sábado, 27 de febrero de 2021

FABIO CASTILLO FIGUEROA, GRAN IMPULSOR DE LA EDUCACIÓN

Por Joaquín Rivera Larios                                                              


Sin duda un personaje en busca de autor, es el doctor Fabio Castillo Figueroa, Médico fisiatra, profesor universitario, ex Rector de la Universidad de El Salvador (UES) en dos ocasiones, miembro de la Junta de Gobierno Cívico-Militar del 26 de octubre de 1960 al 25 de enero de 1961, candidato a la Presidencia de la República en 1967 por el partido Acción Renovadora (PAN).

Uno de los fundadores del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos (PRTC), miembro del FMLN, en los años 70, del que fue su primer Secretario General. Hablaba francés e inglés. Nació en San Salvador 10 de marzo de 1921 y falleció el 4 de noviembre de 2012. 



Tuvo una preparación privilegiada: se graduó de Médico en la UES en 1947, fue director de médicos residentes del Hospital Rosales de 1948 a 1949, realizó estudios de Fisiología en la Universidad Cantonal de Ginebra de 1949 a 1951 y luego en las Universidades de Cornell en Nueva York y Pensilvania en Filadelfia, enfocándose en el área de Fisiología.

SU ASCENDENCIA Y DESCENDENCIA

Era un intelectual comprometido con la ciencia, la educación, la política y las causas justas, inclinación que heredó de sus ilustres ancestros. De noble abolengo  por ambas vías: fue hijo de Manuel Castillo Portal, un diplomático salvadoreño en París, durante su infancia vivió en la “Ciudad Luz”; y de María Luisa Figueroa, hija del general Fernando Figueroa, presidente de la República período 1907-2011.     
                           

         
Por el lado paterno fue nieto de Fabio Castillo (1839- 1879), reconocido jurisconsulto, Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Ministro de Educación, decano y fundador de la Facultad de Ciencias de la Universidad de El Salvador. Su madre fungió como Primera Dama, porque su abuelo el General Fernando Figueroa era viudo cuando ejerció su mandato.

Su hijo, el doctor Manuel Federico Castillo, fundador de la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT), las Ligas para la Liberación (LL) que era una organización política de masas y el Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos 
(PRTC), murió en Nicaragua el 20 de julio de 1979 en accidente de tránsito cuando venía del frente sur a celebrar el triunfo de la revolución sandinista. Su cuerpo fue traído a El Salvador por su familia.
            
                                                            

   
    
                                                                    
SU PASO POR EL ISDEH

Cuanto estuvo de Director del Instituto Salvadoreño de Derechos Humanos de la PDDH (ISDEH), lo vi emprender una administración participativa, y un trabajo ordenado basado en la planificación, buscando orientar la educación hacia objetivos estratégicos, definidos con base en prioridades.

Le daba mucha preponderancia a la planificación y a la elaboración de documentos de apoyo que sustentaran los planes. Para emprender, este proceso invitó a varias personalidades como Florentín Meléndez, Álvaro Menéndez Leal, Aracely Zamora, Margarita Velado, Vladimiro P.Villalta, para que dieran insumos sobre lo que debería ser el trabajo educativo en derechos humanos.                                                                     
                                                                      



 
                
Cuando el doctor Florentín Meléndez explicó su visión de la educación en derechos humanos, habló de promover una cultura jurídica popular, y de divulgar la Constitución y tratados internacionales en la materia a través de publicaciones de bolsillo. En una parte de su exposición se refirió a la libertad de expresión y de prensa, entonces el doctor Castillo pidió la palabra y preguntó: “¿A qué libertad nos referimos a la libertad de expresión o la libertad de los dueños de los medios de comunicación de decir lo que quieran?”                                                             


No obstante todo el prestigio que rodeaba su nombre, él tenía una firma muy sencilla y nunca se ponía doctor, ni menos las maestrías 
que pudo haber ostentado. Implementaba sistemas de administración participativa y delegaba bastante autoridad para que grupos o comités tomaran decisiones. Por lo que recuerdo para él los derechos del trabajador siempre fueron prioridad. Le desagradaba que la biblioteca del ISDEH se llamara en esa época David Escobar Galindo. 

                                                                  

Cierta vez hubo una reunión de funcionarios de la PDDH en el período de la doctora Victoria Marina Velásquez de Avilés, en la que discutió el despido de un empleado y el doctor Castillo, dijo que él no era partidario de despedir trabajadores y que abogaba por una sanción distinta a la destitución. Llamaba a los trabajadores para oír su opinión, antes de tomar una decisión. Le apostaba mucho a la cualificación del recurso humano.



