Alberto Cortez, llamado “el gran cantautor de las cosas simples” nos dijo adiós el 4 de abril de 2019, al partir se llevó parte de mi vida. Crecí disfrutando, meditando y cultivando valores con sus exquisitas canciones, en momentos de soledad y recogimiento sus melodías me inyectaban motivación.
Caracterizado por su pluma fina y elegante, combinó de manera magistral la inteligencia con el sentimiento. Con sus poemas musicalizados ejerció una enorme influencia en mi adolescencia y juventud. En 2007 publicó en Guayaquil, Ecuador, un libro denominado “Alberto Cortez, por los cuatro costados”, que incluye una pequeña autobiografía, poemas, cartas y una recopilación de sus libros anteriores.
Hizo una dupla formidable de filósofos de la cotidianidad con Facundo Cabral a mediados de lo noventa, que recorrieron América bajo el eslogan "Lo Cortez no quita lo cabral", el espectáculo tuvo tanto éxito que fue reeditado bajo el título "Cortesías y Cabralidades".
Hizo una dupla formidable de filósofos de la cotidianidad con Facundo Cabral a mediados de lo noventa, que recorrieron América bajo el eslogan "Lo Cortez no quita lo cabral", el espectáculo tuvo tanto éxito que fue reeditado bajo el título "Cortesías y Cabralidades".
Cortez fue un artista con gran sensibilidad que sentía el pensamiento y pensaba el sentimiento. Era un referente para la juventud de los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado, el típico artista sensato, justo, ecuánime que acaricia el alma, alienta la razón y señala nobles derroteros a sus seguidores.
Por cierto Cortez tenía la gentileza de obsequiar una presentación en la Universidad de El Salvador, cada vez que daba un concierto en el país, compartía su canto con la juventud estudiosa, sabedor que muchos estudiantes eran de escasos recursos y no tenían los medios para pagar la entrada a un concierto.
Su legado musical es vasto, pero para mi dos de sus tonadas me impactaron especialmente, al punto de convertirse en lemas de vida: "Siempre hay algo más", que me elevaba el ánimo cuando flaqueaba y “Castillos en el aire” que nos invitaba a abrazar sueños quijotescos.
Cortez es autor de insuperables canciones como “El árbol y yo”, que rescata el amor por la naturaleza, visualiza al árbol como un entrañable amigo, casi un hermano, confidente de aventuras íntimas, el que nos acompañó en etapas tan queridas como la infancia y adolescencia, que una vez agotadas las recordamos con un dejo de melancolía. En 1970 el gobierno mexicano adoptó y utilizó “Mi árbol y yo”, para una campaña nacional de reforestación.
En la línea temática de "Castillos en el aire", otro tema finamente hilvanado es “Mi bicicleta luz”, que también ejemplifica la importancia de cultivar los sueños "inviables", utopías que se consideran irrealizables, de romper la rutina, aun bajo el riesgo que nos califiquen de “locos”. En ambas tonadas nos exhorta a atrevernos a marcar la diferencia, a renovar nuestro pensamiento continuamente, a liberarnos del hastío, a no cesar en el empeño de explorar nuevos horizontes.
En su haber se cuentan lindas melodías que nos inspiran a luchar por un noble ideal, a no desmayar, a ir siempre a la vanguardia, desafiando los obstáculos, en medio de un entorno adverso que boicotea nuestros sueños, entre ellas: “Arriba la vida”, “Camina siempre adelante” “Siempre hay algo más”, “A partir de mañana”.
En su vasto repertorio figuran también primorosas canciones como “Miguitas de ternura” y “Juan Golondrina”, que entrañan un vehemente llamado a dar amor a personas socialmente excluidas, que sufren regularmente un cruel rechazo, y en el menor de los casos la indiferencia, como los niños desamparados que pululan por el mundo implorando caridad, las muchachas de la noche que asoman por las esquinas ofreciendo su piel como producto de intercambio y el abuelo solitario y cansado que da de comer a las palomas en la plaza.
Una preciosa y conmovedora tonada es “A mis amigos”, que nos coloca como deudores de nuestros amigos, quienes tienen la monumental benevolencia y la infinita paciencia de perdonarnos el mal humor, las dudas, las vanidades, los temores, las espinas más agudas, la negligencia, las discusiones por tonterías, y pese a ello, nos prodigan abrazos, ternura, y lo que es mejor aún, comparten con nosotros las facturas que nos presenta la vida paso a paso.
En el singular tema “Pequeño burgués”, hace una magistral radiografía de un prototipo de persona bastante común en la sociedad de consumo, que se vanagloria, egocéntrico por excelencia, hace alarde de lo que no es y no tiene, suele cultivar los valores aparentes (lujo, belleza, confort, marcas de prestigio), el cinismo (la hipocresía), la doble moral, la mudanza de posiciones o criterios, según las conveniencias.
Una de sus tonadas más trascendentales es “Cuando un amigo se va”, dedicada a su padre, a quien Alberto vio por última vez desde la cubierta del barco, cuando lo despidió en el Puerto de Buenos Aires, agitando un pañuelo blanco. Al recibir la noticia de la muerte de su padre daba un concierto en el Hotel Hilton de Madrid y al terminar la presentación salió a recorrer muchísimas calles en solitario. Al retornar de su andanza dispuso escribir el emblemático tema. Esta canción junto a “Gracias a la vida” y “Alfonsina y el mar”, son consideradas según encuesta de un periódico de Chile, como las tres mejores canciones en castellano del Siglo XX.
Las canciones de Cortez son un soplo de moralidad, en un mundo contaminado por la inmundicia y los vicios, donde campea la ley de la selva y en ese sentido, una de las tonadas que más escuché en mi juventud fue “Hasta cuando”, en la que denuncia la corrupción de los líderes políticos, religiosos, de los abogados, el terror que propalan ciertas ideologías, la perdida creciente de valores, que conducen al globo terráqueo a la ruina material y moral.
En su canción “Una vueltita más”, lanza un grito contra la creciente carrera armamentista, denunciando que las superpotencias habían dividió en dos esferas de dominio nuestro planeta.
Alberto Cortez alzo su vuelo a la eternidad justo a los 79 años, dejándonos de herencia un bellísimo cancionero. Sin duda se mudó a sus castillos en el aire, pero asegurándose un rincón en el alma de sus miles de admiradores, quienes cada día le llevaran una rosa imaginaria, reviviendo el romanticismo y los ideales que aquel "aprendiz de quijote" propaló.
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