lunes, 12 de junio de 2023

EL ENTRAÑABLE AMOR AL TERRUÑO

 Por Joaquín Rivera Larios



Tantas canciones que revelan el amor hacia el terruño, el espacio donde hemos vivido episodios memorables. El cancionero sobre este tema  es innumerable: “Vuelve cuando puedas/aqui está tu tierra...” del grupo Alux Nahual,  “Caminito” de Carlos Gardel, “Pueblo mío” de José Feliciano,  “En mi viejo San Juan” de Javier Solis, “México, lindo y Querido”,   De repente, yo me voy pa San Vicente”, “Ya me voy para Santa Ana”, “Carnaval de San Miguel”, entre muchas otras tonadas. 

Una vez más la música como telón de fondo de los recuerdos, fungiendo como vehículo que nos traslada a la velocidad de la luz al pasado y a parajes tal vez lúgubres o sombríos, pero en nuestro imaginario los vemos luminosos, por los recuerdos que despiertan.

                                                


Jorge Luis Borges dijo: “Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos.” Aunque envejecen las casas y envejecen las personas, tenemos una vinculación psicológica con espacios que consideramos especiales, por los recuerdos que fluyen a borbotones  cada vez que los evocamos o que los recorremos fisicamente.

Salomón dijo en  Eclesiastes  7:10: “No añores viejos tiempos; no es nada sabio”, pero es una inclinación ineludible, porque al juntar esos fragmentos de recuerdos, el individuo  reconstruye su identidad, su historia, se figura quién es y de dónde viene. Y con frecuencia nos adherimos inconscientemente a la idea del poeta  Jorge Manrique, quien pensaba que  cualquier tiempo pasado fue mejor.

                                            


De pronto aparecen emociones, imágenes, ideas asociadas con seres extintos o ausentes, vinculadas con paisajes urbanos o rurales. Cuando vemos las fotos blanco y negro, color sepia, quisiéramos incrustarnos de nuevo en ellas. En esa época pretérita no teníamos plena conciencia que la vida es tan pasajera.

                                    

Nadie se olvida del barrio o la escuela donde se formó, del parque que recreo sus juegos infantiles, donde jugamos partidos en las calles o terrenos polvosos, de la plaza donde vio algún mitin o una campaña evangélica,  un desfile cívico y presenció la declamación de la Oración a la Bandera, las fiestas navideñas, la reventazón de cohetes, la alfombra de papelitos que dejaba en las calles el estallido de esos artefactos. Eramos muy felices y no lo sabíamos.

Aquel viejo barrio o centro de estudio que fue el escenario de todos los comienzos, se vuelven un pedazo de alma, un trozo de memoria. En aquellos parajes entrañables  tuvimos los primeros amigos, las primeras riñas, la primera novia en nuestro mundo de ensueño, aunque ella nunca lo supo. Todos estas remembranzas nos reafirman que somos seres nostálgicos.

                                            



Un libro entrañable que logra acrecentar el amor al terruño es “Lecturas Nacionales de El Salvador”, del ilustre Maestro viroleño Saúl Flores (1889-1980), una obra que recoge retazos de vida, enunciados axiológicos y morales, un cúmulo de relatos que rinden tributo a la identidad salvadoreña, esbozan la campiña,  la admiración que despiertan nuestra flora, lagos, volcanes,  aspectos de la idiosincrasia de nuestra gente y desde luego anécdotas  de personajes salvadoreños como el Maestro Mártir, Marcelino García Flamenco y Anita Alvarado. 
                                    

Hace un par de meses volví al hogar abandonado de mis padres ya fallecidos y volví recorrer con nostalgia  cada espacio de la casa, los dormitorios, el comedor, la sala y la extensa de galera que construyó mi progenitor para instalar su taller de mecánica,  retornaron a mi memoria los sueños de mi padre de plantar en ese local una gran industria, de generar fuentes de empleo y de dinamizar la economía nacional. Volvieron a operar sus viejas maquinas (el esmeril, el torno, la dobladora de lámina,  el compresor, el aparato de soldadura) y la sinfonía de ruidos que generaba el viejo taller se activó nuevamente.          

                                  


 
    

Por esa conexión tan arraigada del habitante al territorio donde nació y creció,  tiene tanta importancia para la autoestima y la identidad  de un pueblo rescatar áreas o zonas con tanta significación espiritual como el Centro Histórico. Cuantas vivencias de la infancia, la adolescencia, la edad adulta  están asociadas al Palacio Nacional, al Telegrafo, al Teatro Nacional,  a la Plaza Barrios, a la Plaza Morazán,  al desparecido edificio de Correos, al Hula Hula, la Catedral, la Iglesia El  Calvario.  Cuantos personajes históricos que dejaron honda huella en el país pulularon por esos espacios.