lunes, 11 de enero de 2021

DEMUESTRA TU BONDAD

Por Joaquín Rivera Larios




Cuando reflexiono en la bondad como una forma de volver más amable, fraternas y cálidas las relaciones interpersonales, vuelve a mi mente la emotiva tonada “Todos”, ganadora del Festiva OTI Internacional de la canción 1986, escrita por la cubana Vilma Planas e interpretada por Damaris Vasquez, Miguel Ángel Guerra y Eduardo Fabián, cuyo estribillo dice: “Ven, unamos nuestras fuerzas/ ven, que no existan barreras/ven, que el mundo es para todos/ven, demuestra tu bondad”.
 
                                                


La bondad impregna lo bueno, dulce, amable, apacible, empático, que aflora en este valle de lágrimas. Hay que demostrar a diario la bondad, para endulzar las penas, promover el bien, expandir la buena vibra, mejorar el clima organizacional en las empresas, sobrellevar los sinsabores de la vida, llevar un halo de esperanza al desvalido. Es menester cultivar la bondad, para ir contrarrestando la hostilidad y la desdicha que campea en los espacios que interactuamos.

Es el alma mater de todos los valores, es una huella dactilar que imprimes sobre todo lo que haces. Invertir bondad es una ganancia segura, porque la vida es un eco que te devuelve lo que das. Las caricias, las palabras amables, las sonrisas sinceras, los cumplidos honestos, el acto de escuchar atentamente a otros, tienen un poder para transformar vidas, o al menos endulzarlas. 
              
Hay que hacer sentir grandes a los demás, con actos generosos. Como decía el conferencista mexicano Miguel Angel Cornejo: “La vida es una oferta no una demanda. El que más ofrece más gana”. Y no necesariamente son ganancias materiales, sino la paz y la placidez que generan la satisfacción del deber cumplido, de haber ejecutado obras que aumentan la suma de bien sobre la faz de la tierra.

La bondad despliega un poder bienhechor, transformador, capaz de generar estados de bienestar, de aliviar el dolor, de satisfacer necesidades básicas. Está asociada con la solidaridad, la generosidad, la humildad, mansedumbre y el respeto. Contribuye a la proliferación del afecto, la afinidad y la unión de los conglomerados sociales.
                                                                                      



 P
uede ser que el abrir nuestra billetera nos haga llorar, al constatar que no tenemos ni un centavo, pero si obsequiamos amistad, alegría, esperanza, buen humor, si hacemos reír, hacemos una obra de bien, aunque estemos devastados por dentro, porque ello contribuye a atenuar las penas, a olvidarlas por algún momento. Proverbios 15: 13 nos recuerda: “Un corazón alegre, hermosea el rostro”.

Allá donde hay toneladas de desamor, de angustia, de impotencia, frustración, zozobra, unas libras de bondad, pueden aminorar la suma de desventura existente. La antítesis de la bondad es la maldad, característica de aquellos que ejecutan conductas perjudiciales, destructivas o inmorales y arrastran sufrimiento moral o físico. Romanos 12:17 nos recuerda: “No devuelvan mal por mal a nadie. Provean cosas excelentes a vista de todos”.

La caridad sin humildad es vanidad. Si extiendes tu mano debes tener la convicción de no esperar nada a cambio. El engreído y jactancioso contamina sus acciones virtuosas. El jactarse es buscar la propia gloria, es dar rienda suelta al egocentrismo. La bondad genuina coloca al beneficiario como centro y fin de nuestra acción. Santiago 4: 16 nos recuerda: “Pero ahora os jactáis en vuestra arrogancia, toda jactancia semejante es mala”.

Para ser realmente grande, hay que estar con la gente no por encima de ella. El Papa Juan XXIII, probablemente el Papa más bromista de la historia, solía autodenominarse  "el siervo de siervos", haciendo honor a Marcos 10: 43-45: “…el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir…”




sábado, 9 de enero de 2021

LAS MUSAS QUE INSPIRARON ENTRAÑABLES CANCIONES

Por Joaquín Rivera Larios


         
En lo personal me cuesta concebir una creación intelectual (un poema, una canción, una obra literaria, pictórica, fílmica), sin que exista un poderoso resorte que cual fuerza propulsora haga aflorar a la superficie el talento de los artífices, que resulta de una combinación de emoción tamizada por el pensamiento y aderezada por un halo de magia, ingredientes que al aliarse desembocan en una creación prodigiosa.

