lunes, 24 de mayo de 2021

ROSA RIVERA, LA TÍA DE HIERRO

Por Joaquín Rivera Larios 




Mi padre y sus hermanos Alejandro, Rosa, Mercedes, Gabriel, Isabel, Berta, enfrentaron grandes carencias y vicisitudes, por eso sus logros son altamente meritorios. Tía Rosa Rivera (1926-2021) ha partido y el primer calificativo que vino a mi mente cuando supe la noticia es "la tía de hierro", un alma inquebrantable, invencible, indoblegable, envuelta en un cuerpo perecedero, que no se dejaba amedrentar por nada ni nadie.

No solo hizo alarde de un carácter férreo, sino también de una gran disciplina laboral, un gran talento empresarial y una capacidad formidable para conectar con el gusto de sus clientes, que preferían sus productos por encima de la competencia.





Y es que tenía ingenio para la producción en serie (recuerdo que trajo de EE. UU. una máquina para triturar repollo), para decorar su restaurante (construyó una fuente en el centro del mismo y colocaba atractivos rótulos luminosos) y el marketing, ya que creó una marca "Panes Silvia" que aún hoy, es querida y añorada.


                                   
Sus dotes gerenciales afloraron de manera precoz. A los veinte años ya administraba un comedor grande, con empleados a cargo y muchos comensales. Demostró tempranamente habilidades negociadoras para comprar y vender, destrezas númericas para calcular costos y precios, administrar recursos humanos de cara al cumplimiento de metas y el esmero para cuidar los mil detalles que conlleva preparar y servir alimentos con altos estándares de calidad y buena presentación.




En los albores del conflicto armado, se vio expuesta a las acechanzas de grupos de sediciosos que le pusieron impuesto de guerra, por su exitoso negocio, su respuesta fue un categórico no y como consecuencia de su entereza, sufrió las embestidas de la violencia, pero ella redobló la seguridad de su empresa y continuó con el mismo ahínco durante varias décadas más, rubricando siempre su compromiso con la excelencia. 


                                              

          
Fue un bastión para su madre, Arcadia, a quien colmó de apoyo material y moral en sus últimos años de dura enfermedad. Nunca olvidaré que los tíos Rosa y Alejandro se complementaron formidablemente en sus esfuerzos por aliviar los quebrantos de la abuelita Arcadia y protegerla hasta el último latido.



Su espíritu viajero no conoció barreras. Visitó el Oriente Medio, Europa Occidental, Colombia, varias ciudades de Estados Unidos. Por allí la vi en una foto subida en un camello en el desierto. En Estados Unidos fue recibida por varios parientes que le profesaban respeto y admiración. En sus viajes recolectaba ideas novedosas para implementar en su negocio. Cierta vez comentó que había saludado en un avión al ingeniero José Napoleón Duarte, expresidente de la República, de quien fue seguidora.


                                                        

Era muy puntual para cumplir sus obligaciones, las deudas las pagaba por adelantado. Tenía una visión de dar, alcanzar y proyectar lo mejor. La fiesta de quince años de su hija Silvia en el Colegio Las Hermanas Somascas a mediados de los sesenta fue un evento fastuoso e inolvidable. De similar forma los cumpleaños de su nieto, David, eran agasajos memorables: animados por los payasos más famosos, tengo presente a Chocolate y Chirajito, con música de ocasión, espléndidos regalos, banquetes, piñatas, pasteles.

En coyunturas críticas y trágicas, tía Rosa fue la gran benefactora que extendió su mano solidaria para aliviar situaciones de luto y dolor. En el fragor de la guerra, los alzados en armas colocaron un artefacto cerca del castillo de la Policía Nacional, que desafortunadamente explotó mientras transitaba una pariente por la acera aledaña, el hecho fue desgarrador. Tía Rosa auxilió de inmediato a los dolientes, despertando la gratitud de la familia. Que en paz descanse tía Rosa.