martes, 18 de julio de 2023

ÁLVARO RIVERA LARIOS: ESCRITOR POR PREDESTINACIÓN GENÉTICA

Por Joaquín Rivera Larios

                                


Hay una frase que en mi familia calza al dedillo y es aquella que reza: "De músico, poeta y loco todos tenemos un poco". Y es que en la casa paterna imperó una fiebre por la palabra verbal y escrita que contagió y unió a sus hijos e hijas. Por los relatos de mi padre sentiamos que Amado Nervo, Ruben Darío, José María Vargas Vila, Johann Wolfgang Goethe eran parientes ausentes físicamente, pero entrañables, porque papá los evocaba en sus conversaciones cotidianas. Y esa devoción hacia verbo elegante y refinado nos marcó y nos predeterminó a unos más que a otros.

Preocupado por el porvenir de una nación atribulada que parece no interiorizar las lecciones de su convulsa historia y fiel a la creencia que la palabra y las ideas pueden cambiar el mundo, Álvaro pasa desde Madrid con su catalejos, escudriñando las vivencias cotidianas que agitan al Pulgarcito y abordando con ponderación y agudeza diversas aristas no muy exploradas de la realidad nacional. Ha librado una batalla quijotesca por verter crítica equilibrada en un ambiente polarizado. 
                                      

 
                                            
Ha publicado diversos artículos, ensayos y poemas impregnados de nostalgia y amor al terruño, en Diario Colatino, en los periódicos electrónicos El Faro, Contrapunto, Gatopardo, revista La Zebra, entre otros medios virtuales, en los que ha arrojado luz sobre problemas políticos, sociales, económicos, recreado historias de la guerra, exaltado y diseccionando la obra de viejas y nuevas glorias de la literatura salvadoreña o retratado estampas de sus paseos, como la crónica que escribió en Facebook de su visita a Cádiz, la tierra que idolatra a un tal “Mágico” González.

SU ADVENIMIENTO AL MUNDO

Rememora mi hermana Gladys en Facebook que un día de julio de 1960, a media noche, una estruendosa tormenta irrumpió la calma de su sueño y despertó asustada. Recuerda que escuchó la voz de nuestra  madre que estaba en el corredor del patio, clamando al cielo protección. Presa del miedo salió corriendo en su búsqueda y, a sus siete añitos, aquella oscura noche de rayos, centellas y de estrepitosos estallidos, que le pareció el juicio final. Pero para su alivio, pronto regresó la calma y su sueño continuó.

                                                      

 
                            
Al despertar a la mañana siguiente, nuestra mamá no estaba; se había ido en la madrugada para el hospital. Un hermano estaba por nacer y ese mismo día, 5 de julio, a las 11:46 de la mañana, vino a la luz. A la hora del almuerzo, reunida la familia a la mesa, papá comentó que la tormenta quizás había sido el presagio de la llegada de un genio, al seno de nuestro hogar.
                                                    

El tiempo mostró que las luces de las centellas de aquella oscura y ensordecedora tormenta, fue ciertamente el preludio de un alumbramiento especial. Trae a cuenta Gladys que a los dos años, papá afirmaba que su pequeño hijo poseía un parecido enorme con Rubén Darío cuando este tenía su misma edad. Decía que ambos tenían los rasgos físicos de los inteligentes: la cabeza grande y la frente ancha, por tanto sería tan brillante como el Príncipe de las Letras Castellanas.

PREMATURA INMERSIÓN EN LAS LETRAS

Así es la premonición del padre y el puente que le tendió desde la más temprana infancia con Rubén Darío, el Dios del Olimpo poético, predestino a Álvaro Ernesto, llamado así por un cambio fortuito e imprevisto que experimentó mi padre que iba al registro de Estado Familiar resuelto a ponerle Rubén Amado a su quinto hijo, motivado por sus dos referentes literarios: Rubén Darío y Amado Nervo. Desde su nacimiento fue marcado por ese designio de elevar barriletes con palabras y de escribir historias envueltas en metáforas.
                                                                    
                                                        


El niño crecía y así también la devoción de su hermana hacia él. Por la noche Gladys le leía cuentos, entre ellos los de Hans Christian Andersen y los de Oscar Wilde. El disfrutaba y vivía las historias a tal grado, que un día a media noche, despertó llorando y muy triste porque decía que la golondrina le había quitado los ojos al Príncipe Feliz.

VIVENCIAS

Así las cosas, Álvaro desde que tengo memoria, lo veo exprimiendo su pensamiento durante horas de desvelo, para robarle a las musas un ensayo, o una poesía o una máxima irrefutable, como mi padre lo soñó antes de que él naciera. Llenaba libretas de poemas y para inspirarse solo necesitaba tener lápiz y papel. Lo tengo presente a mediados de los setenta, cuando estudiaba en el Instituto Salesiano Ricaldone, sacando de una caja las Enciclopedias Quillet para rastrear con avidez algún dato biográfico, histórico, filosófico.  