Cuando son los atributos especiales de una mujer, los que son capaces de generar ese revulsivo creativo, a ese ser le llamamos musa, emulando a las diosas inspiradoras de la poesía que habitaban en el Parnaso griego y cuya paternidad se le atribuía al Dios Zeus.





Y así al repasar en fila a tantos talentos veremos que en sus canciones, para centrarnos en este género del arte, subyacen atributos, vivencias que compartieron, emociones que les reverberaban las musas que los cautivaron.

La vibración que genera en un autor o compositor la admiración y el deseo por una mujer atractiva, ha sido estudiado por Napoleón Hill en su libro “Piense y hágase rico”, cuando aborda la transmutación sexual que es el proceso de reencauzar la energía sexual y transformarla en una fuerza creadora para dar a luz obras literarias, música u otras obras de genio. Y se ha llegado a decir que es justamente en esa transmutación que radica el secreto de la capacidad creadora, pues las ideas brillantes colman la mente del sujeto que es arrastrado por esa potente emoción y se siente dotado de un superpoder de acción.




Ricardo Arjona se pregunta en el tema “El otro lado del sol”, que no sabe cómo hacen los poetas para encontrar sus musas, dejando entrever el deterioro ético, la decadencia moral imperante en sociedad moderna. Pero al margen de los valores inherentes al ser que motiva la obra, en el sujeto creativo se agita un idealismo muy arraigado que hace que le atribuya más cualidades al ser o bien exagere los atributos de la fuente que nutre su inspiración.

Cuesta concebir, un Agustín Lara sin la prodigiosa presencia en su vida de María Félix, la máxima diva del cine mexicano, que le inspiró “María Bonita”, y otros temas; el excepcional talento de José Alfredo Jiménez, que compuso “el Rey”, “Tú y las nubes” sin la poderosa motivación que le inyectara la cantante, Alicia Juárez, su última esposa; las composiciones de John Lennon, líder de The Beatles, la banda inglesa más trascendental de la historia, sin el influjo de la artista japonesa, Yoko Ono, quien le indicó nuevos caminos expresivos.

Además de su talento, Verónica Castro, la cantante, presentadora y actriz mexicana, siempre se ha destacado por su belleza. Desde muy joven fascinó a diversos autores, quienes le dedicaban libros, poemas y canciones. Una de las creaciones más celebres que surgieron inspiradas en su atractivo fue la canción “Verónica” que escribió el compositor Carlos Blanco (también compositor del himno del club de futbol América) y que popularizara el cantante Víctor Yturbe “El Pirulí”, bolerista asesinado en 1987. Se especula que Verónica fue novia de ambos.




El poder evocador y expresivo de la narrativa visual del vídeo “La Incondicional” (1988), tema interpretado por Luis Miguel y fruto de la magistral pluma de Juan Carlos Calderón, me ha hecho pensar que la modelo, Carolina Meléndez, es la musa que inspiró esa entrañable canción. Tal material es una verdadera obra de arte, comparable con una magna producción hollywoodense, a tal punto que fue considerado por el canal VH1 Latinoamérica el mejor vídeo musical en español de los ochenta.


Por cierto Juan Carlos Calderón, compositor de “Eres tú”, “Tómame o déjame” (Mocedades), “Te amaré” (Miguel Bosé), “Miénteme”, “Fría como el viento” (Luis Miguel), “Me amarás” (Ricky Martin) tuvo una fuente de inspiración muy especial: la destacada interprete y autora, Amaya Saizar, vocalista de Trigo Limpio y del grupo Bravo, a quien le dedicó “Quien te cantará”, según lo reveló ésta en una entrevista a una radio argentina. Saizar compuso la deliciosa tonada “Lady, Lady”, con la que representó a España en el Festival Eurovisión en 1984, obteniendo un honroso tercer puesto, tema que fue número uno en Alemania y arrasó en Hispanoamérica.




Un cantautor que ha reconocido que sus temas son autobiográficos es José María Napoleón que compuso a finales de los setenta “Ella se llamaba”, dedicado a su segunda esposa: la mítica Martha Eugenia Ortiz, Miss México 1978 y cuarto lugar en Miss Mundo, quien lo abandonó con un hijo del cantante en su vientre. Este relató que fue un momento de mucha tristeza, en el que su entonces esposa se marchó sin más y de esta historia surgió: “Ella se fue una mañana/y dejo mi casa llena de dolor. /Ella se me dejo llorando/Si olvidar pudiera, si pudiera Dios… Ella se llamaba Martha, / ella se llamaba así…”

En 1975 Camilo Sesto dio a luz “Melina”, composición que tiene una significación muy especial, por el perfil de la mujer homenajeada, por trascender los linderos de lo romántico y el contexto socio político en que surgió. Fue dedicada a Melina Merkiúri, actriz y activista opositora griega que fue despojada de su nacionalidad y exiliada en Francia por la Dictadura de Los Coroneles. La canción surgió cuando Melina, desafiando la represión, logró regresar a Grecia y convertirse en Ministra de Cultura.