Se preocupaba mucho por la calidad de la educación. En el período que estuve en el ISDEH, fue el único Director que procuró combinar la investigación con la enseñanza, encomendándole a cada educador la realización de trabajos de investigación, enfatizando que ambas áreas se nutrían recíprocamente. Además, hizo que cada educador impartiera un tema frente a él y al equipo, para hacerle observaciones y sugerencias sobre los aspectos que debería mejorar. 

                                                                
                            
En 1996 impulso con el auxilio de Celia Medrano y Oscar Avid Hernández un programa de educación en derechos humanos denominado “Zonas de Paz Locales”, en el sur de los departamentos de San Vicente y Usulután. Recuerdo que le enseñaban a los capacitandos a promover recursos constitucionales (amparos, habeas corpus) y solución pacífica de conflictos, entre otros temas. Este proyecto dejo testimonio de su trabajo en un libro denominado 
"Zona de Paz Local: un río que busca su cauce”, publicado en octubre de 1997.

El doctor Castillo, se preocupaba mucho por el tema de la educación sexual. Decía que uno de los grandes problemas del país, es que nacen más hijos que lo que se pueden sostener, y muchos son hijos de madres adolescentes que no los pueden criar. El sostenía que debía intensificarse y mejorarse la educación sexual. Consideraba que a menor educación era más precoz el inicio de la vida sexual.                                                                          
                                          
                                       
                                                                               
                                                                                  
Tuvo fuertes  desacuerdos con el entonces Secretario General de la PDDH, José David Grimaldi Villagrán, por la falta de apoyo a su gestión. Una vez viniendo por la Alameda Roosevelt, pasando por la calle Darío se desvió a al Diario Oficial, para comprar un ejemplar de la Ley General de Presupuesto y así analizar el presupuesto de la PDDH. Y se llevó la sorpresa que la institución contaba con una partida de doscientos mil colones para educación que era manejada por otras dependencias. Su encono radicaba en que siendo el ISDEH el encargado de dirigir y ejecutar los programas educativos, no se justificaba que otras oficinas de la institución utilizaran ese dinero.
                                                                       


Hastiado por la incomprensión y la falta de apoyo, renunció al ISDEH en agosto de 1996. En el desayuno de despedida al doctor Fabio Castillo que organizamos, su Secretaria Bety  Margarita Diaz de Morales, me delegó las palabras de reconocimiento. Le dije que se sintiera muy satisfecho por el trabajo ordenado, muy planificado que había desarrollado con una visión de corto, mediano y largo plazo, enfatizando que quienes habían obstaculizado su gestión pasarían al olvido, mientras él se había labrado un sitial de honor en la historia del país por su destacada trayectoria.

CONVERSACIONES CON FABIO

En aquella época escribí dos ensayos: uno denominado “La seguridad pública. Deberes y Derechos” y la “Crisis Penitenciaria y el apoyo social a la población reclusa”. El doctor Fabio Castillo me llamó para reconocer mi trabajo de investigación y recuerdo que consultaba los Tratados internacionales y leía los artículos que yo citaba en los ensayos.   
                        
                                                      

                             
En sus conversaciones se quejaba de la hostilidad que vivió en sus períodos de Rector de la Universidad, relataba que había enviado un equipo para auditar una facultad, y no habían cumplido su cometido, porque los habían amenazado. También que presentaba propuestas o proyectos a los decanos y no solo no apoyaban sus iniciativas, sino que ni siquiera se tomaban el trabajo de contestarle. Cuando el propuso la construcción de residencias estudiantiles, ridiculizaron su propuesta, diciendo que hospedajes quería introducir en el campus. 

                                                                      
Acusado de pretender privatizar la universidad, narraba con desencanto las protestas que precedieron a la expiración de su segundo período como Rector, pero se resignaba evocando que a otros rectores les había ido peor, para el caso: a Napoleón Rodríguez Ruiz lo vapulearon efectivos del ejército que invadieron esa casa de estudios el 2 de septiembre de 1960, Carlos Alfaro Castillo y Felix Ulloa, fueron asesinados en su orden los días 16 de septiembre de 1977 y 28 de octubre de 1980. 

                                       
                                                                             

                                                                              
Rememoraba que había conocido a José Napoleón Duarte, expresidente de la República,  en el Liceo Salvadoreño siendo un niño, aunque Fabio era cinco años mayor, curiosamente ambos fueron guiados por el hermano marista Anacleto. Tenía el recuerdo de Duarte como un niño hiperactivo y algo alocado. Deploraba mucho que Napoleón Duarte había dicho en una conferencia que tuvo difusión nacional en Estados Unidos que la violencia era innata al pueblo salvadoreño, dando a entender erróneamente a su juicio que eramos violentos por naturaleza.

