domingo, 26 de mayo de 2019

EL CEREBRO DE LA SELECCIÓN QUE CLASIFICO A ESPAÑA 82




Por Joaquín Rivera Larios

Desgraciadamente la memoria es corta e ingrata y suele sepultar las épicas jornadas que protagonizaron sobre el césped las figuras del balompié criollo. Es bueno desempolvar los recuerdos del director de orquesta, del armador del medio campo, fino, exquisito, animoso, considerado el mejor volante creativo en la historia del fútbol salvadoreño. 


                                        
Los cerebros en el medio campo son escasos, aquellos que dirigen el ataque, que le inyectan ritmo y pausa al equipo, que maniobran bien en espacios cortos y que saben regatear, desmarcarse, generar espacios vacíos y colocar el balón en los pies del compañero mejor ubicado de cara al arco rival. No en vano cubría su espalda con el número diez, guarismo que en el deporte regularmente se reserva a los que rozan la excelencia.





Era un líder, que manejaba un fútbol vistoso, caracterizado por la inteligencia y la buena técnica, el cual exhibió en clubes nacionales y extranjeros. En el solar patrio jugó en CD Universidad de El Salvador (1974), en ANTEL (1975), en 1976 recaló en el Atlético Marte, club con que el brilló a plenitud ganando dos campeonatos de liga en las temporadas 1979-1980 y 1985. Al frente del "bombardero marciano" alternó con figuras de la talla de Miguel González, Ramón Fagoaga, Mario Figueroa, Raúl Snal, Mauricio Perla. Culminó su rutilante carrera defendiendo los colores de CD FAS en los noventa.


 
En el plano internacional, tuvo un fugaz paso por el Monterrey de Mexico (1977), en España vistió los colores del Cartagena FC (1982), CF Palencia (1982-1983) y Valencia CF (1983-1985). En canchas ticas jugó para la divisa de Herediano (1986 a 1987), equipo con el que obtuvo el campeonato de liga. Posteriormente viajó a Guatemala para enrolarse con Deportivo Jalapa (1988 a 1990) y Deportivo Escuintla (1991-1992). 



En las eliminatorias mundialistas Norberto Huezo es uno de los tres salvadoreños que le han anotado a México en suelo azteca. Le anotó el tanto al equipo mexicano el 12 de octubre en la Hexagonal de 1977. Los otros dos jugadores salvadoreños son Oscar “el Lagarto” Ulloa (18/04/1993) y Julio Martínez (10/10/2009). En total “el pajarito” anotó 16 goles con la casaca de la Selección y participo en tres eliminatorias rumbo a Argentina 78, España 82 y México 1986. 





El 21 de diciembre de 1980, El Salvador clasificó a la Hexagonal de Honduras, gracias a un gol de bolea que “el pajarito” le hizo en el segundo tiempo al portero chapin Ricardo Jerez, a pase de Joaquín Alonso Ventura luego que éste condujera el balón con gran solvencia. El Estadio Cuscatlán retumbó con el marcador final El Salvador 1 Guatemala 0.

                                                    

                    
En la memoria colectiva quedó grabado que clasificamos a España 82, gracias a la magistral jugada de Jorge “Mágico” González, quien arrastró varias marcas desde la medianía de la cancha, hasta disparar al portero mexicano, hundiendo el balón Ever “la Gacela” Hernández en el arco azteca, pero al final la clasificación se dio por uno combinación de resultados: el providencial triunfo sobre Haiti que devino de un gol en tiro de penal de Norberto Huezo y el empate 0-0 de Honduras frente a México. 



Uno de los mejores artículos que leí con motivo del centenario de la Prensa Gráfica fue el que se publicó el jueves 19 de febrero de 2015, bajo el título “De esos creativos que el fútbol añora” en honor a Norberto Huezo, "el Pajarito", quien junto a Jorge "Mágico" González, formó la mejor dupla que ha conocido el balompié cuscatleco.

                                                   







                                                                









martes, 14 de mayo de 2019

TRAS LA HUELLA DE LAS ESTRELLAS DE CINE


Por Joaquín Rivera Larios




Gabriel García Márquez le atribuye a uno de sus personajes en “Cien Años de Soledad” una singular opinión: “El cine es una máquina de ilusión, que no merecía los desbordamientos del público”. El séptimo arte proyecta imágenes que pueden no ser reales, pero producen realidades. La industria de la ilusión es altamente lucrativa, modela conciencias e incide en el imaginario colectivo, generando impresiones imborrables.

San Francisco es una ciudad con espléndidos paisajes costeros, imponentes rascacielos, emporio de las artes y centro tecnológico. Simboliza un modelo de vida liberal que le ha granjeado el epíteto de “Verano del amor”, pero también ha sido escenario de verdaderos clásicos del séptimo arte que han constituido auténticos paradigmas para producciones sucesivas.

Gracias a la gentileza de Myrna y Dustin Pearson, he transitado algunos parajes que han recorrido las luminarias del espectáculo. Al pisar esas locaciones, se percibe un viento de luz tenue que nos remonta al momento en que fueron filmadas las escenas, aun se siente la fuerza expresiva de los actores en cada caracterización. Un halo de nostalgia se respira al echar de menos a algunas estrellas ahora desaparecidas.

En estas costas se filmó “Vértigo” (1958), dirigida por Alfred Hitchock y protagonizada por James Stewart y Kim Novak. Recorrí la orilla de la costa donde en un arranque suicida Medeleine Elster (Kim Novak) se lanza a las frías aguas que bordean el Golden Gate. Justo allí, a la par de lo que fue un fuerte militar, John Ferguson (Stewart) se lanza al océano en un arrebato de osadía para arrancar de las garras de la muerte a la bella desvanecida.

