sábado, 31 de agosto de 2019

EL SANTO: MI ÍDOLO DE INFANCIA

                                                    


Por Joaquín Rivera Larios

Por encima del Hombre Araña, Superman, inclusive Mazinger Z, Martin Karadagian y los Titanes en el ring, hubo un héroe del pancracio, que me dejaba absorto cuando lo veía irrumpir en el cine o en la televisión: era El Santo, el enmascarado de Plata, la máxima figura de la lucha libre mexicana que concitaba miles de espectadores donde se presentaba que al unísono coreaban su nombre al verlo aparecer con su deslumbrante mascara y capa, en cada patada voladora, lance desde las cuerdas, llave, candado o barrida.
                                        
                                                
Cada vez que salía una película se anunciaba en la cartelera de los cines locales o en la televisión, me invadía la poderosa inquietud y ansiedad de ver al héroe justiciero que enfrentaba momias, monstruos, extraterrestres y toda suerte de villanos, trataba con caballerosidad a los más bellas damas y protegía con nobleza y calidez a los desvalidos. 



No obstante que se apreciaba en la pantalla grande su veteranía, sus movimientos se veían tardos y lerdos, carecía de la agilidad, la prestancia física y el porte atlético de otros luchadores más jóvenes como Mil Máscaras, toda la parafernalia que lo rodeaba, su agradable voz, su atractivo atuendo, sus vehículos, las bellísimas actrices que lo rodeaban, lo hacían un producto visual muy atractivo.

Mis juguetes favoritos eran muñequitos desgonzados de plástico con los que jugaba a la lucha libre sobre una caja de madera, les ponía máscaras con tiro y hacía los lances y las acrobacias propias de este deporte con pizcas teatrales. Iba a la jugueterías de Librería Hispanoamérica, SIMAN Centro y a Metrocentro, pero nunca encontré un muñequito de Santo, ni de Blue Demón, bien confeccionado, con un cuadrilátero, como los imaginaba en mis sueños infantiles. 
                                              

 
                                           
                                            
Cuando frisaba los 7 años, un día de 1975, con mi hermana Gladys fuimos al Cine Deluxe, a ver la película “Santo y Blue Demon contra Drácula y el Hombre Lobo” (1973), un film de acción y terror que me provocó horrorosas pesadillas, al recordar escenas del Conde Drácula cuando aparecía en la espesa noche con su rostro pálido, penetrante mirada de las que matan, grandes colmillos, aproximándose lentamente al cuello de su bella víctima, y de fondo la tétrica música de suspenso. 


Al apreciar en YouTube los testimonios de personas de su entorno cercano, se advierte que en El Santo, el personaje se fundió en la persona. Fue un caballero, generoso, sencillo, humilde, respetuoso, celoso defensor de su anonimato, tanto en su vida privada como en el cuadrilatero y la pantalla grande. Respetó absolutamente su profesión, rindió culto a su personaje, como ahora lo hace el público que lo ha elevado a la categoría del héroe popular mexicano más importante de la segunda mitad del Siglo XX. 
             
                                                        

                                               

Por El Santo, Titanes en el Ring, los relatos de mi padre y hermanos mayores, aprendí a amar la lucha libre en mi remota niñez, y eso me llevó a ser un espectador infaltable los domingos por la tarde desde las graderíos de madera o desde un agujero que había en el amplio portón de madera de la Arena Metropolitana, cuando no podía pagar el entrada, deleitándome con los lances y acrobacias de figuras como Ray Manzur, The Rayman, The Tempest, John Gil Don, el Conde Rojo, el Tapatío, Ciclón Cuscatleco, El Bucanero, Sordo Modo Cruz, Zaz I. 




Buceando en la red, las visitas que el Santo hizo a El Salvador, me encontré con una foto del Enmascarado de Plata con el comediante, Aniceto Porsisoca en la portada del suplemento Septimo Sentido de La Prensa Gráfica del 12 de abril de 2009. El lugar del encuentro de los dos íconos del espectáculo es lúgubre, parecen ser los camerinos desvencijados de la extinta Arena Metropolitana. 

                                


Descubrí que Santo se presentó el sábado 5 de septiembre de 1960 en el Cine Popular (hoy ex cine Libertad), en una cartelera nocturna donde también participaron Blue Demon (1922-2000)  y Huracán Ramírez (1926-2006) y entre los salvadoreños intervinieron Zas I y Kaly Valdez. El ídolo azteca hizo dupla con su compatriota Huracán Ramírez, para enfrentar a Jorge Allende y Sugi Sito (1926-2000). En la pelea  semi estelar otro luchador legendario, Blue Demon enfrentó a su coterráneo Silver Fox(1940-2020).      



Luego detecté que Santo se presentó en El Salvador, el mismo día miércoles 12 de enero de 1966 que el presidente México Gustavo Díaz Ordaz arribó al Aeropuerto de Ilopango, siendo recibido por el presidente Julio Adalberto Rivera y por una multitud de cerca de treinta mil salvadoreños. Según comentarios en Facebook el luchador azteca enfrentó en una sola lucha al Olímpico. 

Un día de febrero de 1984, mientras cursaba primer año de bachillerato, al hojear un periódico matutino fui estremecido por una impactante noticia “la muerte había vencido a El Santo”, tan solo diez días después de haber revelado su rostro en el programa “Contrapunto”, que abordaba el tema “Lucha libre, maroma, teatro o deporte”, conducido por Jacobo Zaludovski. El 5 de ese mes y año, mientras el ídolo ejecutaba un acto de escapismo en el teatro Blanquita, víctima de un infarto, cayó hincado, se toco el área del corazón y se desplomo frente a su público, para no levantarse nunca más.                                                  

   
    

La personalidad más cimera del cine fantástico mexicano, tiene ahora una estatua y un museo en su ciudad natal en Tulancingo, Hidalgo y una efigie en el Museo de cera de la ciudad de México y sin lugar a dudas, un espacio prominente en el imaginario colectivo. Y yo como tantos niños de los sesentas y setentas lo evoco como una de las más entrañables figuras que recrearon el ilusorio mundo de mi infancia, cuyos recuerdos me acarician como oleadas de aire fresco.


                                                    


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