Contaba que había sido amigo del Presidente, coronel Julio Adalberto Rivera, de quien decía que tenía sentido político y común, que se parecen pero no son lo mismo. Sospechaba que pudo haber mano criminal en la muerte del expresidente que oficialmente se manejó como un ataque cardíaco.

Platicando sobre Guillermo Manuel Ungo, quien fue Secretario Particular cuando fue Rector de la Universidad la primera vez, advierto que no tenía un buen concepto de éste. Relataba que 1964 viajó a la Unión Soviética para suscribir un convenio la Universidad Lomonosov de la Unión Soviética, que le permitiera traer profesores rusos al país. Ungo lo acompaño en ese viaje pero se desesperó y se vino de Rusia antes de concluir el itinerario en aquel país.

                                                          
              

                                                                                               
Solía reunirse semanalmente en la PDDH en un Comité de Alto Nivel (CAN) que era integrado por altos funcionarios de la institución, presidido por la entonces Procuradora, Victoria Marina Velásquez de Avilés, y en esos encuentros Fabio a veces percibía a la doctora de Avilés muy lastimada por críticas o caricaturas que se publicaban sobre ella. Y reparaba que en los altos cargos había que estar acostumbrado a recibir ataques, porque estos eran el pan de cada día.
                                                     
Llevó a trabajar unos cuantos meses al ISDEH a su discípulo y amigo Victor Manuel Valle, poco tiempo antes que éste fuera nombrado Inspector General de la PNC, durante el mandato del presidente Calderón Sol y decía que con jóvenes brillantes como Valle había emprendido la reforma educativa en la UES en su primer rectorado, respetando sus opiniones y dándoles autonomía para tomar decisiones. Valle nos regaló a los educadores varios tomos de su libro “Siembra de Vientos: El Salvador 1960-1969”.




Comentaba que se había retirado del servicio activo de la medicina, porque los galenos eran sometidos a jornadas de trabajo sumamente prolongadas que hacía que somnolientos tuvieran que estar atendiendo pacientes, lo que provocó que no estuviera muy consciente en ocasiones de la atención que estaba brindando, siendo un riesgo ejercer la medicina en esas condiciones. 





martes, 23 de febrero de 2021

CÉSAR RIVERA, EL SHOWMAN INDOBLEGABLE



Por Joaquín Rivera Larios 



La historia de César Rivera se remonta al 5 de agosto de 1919, fecha en que nació su padre, Salvador Rivera, un herrero, enchapado a la antigua, amante de la poesía y la declamación, devoto de Rubén Darío y Amado Nervo, ferviente oyente de los discos del declamador Manuel Bernal que alcanzó el climax de la popularidad con el clásico "Brindis del bohemio".

Contaba María Vidal Larios,  la madre de César,  que aquel herrero que en su niñez soñaba ser orador y cantar como el tenor italiano Enrico Caruso, vivió en su mocedad en una pieza de los antiguos mesones de San Salvador, solo lo acompañaban una caja de herramientas, una tijera de lona y un baúl de libros que cuidaba como su mayor tesoro, dentro de los que figuraba “Plenitud” de Amado Nervo.
                                                                  

En su adolescencia las desavenencias de César con su progenitor eran el pan de cada día, éste quería que fuera abogado, aquél manifestó desde la infancia su inclinación por la música y la locución. Supongo que su padre soñaba ver su hijo mayor César Edmundo, enfundado en trajes finos, ganando litigios, haciendo gala de gran oratoria en los foros jurídicos, desplegando alegatos irrefutables en los tribunales de justicia, pero César prefirió buscar el estrellato en otros escenarios menos rigurosos y formales.
   
El herrero tenía alguna comunicación con el famoso disc jockey Tito Carías y le dijo que se sentía defraudado que su hijo no abrazara la carrera de leyes, Tito se lo comunicó a César pocos días antes de su sospechoso deceso en el hospital del ISSS el 6 de noviembre de 1973, luego de una operación de rutina.  Pero la pasión por las cabinas de radio, los micrófonos, las cámaras y los reflectores, obnubilaba a aquel muchacho locuaz e hiperactivo, y no le daba sosiego para embarcarse en otra ocupación.