Aprecié el exterior de una casa de esquina, ubicada en la Calle Lombard Jones, donde se dramatizó una tórrida escena de amor de este clásico de suspenso psicológico; y recorrí el Palacio de Bellas Artes, con estilo romanesco, circundado por una laguna artificial, en cuyos alrededores se paseó la elegante pareja de protagonistas.

En el distrito Castro, que es un centro de confluencia de la comunidad homosexual, en el que flamean muchas banderas gay, visualice el Teatro del mismo nombre y el local donde operó la venta de cámaras Castro Camera, locaciones donde se filmó “Mi nombre es Harvey Milk” (2008), film estelarizado por Sean Penn que rinde tributo al activista de los derechos LGTBI que llegó a ser concejal de la Alcaldía de San Francisco, convirtiéndose en el primer funcionario abiertamente homosexual en ocupar un alto cargo en Estados Unidos.

Caminé los mismos pasillos y escalinatas del San Francisco City Hall (Palacio Municipal) que 
recorrió el 27 de noviembre de 1978 Dan White cuando se dirigía a asesinar al Alcalde George Moscone y al concejal Harvy Milk, episodio que también registra la película. Este monumental edificio, erigido en 1915, también fue testigo de la boda de Marilyn Monroe con el beisbolista Joe Dimaggio el 14 de enero de 1954.

La prematura extinción de Marilyn Monroe el 5 de agosto de 1962, ha generado un duelo perenne y agigantado su mito. Cualquier paraje relevante en que su escultural estampa haya permanecido, reviste para sus fans un valor histórico y turístico incalculable. Así pude contemplar la fachada de una casa ubicada en el distrito de la Marina, donde habitó Marilyn con Dimaggio, durante su fugaz matrimonio que solo duro 9 meses.

Otro de los parajes que contemplé fue el exterior de una casa con largas gradas externas, ubicada en el vecindario West Portal, donde filmaron escenas de “Jamine Azul” (2013), dirigida por Woody Allen y estelarizada por Cate Blanchette y Alec Baldwin. El film retrata el ocaso de una mujer de la alta sociedad neoyorquina que a consecuencia del desmoronamiento de su estilo de vida de glamour y despilfarro, se ve en la necesidad de sumergirse en un mundillo de pobreza y vulgaridad en la Bahía de San Francisco.

Una noche recorrí el exclusivo vecindario Seacliff y en la calle El Camino del Mar, vi la casa que habitó el comediante Robin Williams con su familia, antes de trasladarse a vivir con su nueva esposa Susan Schneider, a la ciudad Tiburón, condado de Marin, donde se suicidó el 11 de agosto de 2014. También visité Pacific Hights, otro vecindario acaudalado, donde vi la fachada de una residencia que simboliza el legado cinematográfico de Robin Williams y es donde se filmó “Sra. Doubtfire, papa de por vida” (1993). Esta residencia fue colmada de ramos florales y cartas cuando el mundo se estremeció con la noticia del suicidio.

Además, tuve la fortuna de visitar los contornos de los edificios de Lucasfilm, propiedad de George Lucas, el creador de la saga La Guerra de las Galaxias, ubicado en el parque Presidio, donde aprecie una estatua del diminuto Maestro Yoda, en el centro del complejo. Y al interior de los edificios se observan esculturas de Dart Vader y de Storm Trooper. George Lucas al igual que Walt Disney ha construido un universo con sus personajes y aventuras, que le ha permitido producir también videojuegos y películas de animación.

MIS PADRES


Por Joaquín Rivera Larios



Fui el último de seis hermanos. A los diez años habitaba el hogar como hijo único. Siempre he oído que es mejor el divorcio y la ruptura que una vida conyugal turbulenta, tensa, tempestuosa.  La relación de mis padres solía ser acalorada, aun así se extendió de forma intermitente de 1948 a 2004, año en que mi padre entregó su alma al Creador.  Se amaban a su manera sin expresarse muestras públicas de cariño. Esta unión dispar dejo como fruto seis hijos: cuatro hombres y dos mujeres.


Extraño verlos caminar juntos, hasta verlos discutir con expresiones altisonantes. Hicieron una dupla en los negocios. Mi padre fundó en 1948 una empresa denominada "Muebles Metálicos Rivera", fabricaba muebles de oficina y clínica, mi madre hacía las cobranzas, comparecía a las licitaciones, mediaba con los clientes, atendía reclamos. No fueron ni por asomo el complemento ideal, pero se complementaron.



Discrepaban, pero congeniaban de una manera peculiar. No lo expresaban abiertamente, pero presiento que en algunos aspectos sentían admiración mutua. Cuando medito que el matrimonio es para toda la vida, pienso en ellos. Aunque disparaban quejas, se necesitaban profundamente. En medio de las tormentas, los avatares y los refuegos, permanecieron, trabajaron, forcejearon juntos en un ring que fue mi hogar durante 56 años. Esa estampa tan peculiar de unidad conyugal, en medio de la turbulencia, marca mi vida. 
                                                

Por ser el último de sus hijos, tuve la enorme fortuna de disfrutar el fruto de su madurez como padres. Pude aquilatar y saborear la sabiduría de ellos, sazonada por la experiencia de criar a mis cinco hermanos mayores. En comparación con mis hermanos, tuve la fortuna de recibir de mis progenitores un trato más benevolente y sosegado en una niñez y adolescencia dominada por la soledad.  
                                                                                
                                         

   
                                          