El gran legado musical de Joan Sebastián, se le debe en parte a varias musas famosas, entre ellas se cuentan Thalía a quien dedicó “Secreto de amor”, Lucero, a quien compuso “Mi primer amor” y un disco completo titulado “Un lujo”, a Maribel Guardia le dedicó “Envidia”. Joan confesó que a la actriz Kate del Castillo, le escribió varias canciones, prometió que algún día las grabaría y se las daría. Causo revuelo después de su muerte que “Eso y más”, fue una de las canciones que le inspiró Salma Hayek, la única artista mexicana nominada al Oscar como actriz principal por el film “Frida”. 

 Me llama especialmente la atención el poder de atracción que despliega la actriz Kate del Castillo que deslumbro a Joaquín “El Chapo” Guzmán, por su papel de Teresa en “La Reina del Sur” y en su mocedad cautivó a dos ídolos juveniles Luis Miguel, con quien tuvo un romance fugaz y Ricky Martin, quien la invitó a protagonizar en febrero de 1996 el vídeo de su canción “Nieve de día, fuego de noche”, en el que interpreta a una novia hospitalizada en un psiquiátrico, debido a un trastorno bipolar, vídeo en el que se intercalan paseos en la playa y momentos de intimidad con escenas de la internación, rodeada de médicos y pacientes.




En agosto de 2014 medios de prensa internacionales dieron cuenta, con motivo de la filmación de vídeo “Lo poco que tengo” en las paradisiacas islas de Roatán, Honduras, que la top models y actriz venezolana Norelis Rodríguez, es la musa de Ricardo Arjona. Al contemplar a la venezolana, no queda duda que el genio de Arjona fuese energizado por la belleza, el carisma, la prestancia, la simpatía y la sencillez de Norelis, cuya presencia jugando con el imponente paisaje costero queda grabada hasta en los ojos del espectador más exigente.




A veces el artista cae en una sequía creativa, las ideas, la imaginación lo abandonan, se pierde en un desierto de símbolos e imágenes grises que lo desconciertan; su voz, su piano y su guitarra callan, el luto y el vacío inundan su espacio. Es aquí donde aparece el rol providencial de la musa para salvar el talento dormido de la postración y devolver esa locura creadora para confeccionar verdaderas joyas musicales. Ese fue el rol Pattie Boyd, la gran musa del Rock, la modelo inglesa que inspiró a dos músicos geniales: George Harrison y Eric Clapton, el primero le dedicó Something y el segundo los temas Layla y Wonderful tonight.




viernes, 8 de enero de 2021

SIEMPRE HAY ALGO MÁS

Por Joaquín Rivera Larios



Cuando era un mozalbete me inspiraba en algunas tonadas de la música popular “Siempre hay algo más” “A partir de mañana”, de Alberto Cortez y “Cantares” de Joan Manuel Serrat, entre otras, plagadas de filosofía de la vida que inyectan anhelos de superación. Como una predicción Cortez escribió “A partir de mañana”, justo cuando cumplió cuarenta años y estaba a la mitad de su vida, ya que murió cuando rozaba los ochenta años.

Cumplir años es una sensación agridulce: por un lado, paladear el privilegio de estar vivo, de despertar cada mañana con una ilusión, de sentirnos todavía pasajeros del globo terráqueo; y por otro, la sensación desgarradora que nos aproximamos inevitablemente a ese árido e insondable terreno de la vejez que trae consigo un descenso gradual de las facultades físicas y mentales y un aumento del riesgo de enfermedad. 




Cumplir años es interiorizar que en la cuenta regresiva cada día inevitablemente nos aproximamos al fin, pero también es una oportunidad de ser arquitectos de un nuevo destino. Cada día nos provee la oportunidad de volar otros cielos, de surcar nuevos mares, de reparar agravios, de trepar muros para ver el rostro del futuro. Cada día es un lienzo para colorear nuestra impronta personal, una oportunidad de consolidar el legado espiritual que nos permitirá trascender.