Cada ser querido al partir deja un vacío, un torrente de recuerdos se desborda, las imágenes que evocan gratos momentos con el ser extinto se suceden cual películas, pero cuando parte alguien con múltiples y especiales talentos, la desolación es aún mayor. El amor de César Edmundo Rivera por su oficio era algo excepcional, muy enfermo se presentaba en la radio y la televisión irradiando un gran dinamismo, frente a las cabinas, las cámaras y los reflectores se transformaba.

John Richardson, co animador del programa “Siempre Éxitos” que proyectaba Canal 33 los sábados, relató que César llegaba al set de televisión agobiado por múltiples dolencias, pero no se quejaba y frente a las cámaras daba rienda suelta a su extrovertida y jovial personalidad y las anécdotas fluían a granel. Al final, postrado en su lecho, siguió inyectando ánimo y esperanza a quienes nos comunicábamos con él. 




Es difícil abordar la compleja y multifacética personalidad de César Rivera, sus inquietudes, sus inclinaciones, su compromiso indeclinable con la música popular y por procurarle espacios de proyección y reconocimiento a los artistas nacionales, lo cual no veía como negocio, si no como un apostolado. Era su peculiar forma de hacer patria.

César igual que su padre tenía una sociedad psicológica con la grandeza, éste vivía evocando a Henry Ford, a Abraham Lincoln y César rememoraba continuamente a Elvis Presley, a Los Beatles, cuyos retratos y los de algunas reinas de belleza colgaban en su apartamento. Siento que ansiaba emular a estos gigantes del espectáculo y se nutría con la inspiración que desata el contacto con la belleza.

Fue un ser libre, que vivió literalmente a su manera, como relata la canción que popularizara Frank Sinatra. Sus dotes histriónicos afloraban hasta en los momentos de luto, extraía chistes aun del dolor, presiento que veía la vida como una puesta en escena y los diversos espacios en que interactuamos como escenarios. Su amigo y ex disc jockey de radio Femenina, César Reconco escribió que se desenvolvía con una naturalidad única ante el micrófono que a veces terminaba siendo la estrella de los eventos que amenizaba, (pues resulta que cantaba y lo hacía bastante bien).

Era un cerebro creativo incansable, apoyado en una memoria fotográfica prodigiosa. Siempre andaba pensando en la posible letra de un jingle, una frase comercial, un afiche publicitario, encontrar las frases más elocuentes para describir la obra de un artista o para relatar una historia o lograr la entonación exacta que le daría a algún comercial de radio o televisión, con sus respectivas inflexiones de voz. Al final de sus días, se refugió en el dibujo, otra de sus aficiones, y dejó excelentes bocetos. 
                     
                                                 

Tenía un ojo clínico para reconocer el talento y la fuerza de voluntad para enaltecerlo. Antonio Hernández, un operario que trabajó en el taller de muebles metálicos de su padre, rememora que César llegó al taller en noviembre de 1971  a narrar la conmoción que le provocó el suicidio de Guillermo “Albertico” Hernández, el polivoz que era rey de los rating de audiencia a principios de los setenta con sus programas cómicos. César años más tarde promovió en YSKL La Poderosa un emotivo homenaje a aquel genio del micrófono que le dio vida a “las aventuras del Limpiaos Tutuy”.

                                                    

Como promotor de artistas fue clave en el lanzamiento y éxito de jóvenes promesas del canto nacional. Fermin Iglesias, el popular interprete del “Error más grande de mi vida”, “Hoy solo estoy sin ti”, “Por el bien de los dos”, cuenta que César fue providencial en 1978  en el despegue su carrera artística, aprovechando que trabajaba en la fábrica disquera DICESA lo promovió en todo el país cuando grabó su primer disco y le auguró que el triunfo pronto llegaría.
                                                                          
                                                                                


                                               
Otro de los cantantes que agradeció en la red su apoyo fue Herberth Auerbach, aquel muchacho cabello castaño que en 1983 colocó en las radios dos temas que sonaron fuerte “Puede ser que un día” y “¿Quién diría?” Al enterarse de su deceso escribió: “Fue un personaje muy carismático, buen amigo, lo recuerdo cuando pasaba a buscarme a la Colonia General Arce en su Jeep Suzuki para ir a ensayos con grupo Macho y cuando se grabó el disco en DICESA. Siempre hacia tiempo para estar en lo que más le gustaba".