Aprendí que el matrimonio con frecuencia es un singular campo de batalla que paradójicamente desgasta y fortalece a la vez. Varios años después de la ausencia física de mi padre, percibía que mi madre era un ser incompleto sin él, aunque en sus recuerdos y conversaciones cotidianas continuaba resucitando las discrepancias  que marcaron su vida conyugal. Si bien sobrellevó con estoicismo el peso de la vejez,  sin él se tornó un opaco reflejo de la guerrera que fue. Sin duda ambos se retroalimentaban de autoestima, energía y aplomo.
                                                                                        
                                                                                    

La vida es de luces y sombras, de horas altas y de horas bajas, de grandeza y miseria, de triunfos y fracasos. Pero yo elijo el lado luminoso y me quedo con el convulso matrimonio de mis padres como una lección de vida. Ambos llenaron mi existencia, me proveyeron, me consolaron, me acompañaron en mis éxitos y en mis desaciertos. En fin fue una dicha y un privilegio, haber sentido por 36 años el calor de sus alas protectoras.

                                                                           

     
Mi progenitor falleció en San Salvador la tarde del sábado 11 de septiembre de 2004, mi madre abandonó este mundo en San Francisco, California el domingo  9 de mayo de 2021, mientras tanto yo sigo meditando en la soledad, bajo el cristal de sus enseñanzas, recordando que no debo claudicar, que debo honrar su memoria y retomar la antorcha flameante de sueños que me entregaron, teniendo presente que lo que hacemos ahora tiene un eco en la eternidad. 

                                

 

                                        
                                        
                                  
                                            

sábado, 11 de mayo de 2019

BACHILLERES EN MEDIO DEL ESTRUENDO

Por Joaquín Rivera Larios





En los ochenta lo que existían eran walkman (pequeños reproductores de casetes portátiles con audífonos), tocadiscos que reproducían discos de vinilo, radiograbadoras de uno o dos casetes. Lejos estaban de aparecer los CD, los Discman (reproductores de CD) y menos aún los MP 3. Recuerdo que en el último paseo de la promoción Bautista 1986 que fue en Club Salinitas (hoy Hotel Decamerón) justo el diez de octubre de ese año, algunos compañeros cargaban en sus hombros radiograbadoras grandes con doble caseteras para amenizar el encuentro con el paisaje costero.

En la radio sonaban “No controles”. “Bazar”, del trío femenino Flans, “Dame un beso“ de Yuri, la agrupación  Fiebre Amarilla dio que hablar con “Canchis Canchis” y “Vamos al mercado”; en inglés resonaba “Say you; say me” de Leonel Richie, Madona arrasaba con “Papa Don’t Preach”, la banda noruega A-ha resonaba por doquier con “Take on me” y el cantante austríaco Falco encabezaba las listas de éxitos a ambos lados del Atlántico con “Rock me Amadeus”   

Con la placentera compañía de la música, como un entremés de nuestra graduación de bachillerato, nos entregamos en cuerpo y alma a ese último encuentro bajo el fuego abrasador del sol y el contacto con las olas que nunca cesan. Fue un deleite degustar el azul y las brisas del mar, admirar a nuestras compañeras haciendo acrobacias y juegos en la piscina, conjugando su belleza y el colorido de sus trajes con el paisaje tropical. Tengo fresca la imagen del profesor de letras, Cesar Marenco, zambulléndose en la piscina como un adolescente más.

Tan solo horas después de un solaz inolvidable, nuestra promoción quedó marcada por la conmoción y el estruendo del terremoto del 10 de octubre de 1986, de cuya devastación nos percatamos horas después.  De regreso del paseo, a eso de las cuatro de la tarde, hicimos estación en Sonsonate y escuchamos por radio que la imágen del Divino Salvador del Mundo se había derrumbado. Pero no teníamos idea de la tragedia que se develaría ante nuestros ojos posteriormente.

Cuando llegamos a San Salvador ya entrada la noche, comenzamos a ver los desprendimientos de tierra que obstruían la carretera, la ciudad sin luz, adustos rostros sin expresión, pupilas inmóviles por la zozobra, las personas en tiendas de campaña en las calles, siluetas bajo la luz de la luna velando a sus deudos en medio de la ruinas. Esta tragedia ensombreció la celebración, devastó vidas, edificios y casas y también la fiesta de graduación que esperábamos con tantas ansias, tiñéndose de fúnebre la música más alegre.

viernes, 10 de mayo de 2019

JORGE ANTONIO IRAHETA, EL AMIGO IRREVERENTE

Por Joaquín Rivera Larios




Hacia 1994 tuve el privilegio de conocer a mi buen amigo, Jorge Antonio Iraheta Peña (1951-2010), a quien llamaba afectuosamente “Georgio Antonio Armani Peña”, con ocasión de capacitaciones que impartía el naciente Instituto Salvadoreño de Derechos Humanos, entonces ubicado en la Colonia Flor Blanca.

Desde que lo abordé por vez primera lo percibí como un hombre de carácter recio, muy deliberante, muy juicioso y crítico de la realidad, conocedor de primera mano de muchas historias urbanas y rurales y de innumerables anécdotas de personajes representativos de la vida nacional.

Trabajó en la Casa de la Cultura de Suchitoto, en la Dirección de Espectáculos Públicos Radio y Televisión, en la Dirección General de Centros Penales, perteneció a la Comisión de Derechos Humanos no Gubernamental, había estudiado psicología en la Universidad de El Salvador, fue educador en el Instituto Salvadoreños de Derechos Humanos, miembro de la Comisión de Servicio Civil de la PDDH y al momento de su muerte estaba en la Unidad de Observación y Verificación Preventiva que ve el tema de protestas, manifestaciones, huelgas y conflictos.

