor a Baden Powell,
cuyo
lema era: “Intentad dejar este mundo
mejor
de como os lo encontrasteis"
La
sangre catalana de Joan Manuel Serrat
se
reveló contra la dictadura Franquista
al
exigir cantar en catalán el tema “Lalala”,
en
el Festival de Eurovisiòn.
Lo
supe muchos años después,
pero
Lindon B. Johnson vino al Barrio
en
que crecí, a inaugurar una escuela
y
su hija dio un recital de piano.
El
batallón de bellezas universales sufrió
en
la patria del quetzal una baja terrible
con
la muerte de la guerrillera Rogelia Cruz,
ex
Miss Guatemala Universo 1959.
Navegaba
en el vientre de mi madre
mientras Robert Kennedy y Martin Luther King
morían
a manos de fanáticos que hacían
retroceder
sus ideales justicia social
Aquel
año la selecta salvadoreña de fútbol
ondeó
la enseña azul y blanco en el Azteca,
retornamos
vapuleados de los Olímpicos,
pero
yo celebré la gesta años después.
El
águila imperialista americana
bañaba
de napalm la selva vietnamita
mientras
un sonriente Nixon ofrecía
en
la campaña “una paz con honor”.
Mi
madre iba camino al hospital
cuando
en México Díaz Ordaz sofocaba
a
sangre y fuego la llama revolucionaria
que
ardía en los jóvenes de Tlatelolco.Era un neonato de 8 días de nacido
que
lloraba aferrado al seno materno
cuando
la boda de Jackeline Kennedy
con
Onassis escandalizó al mundo.
En
este macabro carrusel, unos bajan
y
otros suben, unos abren surcos y otros
se
hunden en el olvido. La clave es trascender,
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