                                        


Lo recuerdo hablando inglés con turistas extranjeros, relatar emocionado que había visto en persona a candidatas a Miss Universo que participaron en el concurso cuando se celebró en El Salvador en 1975. Cierta vez se le nublaron los ojos y contuvo su ira cuando le dijimos que habíamos quemado toda su colección de libros de Roque Dalton, porque teníamos información que la casa sería cateada por tropas del ejército. Cuando viajaba de España a El Salvador a mediados de los noventa, traía dos maletas de libros y una de ropa.



                                          

 
        

Uno de los más conmovedoras remembranzas de mi infancia fue verlo llorar amargamente por la muerte de algunos compañeros de células guerrillera que cayeron abatidos en algún operativo, o probablemente después de haber sido capturados o retenidos. Me imagino que lloraba de rabia e impotencia de ver en retrospectiva cómo la vida de aquellos jóvenes nobles e ilusos había sido truncada a sangre y fuego. Relataba entre sollozos los momentos de camaradería que había compartido con sus extintos compañeros.

                                                                
                                                                
                                                                    
A veces las omisiones dejan huellas perdurables, dejan grabadas imágenes sobrecogedoras. Mi hermana Gladys le compró a Álvaro una guitarra, que me imagino intentó tocar. Pues bien, la imagen triste y solitaria de aquella guitarra abandonada en la esquina de una habitación, quedó horadada en mi memoria con un dejo de melancolía. Sentía que no era justo que en la familia no hubiese un cultor del instrumento de las seis cuerdas, y que no podíamos darle la espalda al arte sonoro. Es curioso, pero el recuerdo nostálgico de aquel instrumento, me llevó a inculcarle a mi hijo el amor por la música.

INFLUENCIA DALTONIANA

La vida de Álvaro ha estado dominada moral e intelectualmente por la abrumadora presencia de Roque Dalton, un mito de la izquierda latinoamericana. Bajo es poderoso influjo, ha hilvanado su quehacer literario, ejerciendo un apostolado al servicio de la libertad de conciencia. En torno a este eje, han circulado varios de sus artículos que se pueden degustar en la red: “Salarrue y Dalton ”, “Ese muchacho era loco”, “El dudoso reinado de Roque Dalton”, “Decapitando al rey Dalton: Los poetas jóvenes ante la tradición”, “Vladimir, el Vaquerito”, entre otros. 


                                                    


En el artículo “Salarrue y Dalton” critica la postura del literato Rafael Lara Martínez de cuestionar las obras de Salarrue, quien a juicio de Lara fue un peón en el engranaje de la políticas culturales del Martinato, por su silencios y omisiones en su obra indigenistas; y defiende a Roque Dalton señalado de falsear presuntamente la biografía de Miguel Marmol en la obra del mismo nombre, al hacer un relato novelesco con fines ideológicos y políticos. Álvaro deja entrever la posibilidad que no haya existido intencionalidad en ambos autores, sino que fueron criaturas de un tiempo que los atrapó y los limitó, a pesar de que ambos como escritores profesaban el ideario de la igualdad en una sociedad oligárquica.
                                                              

      
En su crítica “Decapitando al rey Dalton: Los poetas jóvenes ante la tradición”, sostiene que la influencia estética de Roque Dalton ha sido menor de lo que se afirma y  que el concierto de voces de nuestra lirica ha sido menos pobres de lo que se ha supuesto. En tal sentido, no concuerda con lo preconizado por algunos escritores maduros, que ejerciendo el papel de portavoces de los poetas jóvenes, han levantado el acta de que Roque Dalton ha sido hasta hace poco el rey absoluto de nuestra lírica.

                                            


En la crónica “Vladimir, el Vaquerito”, vuelve a la carga contra los verdugos del autor de “Pobrecito poeta que era yo”, destacando la escena en la que uno de los captores del poeta ( Vladimir Rogel Umaña) lo agarra a patadas gritándole que no es más que un intelectual cobarde. El fantasma del Vaquerito recorre la misma senda que el fantasma de Mayo Sibrián y que los asesinos de la Comandante Ana María (Mélida Anaya Montes) ocho años después.

El critico sostiene que los hechos parecen inconexos, la muerte de Dalton y la muerte de la Comandante Ana María, revelan en suma cómo se han podrido ciertos debates al interior de la izquierda al punto que algunos conflictos internos han desbordado en actos de canibalismo. A su juicio el Vaquerito es una figura que potencialmente seguiría viva en la medida en que continúen vivos ciertos valores, ideas y formas de hacer política.

CRITICA LITERARIA

Ha escrito crítica literaria, destacando la obra de cultores promisorios de la literatura salvadoreña. En la revista La Zebra figuran dos artículos suyos «El disparo: la oscura plegaria de Luis Borja» y “La Balada de René” refiriéndose en su orden a las obras “El Disparo: Cuentos de barr(i)o”(2014) y “Balada de Lisa Island” (2004), cuyos autores son respectivamente Luis Borja y René E. Rodas, ambos docentes universitarios, licenciados en letras por universidades salvadoreñas, fallecidos prematuramente.