Militó en la izquierda y conocía muchas intimidades del conflicto armado, de la historia y de la política del país. Su experiencia laboral, aderezada por su inclinación a la lectura y su hábito de permanecer siempre bien informado, hacían que las conversaciones con él fueran muy gratificantes y aleccionadoras.

No se sumergió en la polarización ni abrazó posturas radicales, ya que sabía reconocer el mérito y talento, independientemente de la ideología política. Lo vi granjearse simpatías en capacitaciones que impartía de oficiales de la Fuerza Armada, de miembros del Cuerpo de Agentes Metropolitanos, con militantes del principal partido de derecha.

Recuerdo que cuestionaba a ese segmento de la izquierda que él llamaba socialistas franceses, gente con ideas progresistas, de modales refinados que gustan vestir ropa fina, licores caros, usar la mejor perfumería, se hospedan en hoteles cinco estrellas, viajan en primera clase y en autos de lujo.


Fue un crítico férreo de la primera gestión de la PDDH, presiento que cuestionaba la falta de contundencia de los informes y pronunciamientos, y el hecho que la primera administración, se inclinó por dotar a la institución de un liderazgo joven, dado que muchas jefaturas del área de tutela recayeron en profesionales que carecían de un historial de lucha en la defensa y promoción de los derechos humanos. De ahí que Jorge percibía un problema de inexperiencia, falta de compromiso, durante aquella etapa primigenia de la institución.

Su firme carácter y sus posturas críticas, no tardaron en cobrarle la factura, a tal grado que en 1995 sufrió el calvario de oponerse a una orden de traslado para la Delegación Departamental de Sonsonate, que fue girada por el Secretario General supuestamente por instrucciones de la entonces Procuradora, quien negó haber dispuesto el traslado. Jorge por supuesto no acató la orden, pero ésta tampoco fue revocada, por lo que promovió un proceso ante el Tribunal de Servicio Civil, del cual salió victorioso. Luego entre amigos y al calor de la camaradería, se ufanaba de haber enfrentado el solo a la administración y haber ganado el litigio.

Era muy puntual para entrar y salir de sus labores, cuando no cumplía actividades educativas solía permanecer leyendo en su escritorio. Las tareas las cumplía ceñido a su propio libreto, sin lucimiento académico, pero con responsabilidad.

Un día de 1998 en el Instituto Salvadoreño de Derechos Humanos, se anunció la presencia del representante del programa PNUD para la modernización de la PDDH, doctor Manuel Rodríguez Cuadros, de nacionalidad peruana (Canciller de la República de Perú durante el gobierno de Alejandro Toledo), quien haría una exposición sobre las reformas a los procedimientos de tutela.

La presencia del ilustre visitante se esperaba en la mañana, pero llegó al filo de las cuatro de la tarde. A Jorge le disgustó mucho la demora. Antes de comenzar la exposición, para asombro de todos pidió la palabra y le recriminó al funcionario del organismo internacional la tardanza, le increpó la falta de seriedad, puntualizando que había suspendido las actividades educativas que tenía programadas. Al final de la exposición, Jorge me dijo que el gran problema de los salvadoreños es el malinchismo, que veneramos al extranjero y que deberíamos darnos a respetar.

Sus capacitaciones no las preparaba con filminas, acetatos ni cartas didácticas, él relataba espontáneamente fragmentos de sus conocimientos doctrinarios, mezclados con anécdotas de su largo trajinar en el área de los derechos humanos. Una vez en el auditórium de la Universidad Francisco Gavidia, dio una ponencia sobre historia de El Salvador, su intervención le gustó tanto a la decana que ésta le ofreció una cátedra, pero le preciso que tenía que llevarle el título universitario, o lo que Jorge le dijo “tengo que irlo a traer a Ecuador”.

Jorge hablaba mucho de un curso sobre percepción crítica de los medios de comunicación que había realizado en Ecuador. Solía decir que más que censurar los contenidos que divulgan los medios, lo que procedía era prepara a los lectores, escuchas o televidentes, para que recibieran los mensajes desde una perspectiva crítica.

Solía hablar en primera persona, incluso durante las capacitaciones que impartía, acostumbra a evocar su experiencia en la Comisión de Derechos Humanos no gubernamental (CDH), sus viajes y sus conversaciones con diferentes personalidades en el extranjero, entre ellas Rigoberta Menchu.

Algunas historias que narraba despertaban suspicacia, como el noviazgo que sostuvo con una de las más bellas señoritas El Salvador que han existido, que por cierto ganó el concurso el segundo lustro de los setentas.

Un hecho aterrador que solía relatar fue su presencia en la reunión realizada en el Colegio Externado San José, la mañana del 27 de noviembre de 1980, cuando efectivos de la Fuerza Armada y la Guardia Nacional, capturaron, torturaron y luego asesinaron a cinco miembros del Frente Democrático Revolucionario, siendo ellos Enrique Alvarez Cordova, Enrique Barrera Escobar, Doroteo Hernández, Manuel Franco y Juan Chacón. Precisaba que se salvó por haberse retirado momentáneamente de la reunión, cuando regreso “los compas ya no estaban”.

Comentaba también que durante la guerra se había rumorado su muerte, lo que generó múltiples condolencias a nivel internacional para la Comisión de Derechos Humanos no gubernamental, e inclusive un incremento de la ayuda internacional.

Se ufanaba de su temperamento fuerte, indoblegable, a tal punto que en sus años de joven revolucionario resistió con estoicismo una severa golpiza que le propinó la “benemérita” Guardia Nacional. Veía esta experiencia por demás traumática, como la demostración que podía superar cualquier prueba de fuego.