                                            

Las muestras de pesar colmaron la red, en esa frecuencia el gran tenor salvadoreño, Eduardo Fuentes Mixco, también expresó: "César ha sido y seguirá siendo uno de los artistas más queridos del micrófono en toda mi carrera artística. Su hermandad conmigo en el trabajo ante los micrófonos, siempre fue inspiración para lograr un agradable momento compartido con el público. Siempre hubo un respeto mutuo y siempre aprendí algo de él. Con admiración, cariño y respeto un abrazo espiritual que será para siempre. Te queremos mucho César Rivera...."




En una ocasión tuve el privilegio de colaborar en su incesante trabajo de promoción de los artistas nacionales. En 1982 fui locutor de dos comerciales de radio, en el que anunciaba un concierto de un grupo denominado La familia Flamenco, integrado por niños y niñas que cantaban y tocaban varios instrumentos, evento que tuvo lugar en el Cine Libertad de San Salvador, y que fue ampliamente publicitado por la radio y la prensa. Rojito y Chirajito fueron los teloneros. Uno de los comerciales lo grabé en Canal 2, mientras producían Jardín Infantil, Chirajito se acercó y me pidió que no lo presentara como “…tus payasos favoritos: Rojito y Chirajito…”, sino como tus “amigos favoritos.” Varios amigos reconocieron mi voz y encomiaban mi participación en ese anuncio.

                                           
                            


Evocaba mucho a un locutor mexicano José Lavat, solía decir: “así habla José Lavat”. En 2012 sin tener ninguna militancia política, grabó varios anuncios para la campaña de Oscar Ortiz cuando aspiraba a ser Alcalde Santa Tecla por enésima vez y estos anuncios los grabó emulando la voz y la entonación de Lavat al que tanto admiraba.

Nunca le decía no a las causas benéficas. En la familia tenía un alma gemela que era su primo, Luis Vásquez Rivera, oriundo de Santiago María, Usulután. A Luis Vásquez y a otros filántropos de Santiago María, a finales de los ochenta se les metió entre ceja y ceja que había que fundar en el pueblo una "Escuela de Educación Especial", para atender a niños, jóvenes y adultos con capacidades diferentes. Fue así como César Rivera, Luis Vásquez, doña Marina, Neto Lima y otros, armaban "radiomaratones", al estilo Teletón, en el Cine Nacional, para recaudar fondos. César era el showman que fungía de maestro de ceremonias y cantaba canciones de los '70s. Posteriormente, durante algunos años animó con su carismática personalidad las fiestas patronales de aquel pueblo usuluteco.
                                                                            


Su espíritu bromista y fiestero era impredecible. Una vez encontrándose dentro del público, mientras los tenores Augusto Bonilla, Enrique Mancía y Napoleón Romero cantaban a todo pulmón en el restaurante Lizarran (Multiplaza), de repente nos sorprendió haciendo alarde de su potente voz, con prolongados falsetes. El tenor Augusto Bonilla lo observaba de reojo con asombro y recelo.
                                          
Igual que su padre era dado a leer con avidez los editoriales de los periódicos, a ver asiduamente los noticieros y los programas de entrevistas, para mantenerse bien informado y actualizado. En un corto tiempo de hospitalización, había acumulado un fardo de periódicos al lado de su cama. Hablaba de los editorialistas y a algunos como Pedro Roque les llevaba un seguimiento especial.
                                                      

                                                                  

                                                                        
No era un paciente común y como tal hizo de la sala hospitalaria un estudio de dibujo y pintura. Cuenta su hija Diana Rivera, psicóloga de profesión, que una de las pocas veces que acompañó a su padre al nosocomio, le dijo que no podía quedarse hospitalizado, porque no estaba preparado. Diana le propuso ir personalmente a su casa y recoger todo lo necesario para el internamiento, en su mente enlistaba: jabón, desodorante, peine, almohadas, frazada, cepillo de dientes, pasta y un gorrito porque siempre tenía frío. Pero para su mentor que era un talento gráfico lo esencial eran: portaminas universal, plumón permanente, borrador, sacapuntas, libreta de apuntes…Nunca llego al desodorante, ni al jabón, mucho menos a la almohada.                                                                        
                                                



Diana Rivera, que con la agudeza que le proporciona la piscología, también es hábil para la prosa, escribió al momento del deceso de su progenitor: “Quisiera decir que después de 4 años de lucha, el cáncer ganó la batalla, pero no fue una lucha, más bien fue un danzón. Con el traje, el micrófono y la sonrisa, no combinaba el cáncer y eso llevó a mi papá a decidir no tener cáncer hasta que el cáncer lo tuviera a él. El cáncer lo tuvo únicamente los últimos días, antes de eso, vivió cada día cómo si nada, convencido de que ya no hacía falta caminar si él había andado de arriba a abajo toda su vida”.