sábado, 27 de mayo de 2023

RECUERDOS DEL COLEGIO UNION 890

Por Joaquín Rivera Larios




Durante los convulsos años de 1975, 1976 y 1980 cursé primero, segundo y sexto grados en el Colegio Unión 890, también conocido a secas como “El Espinal”, el cual estaba ubicado sobre la Alameda Juan Pablo II, media cuadra al oriente del Parque Centenario. Esa casa de estudios desapareció poco después del terremoto del 10 de octubre de 1986. Casi enfrente estaba la Escuela de niñas República de Colombia y una cuadra al oriente el Colegio de niñas La Divina Providencia.

El colegio solo impartía primaria, era dirigido por su propietaria, doña Margarita Espinal de Rivera Pino, la recordada “niña Yita”,  una docente muy dinámica, abnegada y seria, que se entregaba en cuerpo y alma a su apostolado. Al retornar en 1980 para cursar sexto grado, me encuentro con la niña Yita en silla de ruedas por la amputación de una pierna, pero no perdía su mística de trabajo y autoridad. 

Fue hija de Francisco Espinal y Rosa Ramos, nació  en San Salvador el 3 de febrero de 1905. Contrajo nupcias con Carlos Rivera Pino el 26  de diciembre de 1941. Falleció en San Salvador  el 4 de agosto de 1987 a los ochenta y dos años y fue sepultada al día siguiente en el Cementerio General.

                                            
    
                                                                        
Con respecto al origen del curioso nombre del Colegio, tenía la remota idea que era para rememorar una de las tantas gestas fallidas que se promovieron para activar el estado federal de Centroamerica en el siglo XIX. Una versión distinta proporciona  Norma Alicia Pañameno Merlos, profesora de kinder en los setentas, quien explica que  el padre de la niña Yita, era originario de La Unión y en el ejercito estadounidense tenía asignado el número 890, de ahí que al egresar su hija de la Escuela Normal de San Salvador, le dijo “te voy a poner un colegio y le vas a poner Unión 890”.                                                                         



La lucha de la memoria contra el olvido es cuesta arriba. En el ánimo de hacer una breve reseña de la historia del Colegio,  solicité al Ministerio de Educación a través de la oficina de Acceso a la Información Pública, datos sobre la fecha de fundación y cierre del centro de estudios, la fecha de publicación del Acuerdo de creación en el Diario Oficial. Para mi sorpresa, dicha oficina declaró inexistente esa información, mediante resolución del veintiséis de mayo de dos mil veintitrés, aduciendo que el Jefe del Departamento de Legalización de Centros Escolares no tenía registros de dicha entidad, porque la Unidad de Acreditación y Coordinación de Centros Escolares inició labores en 1996.

       

Escudriñando en la red encontré otro hallazgo histórico valioso, y es el acuerdo de autorización de la nómina de profesores del colegio en 1966, suscrito en el Palacio Nacional  por el entonces Ministro de Educación Revelo Borja a nombre de la Dirección General de Educación  Primaria,  publicado en el Diario Oficial del 30 de septiembre de 1966, Tomo No. 212, Pág.15 

                                


Una de las cartas presentación más grandes del Colegio Unión 890, es que en sus aulas se formó en los años treinta del siglo pasado, el ingeniero José Napoleón Duarte, ex presidente de la República, ex Alcalde de San Salvador, antes de ingresar al Liceo Salvadoreño, de donde graduó de bachiller en 1944, recibiendo la protección y guía del padre marista Anacleto. Esto se hizo publico en un documental que se difundió en TV para la campaña presidencial de 1984 que se puede apreciar en YouTube bajo el título “ Biografía del Presidente Ing. José Napoleón Duarte”.

                                                                            

Recalé en el colegio justo en 1975, cuando frisaba los seis años, vestía guayabera celeste y pantalón corto azul negro, año en que El Salvador, lucía sus mejores galas para recibir a las mujeres más bellas del planeta, que deslumbraban y generaban crispación y frenesí donde llegaban, en el marco del concurso Miss Universo que tuvo lugar en el Gimnasio Nacional el 19 de julio de ese año. En aquella época el eslogan turístico de nuestro país era “El Salvador, el país de la sonrisa”.