En las canchas de fútbol, mi amigo también dejó su impronta. Relataba que en el momento de cabecear el balón había lesionado en el mentón a Ramón Alfredo Fagoaga, el recio defensa de la selección salvadoreña de España 82 y del Atlético Marte. Y gracias a su capacidad discursiva, en sus años mozos narró para la radio las peripecias del balompié criollo.

En mayo de 1998, se dió una situación de acefalía en la PDDH, estaba en funciones el licenciado Eduardo Antonio Urquilla Bermudez, Procurador Adjunto. El personal organizó una manifestación a la Asamblea Legislativa. El compañero Victor Antonio Bermudez tomo el micrófono e hizo un vehemente llamado a los padres de la patria para que eligieran al Procurador. Jorge Iraheta se movilizó al interior del congreso, para que tuviéramos una reunión con la Comisión Política de la Asamblea Legislativa, entonces presidida por Juan Duch.

Al cabo de media hora Jorge había logrado, gracias a sus múltiples amistades, que la Comisión Política del parlamento, recibiera a un grupo de tres empleados, recuerdo que subimos con la compañera Marlene Trejo. Al subir por los ascensores vi la deferencia y gentileza con que muchos parlamentarios trataban a Jorge, lo que más me sorprendió fue cuando lo saludó el doctor Abraham Rodríguez, ex Candidato a la Presidencia de la República y Primer Designado a la Presidencia durante el gobierno del Ingeniero Duarte: “Jorge qué se había hecho, no lo había visto, no se pierda”. Luego de la reunión Jorge convocó a los medios de comunicación que cubrían la Asamblea y les dijo que mi persona era el portavoz.

En el 2007 se estaban realizando intensos cabildeos en la Asamblea Legislativa, para elegir al nuevo Procurador para la Defensa de los Derechos Humanos, Jorge había hablado con el licenciado Oscar Humberto Luna, un profesional moderado, concertador, dialogante, como una fuerte carta para la alternancia.

En ese momento quien escribe presidía la Asociación de Empleados de la PDDH (ASEPRODEH) y sabíamos que por el temperamento colérico de la doctora Beatrice Alamanni de Carrillo, de continuar bajo su gestión, era muy difícil mejorar los salarios y las condiciones de vida del personal.

La doctora de Carrillo tenía enormes posibilidades de ser reelecta por segunda ocasión, pero el 7 de julio Jorge estaba en el Salón Azul del congreso, a fin de hacer lobby con diputados amigos a favor del licenciado Luna. Se creía que el respaldo del Presidente Tony Saca hacia la funcionaria italiana seguía vivo y, además, Salvador Sánchez Cerén le había endosado su decidido apoyo. En este contexto, Jorge cabildeó con diputados amigos.

Para sorpresa de muchos, al filo de las once de la mañana del 7 de julio de 2007, el licenciado Oscar Humberto Luna, fue juramentado como nuevo titular. Jorge al salir del congreso me dijo: “Logre convencer a (Humberto) Centeno para que le doblara el brazo a (Salvador) Sánchez Cerén… fue difícil, pero lo logré”.

Ese día 7 tuvo una deferencia adicional hacia mi persona: me llevó a las puertas del edificio de tutela a un periodista de Diario El Mundo que quería captar las impresiones de los empleados sobre el nombramiento del nuevo Procurador. Mi amigo le dijo que el indicado para hablar era yo por ser en aquella época el Presidente de la asociación de empleados (ASEPRODEH).

Con la llegada del licenciado Luna, pese a todo lo que pueda objetarse, una nueva era se inició para el personal de la PDDH, las condiciones de trabajo mejoraron sustancialmente (salarios, equipo, se incrementaron las posibilidades de promoción y ascenso), se fortaleció el Sindicato SEPRODEHES, se sucedió una época de respeto a la libertad sindical. Cuando valoro los cambios positivos, veo a Jorge como el héroe anónimo que en silencio cimentó esta nueva etapa.

Por razones ingratas del destino Jorge se fue a residir en el sector de Palos Grandes, Colón, y por su talente de líder, fue elegido presidente de la directiva de los condominios donde residía y mediaba por los diversos problemas que ahí se originaban.

En los mencionados condominios, donde también residían familiares de unos pandilleros de la 18, se estaban suscitando hurtos y ruidos estridentes al grado que los vecinos llamaban a la policía para que fuera a verificar. Todo esto ocurrió por un lapso de dos años.

En otro momento, los problemas se incrementaron y Jorge les expresó que trataran de comportarse. No obstante, la situación siguió igual y la Policía continuó llegando a poner orden. Lo que le generó algún tipo de enemistad con seis pandilleros de la Mara 18, quienes al verse más acosados por la presencia policial, decidieron asesinarlo y planificaron en una reunión la forma en que ejecutarían el homicidio. 

Fue así como una infausta mañana del 3 de marzo de 2010, dos hombres armados con corvos le salieron al paso, mientras se dirigía a su trabajo, ocasionándole con lujo de barbarie graves heridas que le provocaron la muerte en el acto. 

A la despedida de nuestro amigo que tuvo lugar el 4 de marzo de 2010 en Jardines del Recuerdo varias personalidades: el Comisionado Carlos Ascencio, Director de la Policía Nacional Civil, el licenciado David Ernesto Morales, en aquella época Director de Derechos Humanos de Cancillería, entre otros.

Al momento de pedir la palabra para honrar la memoria de Jorge, María Teresa Torres, entonces Secretaria de la Unidad de Verificación y Observación Preventiva, me dijo que por órdenes superiores ya no habrían más intervenciones. Me retiré del camposanto con la desagradable sensación de estar en deuda con un amigo que cultivó cualidades dignas de admirar y enaltecer.