A los quince años leí "El hombre mediocre" de José Ingenieros y encontré pensamientos que me martillan a cada hora y que me han dado por igual penas y satisfacciones: “El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad…su característica pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formarse ideales propios ”. En tanto, “el hombre superior …es precursor de nuevas formas de perfección, piensa mejor que el medio en que vive y puede sobreponer ideales suyos a las rutinas de los demás”.


La reflexión del poeta español Antonio Machado, que murió exiliado en Francia, inserta en la canción de Serrat de 1969 también me ha resonado como estribillo a lo largo de mi existencia: “…Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar…"






                                            
Algo que me marco también fue leer el libro los “Siete hábitos de las gente altamente efectiva”, en el su autor Stephen R. Covey, nos sugiere que para proyectar la personas que debemos ser, debemos imaginarnos nuestro funeral y pensar que quisieran que dijeran de nosotros frente al ataúd nuestra esposa, nuestros hijos, demás familiares, amigos y compañeros de trabajo, al hacer un recuento de la forma en que enriquecimos sus vidas. Covey nos invita a preguntarnos: ¿Qué carácter te gustaría que ellos hubieran visto en ti? ¿Qué aportaciones, qué logros te gustaría que recordasen? ¿Cómo te gustaría haber influido en sus vidas?
                                                        

                                                
Aunque quizá sea un postulado que he atropellado en mi trajinar también me dejó profunda huella el lema de la Universidad José Matías Delgado en la que estudié: “Omnia cum honore” (“Todo con honor”), esa actitud que nos mueve a actuar correctamente, a reconocer los méritos de los demás, a no obtener beneficios indebidos, a no atropellar la dignidad de la gente y tratarla con deferencia. En mis cavilaciones, traigo a cuenta frecuentemente esta frase: “Una reputación honorable es un segundo patrimonio”.



                                                

                                                    
Hay que analizar y vigilar el efecto de nuestros actos, algunos de los cuales seguirán surtiendo efectos después de nuestra muerte. Por el ejercicio del notariado, me ha correspondido oficiar muchos matrimonios. Hubo un momento en que vi el matrimonio como un acto rutinario más, hasta que comprendí la trascendencia benéfica que un matrimonio sólido, cimentado en valores puede tener para los hijos, la familia, la sociedad, inclusive para la economía del país, si la pareja logra prosperar sobre la base del trabajo honrado. 

Pensé que de esa unión podría desprenderse la felicidad de varias generaciones de descendientes, a partir de esta compresión trate de darle al acto toda la importancia y la solemnidad que un notario podía darle. Reflexioné que las fotos de esa boda serán un tesoro para los hijos que aún no han nacido.



La combinación de estos pensamientos me dio un ideario: por un lado, el deber de ser original, de luchar a mi manera muy peculiar contra esa lastre de la mediocridad, de erigir una personalidad acentuadamente diferente para enriquecer con mi unicidad el entorno y dejar un buen recuerdo, porque con el tiempo solo seremos una imagen que será recordada ; y por otro lado, la posibilidad de explorar nuevos mundos, de abrir sendas que otros puedan transitar.
                                            

La vida me ha dado una familia, un hijo que en mi mente adolescente dibujé, cuyos sueños yacen en otro territorio, cuyos ideales gravitan en otra galaxia inasible para mi entendimiento, pero pese a esa brecha entre su mundo y el mío, es una razón para luchar, para no desmayar, para soportar las pruebas, para buscar la luz al final del túnel. Me recuerda cada día que debo ponerle cimientos firmes a los castillos en el aire que tantas veces he construido.


En ocasiones hallo sosiego en tonadas de Alberto Cortez, el cantor de mi juventud, y vuelvo a escuchar con un dejo de nostalgia, pero con la misma emoción adolescente “Siempre hay algo más”. Este tema recuerda que siempre hay algo más, rosas para dar en lugar de espinas, un abrigo que dar al desvalido, algo que salvar de un naufragio, algo que rescatar de una causa perdida. Sobre todo luces que tener encendidas. Como sugiere el cantor, es imperativo crecer, aprender y madurar, porque siempre hay algo más, algo más allá de la propia muerte.


        

domingo, 3 de enero de 2021

LA FELICIDAD: UN ENFOQUE DESDE EL FUERO INTERIOR

 Por Joaquín Rivera Larios



Recuerdo dos canciones que participaron en los Festivales OTI de la Canción Iberoamericana “La Felicidad” de Gualberto Castro y la “Felicidad está en un rincón de tu corazón”, de Alfredo Alejandro, ganadoras del Festival en 1975 y 1987, representado a México y Venezuela, respectivamente.