                                                            
                                                                        
El segundo trimestre de primer grado sufrí una advertencia lapidaria: si no aprendía a leer aplazaría el grado. En principio batallé día y noche infructuosamente con el Silabario Hipanoamericano, para abrirme paso en el mundo de la lectura. Fueron días aciagos, la posibilidad de  reprobar el grado se había convertido en una pesadilla que me robaba el sueño. Mi maestra perdió la paciencia y la tribulación cercenó mi capacidad de aprendizaje. 
                                                


Fue mi hermana Gladys la que acudió en mi auxilio, con proverbial paciencia y apoyada en unas tarjetas empezó a alfabetizarme. En dos semanas me abrió los ojos al fascinante mundo de la lectura y me rescató de una reprobación segura. Gracias a Gladys me puse a la par de los compañeros y compañeras, la gran mayoría de ellos ya sabían leer cuando llegaron a primer grado, habían aprendido en preparatoria. Segundo grado, a cargo de la maestra Haydee Cortez de Martell, fue menos traumático.  
                                            

El temor cundía en el salón de clase cuando asomaba doña Enriqueta Kreits (“niña Queta”), una señora de avanzada edad, al parecer de origen alemán, que colaboraba en la administración y supervisión de la disciplina, ya que nos advertía que el niño o niña que no observara buena conducta, sería confinado a un salón oscuro. El miedo a un eventual castigo expandía nuestra imaginación infantil y nos hacía recrear los elementos terroríficos que habitaban ese salón sombrío. Yo me representaba un cuarto poblado de tiburones.

EVENTOS MEMORABLES

Uno de los recuerdos más memorables vinculado al colegio tuvo lugar una soleada mañana de 1976, cuando de improviso llegó Chirajito al salón de actos, diciéndonos “hola marachitos” y nos deleito con sus ocurrencias. Chirajito fue famoso por su participación en el programa dominical de televisión “Jardin Infantil” que transmitía Canal 2 y a su vez por disparar frases como "Marachito", "Guacata", "Ya te vas papito, salú pues".

                                            


Otro evento inolvidable fue la celebración del cumpleaños de la compañera Teresa del Carmen Blanco Gumero, en segundo grado. Posteriormente me reencontré a Teresita como condiscipula en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad José Matías Delgado. Venía de las filas de la Escuela Americana. Su familia era dueña de la famosa Academia Lina, que impartía clases de costurería y cosmetología.

EL RETORNO AL COLEGIO

Cuando retorné al colegio en 1980 para cursar sexto grado, después de estudiar tres años en la Escuela Experimental Unificada Humberto Romero Alvergue, mi maestra fue doña Elia Matilde Benavides de Guzman,  una docente muy seria y estricta, pero también muy humanitaria que gozaba de mucho respeto y  generaba cierto temor por desplegar  mucha autoridad en el aula.                                 
                                                      

Doña Elia,  oriunda de San Miguel, falleció a los 95 años el 5 de diciembre de 2012. Fue la maestra que de manera más personalizada trató de contrarrestar una carencia endémica que he padecido: mi dificultad para las matemáticas. Acostumbraba pasarme a la pizarra a hacer sumas, restas, divisiones y corregirme los errores. Solía decirme que yo deambulaba de extremo en extremo: regularmente no era muy aplicado y a veces me extendía demasiado en algunas tareas.

                                                

Las nieves del tiempo congelan la memoria y me cuesta evocar los nombres y apellidos de las compañeras y compañeros que tuve, algunos de ellos son: Oscar Cadenas, Juan José Rivera, Manuel Vides, Choto, Rubén, Rafael,  Miguel, Darwin, Ronald Claros, los hermanos Zavala,  Patricia Doñan,  Sonia Henríquez,  cuya familia era propietaria de la Funeraria "La Católica" que estaba en el Barrio Concepción, frente a la Iglesia Misión Centroamericana.

                                        


Entre las compañeras destacaba Paty Doñan, una chica de tez blanca, de estatura mediana, muy sensata y madura, que desde mi perspectiva era la más atractiva de sexto grado. Era alguien que podía dar muy buenos consejos a un compañero de su edad. Solo una vez platiqué extensamente con ella en el aula, y creo que esa única conversación me motivó a mejorar mi rendimiento escolar.                                         

                

En el cuadro de honor ocupaba el segundo lugar, ya que el primer lugar era patrimonio exclusivo de Darwin, hijo de una profesora que daba clases en la Escuela Perú, ubicada a principios de los ochenta 
en la calle Concepción. Paty Doñan después pasó al Colegio Divina Providencia.


                                                                
                                                                            
El humorista más sobresaliente de sexto grado, era Julio a quien apellidabamos afectuosamente “Camote”. Julio nos hacía reír cuando declamaba con singular gracia las "Puesiyas" de Aniceto. El apodo tuvo sus génesis en clases cuando se hablaba de los alimentos que habían traído los europeos a América y Julio preguntaba a la maestra insistentemente si los europeos habían traído los camotes o eran propios de nuestro continente.