Se podría decir que era un hombre común, con una historia común, que combinaba un carácter por momentos enfadado y árido y por momentos extremadamente humano y solidario, un salvadoreño de a pie que tuvo la osadía de alzar la voz justiciera frente a la criminalidad despiadada que asola el país, en defensa de la comunidad a la que pertenecía. Murió como vivió: defendiendo causas justas.

Aunque no fue escritor, filósofo o filántropo, la vida de Jorge nos deja un gran legado, un ejemplo de sencillez, de humildad, de autenticidad, de amor a su familia, a las personas desvalidas, excluidas, que carecen de voz, a su terruño, nobles sentimientos que manifestaba a su manera. Agradezco a la vida, la oportunidad de haberlo conocido y tratado, el enorme privilegio de considerarme su amigo, de recibir su enseñanza, sus consejos, ¡Hasta siempre amigo Georgio! 

LILIAN GUATEMALA: EL BALANCE PERFECTO ENTRE AUTORIDAD Y GENEROSIDAD

 
Por Joaquín Rivera Larios


Corría el año 1985 y uno de mis sueños se había hecho realidad: enrolarme en el Colegio Bautista de San Salvador, enfundarme la guayabera blanca y el pantalón café de una institución académica de tan sólido prestigio. Un colegio, fundado en 1924,  que transpira tradición y acendrados principios y valores, con un cuerpo docente muy cualificado, sintonizado con ese sistema de creencias cristianas. Una institución que ha dado al país durante 100 años brillantes profesionales y ciudadanos con una ética a toda prueba.
                                    


Entre ese respetable cuerpo docente, destacaba con creces Lilian Guatemala García, una maestra con estilo jovial, gran carisma y agraciada presencia, que cariñosamente llamábamos “señorita”. Una docente que combinaba de manera perfecta la autoridad, impartía disciplina y se hacía respetar y paralelamente hacía derroche de generosidad y cariño hacia sus alumnos y alumnas, a quienes dispensaba atención y afabilidad. Su desempeño sobresaliente y empatía con el alumnado  la catapultaron para ser Directora del colegio durante dos décadas (1999-2019).
                                                 

   

Es un caso especial en el que la persona se funde con la institución, en el que la persona le comunica identidad y estilo a la entidad que representa. Para mí y para muchos de mis compañeras y compañeros, su nombre y su presencia son sinónimos del centro de estudios que digna y merecidamente dirigió, el Colegio Bautista de San Salvador. Pero eso se logra cuando un servidor o servidora se aboca a la tarea con total entrega, cumpliendo su mandato profesional y moral más allá del deber.
  

Recuerdo con nostalgia, el fervor que desplegó para dar vida al grupo ecológico Cutenampa hacia 1985, siempre que me asocio con el acuciante y desgarrador tópico del medio ambiente, viene a mi memoria el acogedora remembranza de aquella feliz iniciativa, que nos inculcó espírítu de servicio y responsabilidad social. La señora Guatemala nos enseñó que podíamos organizarnos y ser agentes de cambio positivos en una sociedad decadente.
                                        

Atendiendo las nobles enseñanzas de mi padre sobre el deber cívico de rendir tributo al mérito donde quiera que se manifieste, enaltezco la vida y obra de Lilian Guatemala García, una Maestra distinguida que ha hecho patria, esparciendo la semilla del conocimiento y la virtud en un terreno altamente fértil: la legión de connotados alumnos y alumnas del Colegio Bautista de San Salvador.




jueves, 9 de mayo de 2019

FRANCISCO MEDRANO VALENCIA, DE ALCOHÓLICOS ANÓNIMOS A GUÍA ESPIRITUAL



Por Joaquín Rivera Larios

Alberto Cortez con hondo sentimiento canta: “A mis amigos les adeudo la ternura,/ las palabras de aliento y el abrazo;/el compartir con todos ellos la factura/que nos presenta la vida, paso a paso”. Y yo asocio esta tonada con Francisco Medrano Valencia, amante compulsivo de la literatura, prolífico hacedor de canciones, inspirado poeta, fogoso orador forjado en la fragua de Alcohólicos Anónimos, y ahora guía espiritual en el Petén, Guatemala, compenetrado en cuerpo y alma en la sublime tarea de llevar almas al altar de Dios.

Es uno de esos selectos y entrañables amigos con los que tengo un adeudo mayúsculo, por la deferencia y la camaradería que me dispensó en etapas de pesadumbre, por su providencial apoyo para cristalizar algunos sueños juveniles, por extenderme su mano solidaria en situaciones de carencia y por las infinitas y amenas conversaciones cotidianas con las que ambos llenamos ese agujero que llevamos en el pecho llamado “desolación” y particularmente por retroalimentar mi devoción por “Fuerzas Morales” y el “Hombre Mediocre”, obras cumbres de José Ingenieros.
                                            

Recuerdo las innumerables conversaciones nocturnas sobre una chica que lo cautivó y que le inspiró un libro de poesía. En este proceso creativo Francisco alternó los roles de narrador verbal y escritor, porque me relataba algunos aspectos de las conversaciones, los cruces de miradas, los roces de manos, la expectativa que le despertaba esos encuentros en el espacio de un fría y convencional oficina. Tengo presente el esmero con que digitó sus poemas, los imprimió, recopiló, mandó a empastar de manera primorosa y con el corazón henchido de emoción se los obsequió a la fuente de inspiración.

