lunes, 29 de julio de 2019

LA COMPAÑERA QUE ME INSPIRO UNA ENTRAÑABLE CANCIÓN


Por Joaquín Rivera Larios




Justo en la cintura de 1989, año de la ofensiva final, tuvo lugar en la Sala de recepciones Tifani, ubicada en la Colonia Escalón, un duelo de beldades protagonizado por agraciadas compañeras, de finos rasgos y esculturales siluetas, entre ellas, Ana Beatriz Cisneros, Sandra Lorena Landaverde, (Miss San Miguel 1987 y Reina del Carnaval), y dos candidatas de tez blanca, cabello castaño y ojos almendrados: María Luisa Sansivirini y Patricia Orantes.

Aquella noche fue testiga de una espléndida gala, en la que el público y los jurados Roberto Mendoza Jerez e Irma Lidia Ortega Vallecillos presenciaron un derroche de gracia, elegancia, hermosura y simpatía, que culminó con la coronación de Ana Beatriz Cisneros como Reina de la Facultad de Derecho de la Universidad José Matías Delgado. Le fue impuesta la banda por el Decano de la Facultad, Carlos Quintanilla Smith y la corona por la reina saliente Narda Regina Castro.

La sorpresa estalló en 1990, cuando cursaba octavo ciclo en la Universidad y en la clase de Derecho Tributario, impartida por el profesor Ricardo Mendoza Orantes, ocurrió un hecho insólito: la imprevista presencia en nuestra sección de Ana Beatriz Cisneros, la flamante reina de la Facultad. Provenía de las filas de la Escuela Americana. Iba a decimo ciclo.   

Quizá porque no necesitaba blusas escotadas, tacones altos ni minifalda para impactar, más bien ataviada con faldas largas,  proyectaba una imagen marcada por el pudor y el recato,   Ana Beatriz Cisneros, concitaba un extraño consenso entre compañeras: nadie le restaba méritos a su belleza, elegancia  e imponente presencia.

Por el contrario, las compañeras cuando la veían recorrer  majestuosamente los pasillos solían decir “Cállense, cállense, allí viene ´Minuto de silencio’”  Y se replegaban a ver el gesto boquiabierto y mudo del colectivo masculino que dirigía sus pupilas hacia ella. Y en seguida las compañeras remataban con sorna: “Miren como los tiene”. Beatriz deslumbraba sin querer queriendo: guiñaba su ojo, saludaba y sonreía a su paso. Para mí su sonrisa era tan resplandeciente que me cegaba.  

                                        



Su presencia en las clases de Derecho Tributario era un suceso.  Ingresaba cuando la clase ya había comenzado, el profesor Mendoza Orantes pronunciaba su nombre, cambiaba el tono de voz, y contemplaba su recorrido al pupitre con agudeza.  Suscitaba alguno que otro murmullo, pero por lo general el silencio se agudizaba.

En mi trajinar de infructífero y frustrado escritor de canciones, la vida en soledad me había hundido en un idealismo febril, que me incitaba condensar en un tema los atributos de una mujer ideal que despertara la máxima admiración posible. Y fue justamente la inquietante presencia de la reina de la Facultad de Derecho en nuestra sección, recibiendo clases junto a nosotros, la que encendió la chispa creativa de la canción que venía acariciando “La reina de mis sueños”.

Una canción es una radiografía de los sentimientos, una fotocopia de los recuerdos, una letra y un sonido que congelan el tiempo. La imagen de Beatriz y aquellos maravillosos años en la Universidad José Matías Delgado, sobrevienen a mi memoria como un soplo de brisa fresca, cuando evoco con emoción la letra y acordes de mi propia creación: “La reina de mis sueños eres tú/la musa que arrulla mi corazón/la belleza en su máxima expresión/mi dulce obsesión/mi dulce obsesión”.      

Con el devenir de los años, me embelesé en chicas extravagantes que hacían alarde de sus atributos físicos, de indumentaria estrambótica, que exudaban sensualidad, pero cuando veo en retrospectiva aquella imagen candorosa de Ana Beatriz Cisneros, reflexiono que también la belleza puede brillar plenamente acompañada del pudor y del recato.

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