La primera canción expresa: “La felicidad no es lugar, no es un puerto, es una forma de navegar, por esta vida que es la mar”. La segunda nos sugiere: “La Felicidad está en un rincón de tu corazón...”; y añade: “…es saber amar, saber perdonar...”, “…es amarte a ti, sin sentir temor”. En las estrofas subsiguientes Alfredo Alejando advierte: “y a menudo al caminar, se confunde el corazón, y encontramos el dolor, al buscar felicidad y amor”, “la felicidad está en un jardín que hay dentro de ti”.



En ambas canciones populares se visualiza un punto medular: que la felicidad es una construcción interior, es una creencia, una opinión y no requiere necesariamente circunstancias externas óptimas o ideales. En este sentido, Epictecto de Frigia sostenía: “La autentica felicidad siempre es independiente de las circunstancias externas. Practica la indiferencia para con las circunstancias externas”.

Pues bien, la felicidad es una armazón o entramado de ideas y creencias positivas y optimistas que nos permiten elevar nuestros pensamientos y sentimientos por encima de un entorno que con frecuencia es hostil y adverso. Es una actitud frente a la vida, es una disposición de ánimo, que nos permite valorar y justipreciar los bienes y aspectos positivos que nos rodean.

                                                          

             

La dicha surge de la postura que nos permite apreciar que el vaso está medio lleno y no medio vacío. Implica asumir la actitud de Chespirito cuando dice: “tómelo por el lado amable”, visualizar las cosas desde el cristal del optimismo, que nos conduce a apreciar oportunidades donde otros ven dificultades, ver luces donde otros ven sombras, vislumbrar ventanas donde otros observan muros, centrarse en apreciar la flor y no las espinas.

El cantante Alfredo Alejandro también nos advierte que podemos confundirnos de camino, y encontrar el dolor, al buscar gozo y amor. Esto sucede cuando nos confundimos en el oropel y en los espejismos del mundo, cuando queremos extasiar nuestros sentidos buscando deleites materiales, buscamos la comunión física con cuerpos vacíos, pero no encontramos el amor y el afecto que es lo que más necesitamos.
                                                                    






Al final de la jornada, terminamos con la vida embargada y extraviada, confundiendo felicidad con la diversión o con placeres fugaces, y dirigiendo la mirada al techo de la casa en condición de entonar aquella canción dedicada a la lucha contras las drogas, popularizada en los años noventa por el dúo Rucks Parker:

“…que te queda después de comprar locura a plazos…tres cuartos de nada, las manos vacías, el lobo feroz se fue cuando dormías, tres cuartos de nada, desechos de un verso, un barco sin puerto, un puerto sin mar”. 




No debemos ver la dicha como una secuencia ininterrumpida de actos, en los que no aparece ni por asomo el infortunio. Lo que debemos hacer es optimizar cada instante de la vida, extrayendo la miel, olvidando la hiel, que entraña cada momento. Al reconocido escritor chileno Roberto Bolaño le preguntaron en una entrevista cuándo había sido más feliz en su vida, y dijo: “Yo he sido feliz casi todos los días de mi vida, al menos durante un ratito, incluso en las circunstancias más adversas”.


En medio de la desolación del terremoto de 1986, se oía en los hogares salvadoreños a Valeria Linch y Marco Antonio Muñiz, entonando una preciosa canción “Para no estar triste en navidad”, y en ella nos invitaban a resurgir, a renacer en navidad, como el ave fénix que no muere, nos exhortaban a desalojar de escombros nuestro interior, haciéndole trampas al dolor, a remendar el corazón, dando la espalda a las nuevas penas y haciendo pedazos todos nuestros fracasos. 



Es preciso no confundir la felicidad con otros estados del ánimo o situaciones, como la diversión, la alegría o el éxito. Para el caso, la dicha es un estado de paz, armonía y satisfacción más o menos permanente, la diversión descansa en pasatiempos o en placeres momentáneos. “Las diversiones son la felicidad de la gente que no sabe pensar”, sostenía Alexander Pope. Salinger hace el siguiente distingo: “La diferencia entre alegría y la felicidad, es que la alegría es un líquido y la felicidad un sólido”. Aristóteles, el filósofo griego, formula una distinción adicional: “El éxito consiste en obtener lo que se desea. La felicidad, en disfrutar lo que se obtiene.”