                                        


Julio tenía un hermano en el salón llamado Héctor, cuyo padre tenía un negocio de venta de cocos muy exitoso denominado  “Los Coquitos”, ubicado esquina opuesta al mercado ex Cuartel. De las jugosas ganancias de este negocio solía invitarnos a refrigerios en recreo. Por disposición de la dirección a los alumnos de sexto grado le correspondía la venta de gaseosas en recreo.

Conservé por muchos años una preciosa medalla de oro que se me entregó en la clausura de sexto grado con el signo zodiacal libra (la balanza) correspondiente a octubre, el mes que en que nací. Las medallas las pagamos los alumnos mediante una colecta que se hacía durante varios meses previos a la clausura.

Un estampa envuelta en nostalgia que viene a mi mente frecuentemente, es la imagen muy anciana de su Directora, doña Margarita, tocando el piano, con sus muletas al lado y nosotros (los pequeñines), cantando en un desafinado coro, en el cual por cierto algunos distorsionábamos las letras de las canciones en sentido pícaro. No obstante, las voces disonantes, la pianista, sin inmutarse se abstraía en su oficio.

MI AMIGO JUAN JOSÉ

Durante mi estancia en el colegio mi mejor amigo fue Juan José Rivera, fuimos compañeros en primero, segundo y sexto grado. Era jodedor, la chispa de la picardía se advertía en sus ojos, pese a su hiperactividad y lances donjuanescos, era un alumno muy dedicado e inteligente y compartía el segundo lugar con Paty Doñan.

                                


Era para esa época un apasionado del baloncesto en un pequeño centro de estudios donde nadie se apasionaba por el deporte de las cestas. Gracias a su incontrolado fervor por el baloncesto Juan llegó a figurar en los juegos estudiantiles con el Colegio Don Bosco, entonces dirigido por Kike Samour y en la Selección Nacional juvenil.

                                                                    
Recuerdo que en 1980 el profesor de Educación física armó un trabuco para enfrentar a un equipo del Instituto Cultural Miguel de Cervantes, el único jugador diestro con que contábamos era Juan José, los demás eran  lerdos, improvisados, sin destreza en ese deporte. Me entrené para jugar, pero el profesor hizo disputar el partido a toda la banca, menos a mí. El resultado fue una paliza descomunal de 60 a 0. A Juan José el marcador tan humillante lo hirió en su amor propio, a tal grado que cuando pasé a estudiar al Instituto Cervantes, me llamó por teléfono un par de veces, para ver si quien escribe podía gestionar un partido de revancha, esta vez con un equipo del Don Bosco en el que pertenecía Juan.

FIN DEL COLEGIO

El devastador terremoto del 10 de octubre de 1986 a las 11: 49 que asoló San Salvador, causando 1,530 muertes, 10,000 heridos, unos 200,000 damnificados y millonarias pérdidas, incluyéndose entre las víctimas mortales a 46 niñas de la Escuela Santa Catalina de San Jacinto, al parecer puso fin al Colegio Unión 890, ya que al año siguiente murió su directora, Margarita Espinal de Rivera Pino.


                                        


Aparte de una página de Facebook con el nombre del colegio, la única crónica que he encontrado en la red relacionada con ese centro de estudios, es el artículo “Terremoto 86” en el blog denominado Visión Light, en el que se describe el impacto del sismo en un niño de primer grado, a quien la catástrofe sorprendió cuando hacía fila para salir de clases y esperar que sus padres lo llegaran a traer. 
                                            


El autor narra que a raíz de la catástrofe la maestra se fue al suelo, lo que provoco la risa de todos los niños, pero luego el movimiento se hizo más fuerte, los demás alumnos del viejo colegio comenzaron a salir de las aulas y a correr por todos lados. Las niñas mayores lloraban, unas maestras gritaban que se calmaran y un alumno incluso andaba sangrando por unos vidrios que se quebraron de una ventana. Añadió que lo más feo de todo fue cuando vio entrar al colegio a su mamá afligida y con la pierna sangrada, ya que se hirió con un espejo que había en la oficina donde trabajaba.
                        


Al traer a cuenta al Colegio Unión 890, lo asoció automáticamente con la hecatombe de octubre de 1986, que no solo nos privo de miles de vidas, de icónicos edificios en el Centro Histórico y de arcaicas viviendas, sino también de aquel viejo centro de estudios que tantos recuerdos concita, empezando por aquellas maestras tan abnegadas, que nos inculcaron valores con su ejemplo, evoco a doña Elia, a la niña Yita, a doña Enriqueta Kreits (“niña Queta”), y  por supuesto,  a mis ex compañeros y compañeras, a  quienes rindo tributo a través de este artículo.