Como aficionados a la literatura, ambos le dimos seguimiento a la inédita campaña por la Presidencia de la República de Perú que disputaron en 1990 el novelista, Mario Vargas Llosa y un emergente y hasta ese momento desconocido candidato, Alberto Fujimori. Estábamos anonadados por la capacidad narrativa del laureado escritor y quedamos perplejos cuando fue vapuleado en segunda vuelta por el político de ascendencia japonesa. Cuando salió el libro “Un pez en el agua”, que relata las peripecias de esa campaña presidencial, Francisco lo vio en los estantes de una librería del centro de San Salvador y juntos fuimos a comprarlo.
                                                    

                                            
Fue un prolífico hacedor de canciones, creo que en un lustro habrá escrito al menos cuatrocientos temas, de los cuales musicalizó algunos con acordes básicos de guitarra. Atesoro en mi precaria memoria tres de esos temas “Pequeña Golondrina”, “Las fuerzas doradas”, y “Ardiendo de amor”. La primera es una tonada quejumbrosa que describía la clásica historia de la amada viajera, que vuela sin brújula, sin hacer nido, dejando un vacío faraónico en quien la ama. “Las fuerzas doradas”, retratan las dominación psicológica que ejercen los grandes medios de comunicación por medio de la alienación y la transculturización; y “Ardiendo de amor”, es el típico tema erótico, que describe con ingenio literario el proceso de exaltación que se desencadena cuando dos cuerpos se entregan en un tórrido romance.

Le agradezco en el alma a Francisco que sobreponiéndose a los chistes y las bromas pesadas de algunos de sus compañeros, interpretó a principios de los noventa “La reina de mis sueños”, uno de los temas de mi autoría, en una de las veladas de su colegio, con acordes de rock and rol y coreografía incluida. Sin duda uno de los recuerdos más entrañables de mi existencia, que me colmó de súbita alegría, fue ver a mi amigo en el auditórium del Ministerio del Interior entonando aquella canción, vistiendo traje azul negro y corbata roja y flanqueado por cinco bellas señoritas. Aún resuenan en mis oídos los gritos y aplausos del público. ¡Un sueño hecho realidad! 
                                            


Hacia 1992 Francisco ingresó a laborar en el área de mensajería de la Universidad José Matías Delgado, justo el centro de estudios de donde yo había egresado un año antes, y allí le dio acucioso seguimiento a la obra y a la personalidad del connotado escritor David Escobar Galindo, rector de esa casa de estudios. Conversaba con la secretaria personal del escritor, quien le obsequiaba copias mecanografiadas de los artículos y poemas aparecidos en los periódicos, al tiempo que asistía a los convivios que aquel celebraba con motivo de las festividades de fin de año y así Francisco alternó con decanos, vicedecanos, docentes a tiempo completo y otros empleados administrativos.

Como narra Francisco en su testimonio, un demonio llamado alcoholismo se posesionó de él durante el lapso de doce años, y vivió las turbulencias propias de ese desvarío que lo llevaron a ser huésped de la prisión y el hospital y estar al filo de la muerte a manos de antisociales. En uno de estos delirios mi amigo fue participe de un altercado que, además de acarrearle lesiones, desembocó en la rotura del parabrisa de un taxi, destrozo que condujo a Francisco a prisión bajo cargos de daños, ilícito que no era conciliable.

                                                    

A raíz de ese percance, un soleado domingo tuve un forcejeo verbal con el propietario del taxi, advirtiéndole que el lunes se le pagarían los daños y que no se mostrara ofendido en los tribunales, porque se decretaría auto de formal prisión. El agraviado insistía que si no recibía el pago ese domingo se mostraría ofendido en los tribunales, mientras le insistía que era imposible pagarle, pues los bancos estaban cerrados. Ante la intransigencia del interlocutor, estallé en irá y le dije: —Los daños se le pagará mañana sin falta y si denuncia al detenido lo hundo en la cárcel, bajo cargo de lesiones — El propietario asintió y Francisco fue sobreseído definitivamente.

Con las terapias grupales de Alcohólicos Anónimos, Francisco logró exorcizar ese demonio del alcoholismo que lo asediaba. Asistía sin falta todas las noches al grupo “Fe y acción”, ubicado sobre la Calle 29 de agosto, del Barrio Candelaria. En algunas ocasiones lo acompañé y presencié los altercados verbales que se daban entre los miembros. En su mayoría eran carpinteros, zapateros, sastres, mecánicos, vendedores, hombres humildes, con rostros adustos, de modales toscos y hablar golpeado, que disparaban verdaderas máximas morales que intercalaban con su típico lenguaje soez. Francisco tuvo que soportar los reparos a su lenguaje florido y refinado que devenía de su pasión por la alta literatura. En ese singular crisol pulió sus dotes oratorias que luego lo catapultaron a ser predicador evangélico a escala internacional.

Transcurría la tarde del 14 de septiembre de 2004, el sol brillaba esplendente sobre el camposanto Jardines del Recuerdo, estábamos despidiendo al ser humano más importante en mi vida. Allí estaba Francisco Medrano Valencia, con su mirada enérgica, con su talante firme y la Biblia en mano, junto al ataúd de mi padre. Su prédica vibrante me caló hondo. Comparó a mi padre con el Rey David. Dijo que mi progenitor al igual que el Rey David había batallado contra gigantes, como la pobreza, la orfandad, la falta de oportunidades. Y había salido victorioso. Subrayó que sorteando grandes vicisitudes fundó una empresa, una familia, fue para sus vástagos el padre que él nunca tuvo y dio lo mejor de sí para su terruño.

Dos sentimientos afloran cuando reparo en Francisco: gratitud y admiración. Gratitud y admiración por haber cubierto de manera excepcional un rol indispensable de amigo leal, por ser gran conversador, por el fuerte influjo que cultural que ejerció sobre mí, por formar parte de mis mejores recuerdos y particularmente por ayudarme con su memorable prédica a descifrar la magnificencia espiritual de mi padre, cuya memoria asocio desde aquel día con la impactante vida del Rey David. ¡Gracias Francisco por tu benéfica amistad!




