Por Joaquín Rivera Larios
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He aquí el retrato restaurado con el auxilio de inteligencia artificial del progenitor de mi padre, obtenido por una gentil cortesía de su nieto Julio César Villafuerte (1931-2012). Eleuterio Suria fue hijo legítimo de Francisca Mendoza y Jacinto Suria, casado con Julia Montes, dueño de la ahora extinta Panadería El Alba, después Pan Palmera, ubicada en el Barrio Concepción de San Salvador.
Era originario de Santa Tecla, La Libertad. Tuvo que haber nacido allá por 1873. Tenía 46 años cuando nació mi padre. En el tiempo en que Eleuterio Suria vino al mundo El Salvador era gobernado por el Mariscal de origen guatemalteco, Santiago González (9 de julio de 1872-1 de febrero de 1876).
Mi progenitor fue concebido en una relación fortuita y furtiva, del empresario panadero con una aprendiz de panadería, Arcadia Rivera (1904-1994), que en esa época frisaba los quince años.Quizá la foto del abuelo esquivo que encabeza este artículo explique parcialmente el enigma que para mí rodea la personalidad de mi padre, porque me ayuda a reconstruir su historia. El autor de mis días fue descalzo hasta los quince años y voceador de periódicos para poder sobrevivir. Eleuterio Suria, fue un reconocido y prospero empresario, mi padre luchó por serlo.
Procediendo de una cuna tan humilde y habiendo sufrido el látigo de la más despiadada pobreza, no me explicaba de dónde había heredado mi padre el gusto por el buen vestir, el buen hablar, los modales refinados, su apasionado amor por la lectura, y sobre todo, sus sueños de ser un gran empresario e industrial y engrandecer la economía nacional. Desde luego no lo logró, pero los sueños cuentan, porque se transmiten de generación en generación.
Aparte de la vena genética, otro factor dominante que modeló
su forma de ser fue el tío Joaquín Rivera (1899-1966), el familiar más culto y distinguido
de la primera mitad del siglo XX, a quien mi padre amaba entrañablemente; y
desde luego, la época que le toco vivir, en la que no era extraño ver los
domingos artesanos impecablemente trajeados, engalanando las plazas, portales y
establecimientos de una minúscula ciudad de San Salvador.
El dirigente comunista y organizador del sindicato de panificadores, Blas Escamilla (1911-2012), originario de Moncagua, San Miguel, menciona en una semblanza autobiográfica publicada en una página del Servicio Informativo Ecuménico y Popular (SIEP) que Eleuterio Suria era un indito de Izalco que tenía una panadería y dos hijos en Nueva York.
Blas Escamilla relata que Suria fue el que lo mandó a la escuela durante tres años, allí aprendió a leer y escribir. Estudiaba en la mañana y en la tarde aprendió el oficio, aprendió a hacer pan dulce, pan francés, etc.
La hija de él, María Luisa Suria, hermana de mi padre, nacida el 11 de octubre de 1900 en San Salvador y fallecida en la misma ciudad en septiembre de 1985, fue una persona muy estimada y elegante.
La pregunta que surge es ¿Será cierto que gran parte de nuestro ser viene determinado por la genética, independientemente del entorno? Infiero por la foto de Eleuterio Suria y por la personalidad de mi procreador, que el abuelo tenía estilo, presencia y el espíritu emprendedor y visionario de un empresario.
Tal como lo explica Nina Canault, periodista científica y filosofa en su libro "Cómo pagamos los errores de nuestros antepasados" (2009), recibimos de nuestros ancestros mucho más que una herencia material. Sin ser conscientes de ello, somos beneficiarios o víctimas de un legado psicogeneracional, con sus aspectos positivos y negativos, que marcará nuestras vidas. La Psicogenealogía identifica las huellas psicológicas que nuestros ancestros dejaron en nosotros, con la meta de comprender nuestro accionar y nuestra vida.
Eleuterio Suria Mendoza partió a la eternidad a los 65 años el 3 de diciembre de 1938 en el Barrio Concepción de San Salvador en pleno apogeo del régimen dictatorial del general Maximiliano Hernández Martínez, sin haber reconocido a mi progenitor.Contaba mi padre que cuando él lo fue a ver ya estaba ciego, murió asistido por el médico Arnoldo Hirleman. Su tumba yace en el Cementerio los Ilustres de San Salvador a la par del filántropo y banquero estadounidense, Benjamin Bloom (1873-1951).
Siento que mi padre tuvo un pleito en su mente y corazón con la memoria de Eleuterio Suria Mendoza, sin desconocer las cualidades de este último y sin guardarle rencor. Luchó por ser el padre que él no tuvo, batalló por medio de su trabajo porque sus hijos no sufrieran la orfandad que él vivió, y considero que cumplió con creces su rol.
A manera de conclusión, cuando reflexiono en la capacidad mental de mi padre y en
sus talentos naturales, no puedo dejar de pensar en la herencia genética que recibió de Eleuterio
Suria, el abuelo esquivo, aquel que no le dio su
apellido, no lo reconoció ni le proveyó para su crianza, generándole un gran vacío, pero su temperamento, inteligencia, personalidad tuvo que haber influido en su vástago ignorado por la fuerza misteriosa del ADN.
Desde luego que por estar la vida de muchos antepasados envuelta en un halo de misterio, por la carencia de referencias fidedignas, solo nos queda conjeturar.
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