sábado, 2 de octubre de 2021

LAS DIVAS DEL CELULOIDE

Por Joaquín Rivera Larios


Cuando la televisión blanco y negro era la regla general y el betamax era patrimonio exclusivo de familias pudientes, el cine era el espacio de recreación por excelencia en la ciudad de San Salvador, donde los sitios de sano esparcimiento históricamente se han contado con los dedos de la mano. La primera imagen borrosa que atesoro de una sala de cine es la exhibición de “El Mago de Oz” (1939), protagonizada por Judy Garland en el Teatro Presidente, hacia 1974.

Tengo frescos dos momentos cumbres de mi relación con el celuloide que tuvieron lugar en 1977. Recuerdo haber quedado extasiado con las desgarradoras imágenes de la bellísima Jesica Lane delirando en las rudas manos de “King Kong”(1977), film que colmó las salas por varios meses. Asimismo, me cautivo la imponente y sensual presencia de Hedy Lamarr, en “Sansón y Dalila”(1949), protagonizada por Victor Matur, que presencié en el Cine Modelo.          
                                                                 
                                                                                

            
Asocio las imágenes desdibujadas de las divas que se marchitaron o se extinguieron, con el aciago terremoto del 10 de octubre de 1986 que modificó el rostro urbano de San Salvador, precarias salas de cines daban un halo de vida a una alicaída ciudad, vapuleada por una cruenta guerra civil y el incremento galopante del comercio informal. La hecatombe hizo añicos centenares de edificaciones, muchas de ellas con valor histórico y nos privó de la gran mayoría de salas, ensombreciendo aun más la vida citadina, al apagar el tenue brillo y chispa que el cine le inyectaba a nuestra golpeada capital.

Ciertamente, ver a las divas en los extintos cines era una experiencia intensa, trepidante, única, muy diferentes a las emociones que concita actualmente el DVD o el cable, en gran medida por eso extraño la red de cines que los citadinos perdimos a consecuencia del terremoto y de la crisis que luego se desató sobre ese negocio. Apolo, Libertad, Darío, Central, Paris, Presidente, Iberia, América, Modelo, Capitol, Roxy, Tropicana, Avenida, Deluxe, Regis, Plaza, Jardin, Izalco, Maya, Renovación, Astor, Cinelandia, son solo algunas de las salas de exhibición que quedaron sepultadas en el pasado.                                                     
                                                        



Quien escribe en el  primer lustro de los ochenta era un mozalbete que se escabullía de la casa para tratar de sorprender al portero de la sala de exhibición, a fin de que no advirtiera la minoría de edad. La efervescencia que se instala en la mente y el cuerpo de los adolescentes se conjuga con los nutridos estímulos de erotismo que proyectan la pantalla grande, la pantalla chica y la música.

Sofía Loren, la leyenda italiana del cine que estelarizo “El Cid” (1961) con Charlton Heston, dijo: “La fantasía del hombre es la mejor arma de la mujer”. El cine y la televisión son fabricas de sueños, alimentan patrones de pensamiento y acción, incrementan 
nuestra natural adicción a la belleza.                                                                                           

                                        
En la cresta de la adolescencia fue alucinante visualizar las actrices espectaculares que dominaban las pantallas, frente a un grupo de fascinados y delirantes espectadores que boquiabiertos contemplaban aquellas imágenes femeninas esculturales y rostros con finos rasgos, a veces angelicales.

En esa etapa tan fluctuante, el contacto visual con las estrellas del celuloide, desataba emociones contrapuestas: tribulación, deleite, fascinación, perturbación, exaltación, que luego desembocan en un estado de embeleso. Y el morbo se agudiza, cuando los instintos se exasperan, lo que me recuerda una frase del film "Jimmy Neutron: el niño genio" (2001), en el que Jimmy  presagio a Carl:  "Seremos invadidos por un rio de hormonas que nadie controla, y perseguiremos a la raza femenina contra nuestra propia voluntad".

                                                                     
                                                                                                                                                                  
Esos deseos que con frecuencia se tornan perturbadores, son alimentados por las divas que deslumbran en la pantalla, volviéndose símbolos o estereotipos de belleza ideal, que se convierten en el nun plus ultra del encanto y fijan por ende el estándar con el que solemos cotejar a las féminas atractivas que deambulan en nuestro entorno. Ello revela una vez más que el mundo predominantemente es visual y la primera impresión es la imagen.



Antes que posara mis pupilas en Marilyn Monroe, la primera rubia que me embelesó fue Farrah Fawccet, la despampanante chica dorada, de sonrisa encantadora, que estelarizaba la serie televisiva “Los Angeles de Charlie”, en la que libraba un duelo actoral con Jaclyn Smith, de cabello negro. Farrah era una figura omnipresente en los kioskos de revistas, en los anuncios, en los posters, en las portadas de los cuadernos, en los estantes de cosméticos. Entre las actrices rubias, representaba el biotipo más admirado.    
                                                                                



                         
Mi predilección hacia las artistas de tez blanca continuo y después 
volqué mi admiración hacia Yuri, la reina de la canción juvenil en español a finales de los setenta y a principios de los ochenta. El corazón me estallaba de emoción cuando escuchaba por la radio “Primer amor” (1980): “Cuando estes aqui te adoraré/ Y cuando no estés te añoraré/ Cuando necesite tu calor/ Te buscaré, te buscaré/ Si te encuentras triste llámame/ Que tu soledad alejaré/ Cuando necesites de mi amor/ Acudiré, acudiré…” Por cierto Yuri estelarizó varias películas “Siempre en Domingo”, “Mi verdadera historia”, “Canta chamo”.

                         
                                      

Aunque el brillo y el glamour que irradió la juvenil Michelle Johnson en su debut cinematográfico en la famosa sexi comedia “Echale la culpa a Río” (1984), filmada en las playas de Río de Janeiro y coprotagonizada con Michael Caine, se fue diluyendo en sus sucesivas películas, para mi el derroche de sensualidad, carisma, coquetería que desplego en ese film que vi en el extinto Cine Paris de San Salvador, fueron suficientes para tenerla en pedestal de honor entre mis divas favoritas. Paradójicamente, una Demi Moore con aspecto adolescente que tuvo una participación pequeña en esa comedia, sí llegó a la cima del séptimo arte.     
                                                           
                                                                         
Hay una frase en el el cine que para mí describe esta compleja amalgama de emociones y es la que dice Peter Parker a Mery Jane en Spider-Man I(2002): "Lo mejor de Mary Jane es, cuando le miras a los ojos, y ella te mira a los tuyos, todo lo notas raro, porque te sientes más fuerte y débil al mismo tiempo. Te sientes excitado y al mismo tiempo aterrado. La verdad es que no sabes lo que sientes, excepto el tipo de hombre que deseas ser. Es como si hubieras alcanzado lo inalcanzable y no estabas preparado para ello".
                                                    
                                  

      

Quién no soñó en la adolescencia con la símbolo sexual que acaparaba titulares de los tabloides y los programas y revistas de espectáculos en aquellos años idos, quién no se enfundó en su sueños febriles en la piel del galán de turno que se fundía en un plácido cuerpo a cuerpo con esa diva que despertaba suspiros y concentraba miradas enamoradas. Pues bien, aun tengo frescas a esa constelación de musas que martillaban mi mente con sus espectaculares imágenes. ¿Cómo olvidar a Raquel Welch, Sofia Loren, Olivia Newton John, Brook Shields, Lucía Méndez,  Sasha Montenegro, Lina Santos, Rebeca Silva, Felicia Mercado?