LORENA TORRES: UN LEGADO DE DEDICACIÓN Y EXCELENCIA



Por Joaquín Rivera Larios


El 14 de marzo de 2019 partió sorpresivamente la licenciada Lorena del Carmen  Torres, entonces Jefe del Departamento de Procuración de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH). Nunca me imaginé que cuando se despidió al mediodía del 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer) y la vi salir  de la oficina , sería la última vez que la vería con vida.

Es muy difícil tener que interiorizar la despedida de alguien de nuestra generación, de nuestra camada, con quien compartimos el espacio laboral durante veinticinco años y quien daba a diario ejemplos de entereza, disciplina, responsabilidad, profesionalismo y compromiso con la institución a la que brindó valiosos servicios.

Nacida en el seno de una familia modesta, originaria de Santa Tecla, se formó en planteles educativos públicos:  primaria y secundaria las cursó en la Escuela Luisa de Marillac (1978-1983) en su ciudad natal, Bachillerato lo estudió en el Complejo Educativo Andrés Bello (1987-1989),  estudió Técnico en Programación  el C.I.P.C. (1990-1991), hasta recalar en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), donde obtuvo su investidura de Licenciada en Ciencias Jurídicas.  Se desempeñó como Secretaria en el Tribunal Supremo Electoral (1991-1992).

Ingresó a la PDDH en 1995 como Secretaria del Departamento de Recursos Humanos, fue colaboradora jurídica en la Delegación de La Libertad, Jefe de la Unidad Técnica, de los Departamentos de Denuncias y de Procuración. Fue artífice de los primeros informes situacionales que presentó a la nación la entonces Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos, doctora Beatrice Alamanni de Carrillo, período en el cual inició su ruta ascendente.


El año 2003 estalló el escándalo de los títulos irregulares, evidenciado por el Informe del fiscal especial Vidales, lo que dió lugar a la destitución de jueces y a la suspensión de abogados por parte del pleno de la Corte Suprema de Justicia. Los profesionales afectados se agolpaban en la PDDH, exigiendo una respuesta. El expediente pasó por varias manos, pero ningún operador elaboraba un proyecto de informe satisfactorio a juicio de la doctora Alamanni de Carrillo, hasta que tomó el caso la licenciada Lorena Torres y confeccionó un proyecto muy bien motivado y convincente, que declaró violación al derecho al debido proceso y a la seguridad jurídica en perjuicio de 38 profesionales del derecho. Así fue acumulando prestigio Lorena Torres.

De igual forma elaboró proyectos de resoluciones sobre el homicidio de la niña Katia Miranda, despidos colectivos en las Alcaldías y otros casos emblemáticos. Cuando llegué al Departamento de Resoluciones allá por el año 2000, enviado por el entonces Procurador, Marcos Alfredo Valladares Melgar, era sin lugar a dudas la mejor resolutora, tanto en calidad como en cantidad de trabajo.

Recuerdo en los cortos intervalos que platicaba con ella, que enaltecía las enseñanzas del licenciado Victor Hugo Mata y lo mencionaba como su mentor, en el arte de resolver con acertado criterio casos complejos. Solía decir “a nosotros tal detalle del trabajo no los enseñó Victor Hugo”. Veía con mucha lucidez los casos, sabía lo que faltaba, el hecho que no se había analizado, la norma que no se había citado. Tenía mucha habilidad para ordenar los argumentos y para aplicarle el enfoque correcto al hecho que se abordaba.

Muy pocos días antes de su deceso le obsequié un librito que he escrito "La música en palabras. Meditaciones y reminiscencias" y me hizo varios comentarios, en el sentido que desconocía que yo era un apasionado de la música, que no sabía que hubiese escrito canciones y me preguntó si mi esposa no se molestaba por las musas que mencionó en el libro. Le agradeceré siempre, por el tiempo que se tomó para leer mis relatos.

El día de su vela que conversaba con uno de sus hermanos me contaba que siempre obtuvo el primer lugar desde primaria a bachillerato. De igual forma fue una estudiante de derecho destacada en la UCA, donde sobresalió por su capacidad analítica.



Como Jefa era tolerante, sabía ser permisiva y exigente cuando las circunstancias lo demandaban. Conocía muy bien las debilidades y fortalezas de cada servidor y sabía en qué tipo de tareas un empleado podía rendir mejor, según sus cualidades. Tenía bastante autocontrol, para dominar su carácter cuando se disgustaba y sabía reconocer el mérito cuando alguien tenía un buen desempeño.

Una persona franca, llana, que decía la verdad tal como ella la percibía, que se alejaba de la adulación, de la hipocresía, de la doble moral y que tomaba distancia del poder. Se sumergía en su trabajo con abnegación. No buscaba congraciarse con la autoridad mediante gestos de cortesía o frases zalameras, no era dada a andar en eventos, tomándose fotos con altos funcionarios, prefería abocarse a su tarea. En veinticinco años nunca la escuché adulando a una figura de autoridad, defendía su puesto con su trabajo. Quizá es de las pocas personas que conozco, que ha ascendido escaños por la senda exclusiva del mérito.

Hoy que no está recordaré siempre aquella chica chispeante, coqueta, analítica, observadora, acuciosa, que manejaba a veces un fino sarcasmo, que al decir de Ruben Blades parecía una chica plástica, pero no lo era, porque las apariencias engañan. La invocaré como una de las mejores profesionales del derecho que he conocido, que combinaba el conocimiento técnico con las cualidades de liderazgo de un buen jefe. ¡Hasta siempre licenciada Lorena Torres!