                                                    
En esta reseña crítica en la revista La Zebra, Álvaro argumenta que la incursión del poeta Luis Borja (1985-2021) al ámbito de la crónica roja con su libro “El Disparo: Cuentos de Barr(i)o” es acertada, porque llega a ella con las armas de la imaginación, hechas cohesivas por una poética que prefiere enfocarse en las experiencias de vida de las personas más afectadas por la violencia en El Salvador. Sostiene que con dicho libro Borja ha logrado legitimar la entrada de la crónica roja en el territorio de la poesía.                                             
                                                    


Con respecto a la obra del autor René E Rodas (1962-2018), califica de gran poemario el relato de amor “Balada de Lisa Island”, una joya de nuestra lírica reciente que borra la línea divisoria entre la poesía y la narración, con evocaciones música folk estadounidense y tonadas de Bob Dylan. Destaca que la obra fue escrita entre El Salvador y Canadá y que el autor supo evidenciar su condición de exiliado, destilando en sus versos elementos cosmopolitas.
                                                                                
                                                                                                                                    

SEMBLANZAS POETICAS

He leído con asombro y regocijo, varios semblanzas poéticas que Álvaro ha dedicado a familiares fallecidos muy queridos: nuestros padres, César, nuestro hermano, tía Berta, tía Rosa, mama Tita, los primos Francis y Byron, que arrojan una luz sobre las complejas personalidades de los seres extintos, visualiza rasgos únicos de su carácter que solo un agudo observador y hábil narrador puede expresar con elocuencia.


                                        

Álvaro con su lírica funge como portavoz de la familia, exteriorizando lo que otros quisiéramos comunicar, pero carecemos de recursos expresivos. Al patentizar ese tributo poético, no solo honramos la memoria del ser querido, si no que desahogamos en alguna medida el dolor que nos aqueja. En el caso especial de nuestros primos, los poemas revelan la conmoción que provoca su muerte prematura y la estela de preguntas sin respuestas que esos viajes al más allá dejan flotando en el entorno.

                                                 

En lo que concierne a nuestro padre, Álvaro ha delineado en al menos en tres poemas el complejo talente del autor de nuestros días: “Cipotío descalzo”, “Cuando llega mi padre” y “A mi padre”, los cuales me permitieron entender con mayor claridad el impacto que mi progenitor generó en su hijos, por su intrincada conjunción de dones y defectos. Álvaro deja entrever el núcleo de un drama personal: cómo aquel logró personificar la figura paterna, ser fuente de provisión y referente de conducta, cuando pesaba sobre sus hombros un caudal de pesadumbre derivado de la orfandad, cuyas secuelas lo laceraron el resto de sus días.
                      
                                        



                                                  

 
  
                                    
Asimismo, ha rendido homenaje a compañeros que perecieron en el conflicto: Carlos Hernández Cañenguez, Carminda Castro Sánchez, la poeta Claudia María Jovel y otros exiliados como Carlos Sánchez. Por las trágicas circunstancias en que se produjeron los decesos y la huida del solar patrio, estos versos son particularmente desgarradores, revelan cómo la juventud de estos muchachos se vio truncada en aras de una revolución, cuyos ideales fueron traicionados. 

                                                    



Especial mención merece el poema dedicado a Whitney Houston, escrito en medio del duelo mundial que generó el trágico fin de la cantante, fallecida el 11 de febrero de 2012, a raíz de un ahogamiento en un bañera en el Hotel Beverly Hills, tras consumir cocaína y sufrir ataque cardíaco.
                                            


LA MUCHACHA QUE VOS FUISTE

En medio de una tormenta similar a la que precedió a su nacimiento, la noche martes 28 de junio 2022, Álvaro dio lectura a su libro de poemas “La muchacha que vos fuistes”, en el Centro Cultural de España en El Salvador (CCESV), poesía amorosa escenificada en un teatro de guerra.
                                            


El autor proyecta el cuadro de una pareja de jóvenes que se aman y que están dispuestos a ofrendar su vida en nombre de la revolución. El libro aglutina un complejo tejido de amor, ideología, historia y desencanto. Cuando pensamos que el tema la guerra se ha agotado, este poemario desvela que no hay límites a la creación literaria y que las profundidades humanas y las contradicciones son inagotables.

                                            


EL LEGADO

Salvo notables excepciones, en nuestro precario y mezquino mundo cultural, el escritor experimenta dos muertes: primero la física y después el gradual olvido de su obra, que ya no es reeditada, tornándose una misión infructuosa encontrarla. Quizá parte de la lucha de las autoridades y de los investigadores sea impedir que el ogro del olvido devore el legado de estos hacedores de cultura y eso pasa por sistematizar, analizar y difundir sus obras.
                                        


Sin duda, formado en el viejo continente, con cánones literarios de primer mundo, Álvaro Rivera Larios da aportes valiosos al acervo cultural de nuestro país. Es una tarea pendiente aglutinar su trabajos, dispersos en periódicos virtuales, redes sociales, manuscritos, clasificarlos por géneros (poesía, cuento, ensayo, crítica literaria, crónica), buscando afinidades sutiles entre sus textos y luego hacer un esfuerzo para publicarlos.