Por Joaquín Rivera Larios
Vivir es más que respirar, más que existir, es asumir las
consecuencias de nuestros actos, es saber que cada acción, cada omisión, tiene
implicaciones funestas o revitalizadoras en el presente, a corto, mediano o
largo plazo. Cada expresión de voluntad puede tener efectos benéficos o efectos
ruinosos. Podemos extender una mano al desvalido, inspirar a otros, inyectarles
motivación para superar peldaños, o bien podemos destruir, cortar alas,
asesinar sueños.
Desde que era un adolescente he tarareado aquella celebre
canción “Culpable soy yo”, interpretada por José Luis Rodríguez “El Puma”, en
la que hace un juicio de reproche por haberse apagado la llama del amor. En el
video se aprecia que intenta en vano detener el abandono de su esposa e hijos
que se retiran en un taxi. Se ve un Puma con semblante entristecido y
meditabundo. Los daños emocionales a veces son imperceptibles pero destrozan.
El silencio y la inacción en ocasiones pueden tener consecuencias devastadoras.
La vida de cada ser es un claroscuro que varía de
proporción, hay vidas donde las sombras eclipsan casi por completo a la luz, hay quienes arrastran con el fardo de penas y frustraciones provocadas por haber carecido de un hogar
funcional, con la presencia de un padre y una madre que les proveyeran el sustento
moral y material para sobrellevar una existencia digna. Y esa frustración se proyecta
al exterior de diversas maneras: ira,
amargura, envidia, insatisfacción, critica destructiva y el individuo devuelve
a los demás el daño que ha sufrido.
Quienes abrazamos la fe cristiana, sabemos que las maldiciones generacionales tienen vigencia, es decir, los pecados pueden heredarse, las decisiones o descuidos nuestros antepasados, pueden traer la ruina de sus descendientes, a nivel de enfermedades físicas o mentales, problemas financieros, legales, adicciones. Por eso es importante explorar la vida de los antepasados, para romper esas ataduras y así salvaguardar la vida y el destino de las nuevas generaciones que dependen de nosotros.
Los conflictos en el mundo externo, son producto de un
conflicto en el fuero interno de una persona que no logra la paz. El individuo se
encuentra en una tribulación constante que no logra ni se propone sofocar. Es muy cierto que
el que es feliz no critica, no envidia, no juzga, no se muere por ser centro de
atención, no reclama consideraciones,
antes bien manifiesta gratitud por los bienes que goza.
Hay muchas adicciones que son destructivas y que tienen efectos devastadores en nuestro entorno laboral, familiar o comunitario: las drogas, la pornografía, los juegos de azar, el alcohol, el libertinaje, el ocio. Para el caso, de todos es sabido que el alcohol es un disolvente magnífico, disuelve parejas, hogares, cuentas bancarias, trabajos, neuronas, pero ¡Nunca problemas! El adicto siembra en su hogar miseria, miedo, ruina, vergüenza, traumas, puede desbaratar con sus desvaríos la vida de sus descendientes y de su pareja.
Pepe Mujica (1935-2025), el expresidente uruguayo famoso por sus mensajes morales, por sus denuncias al consumismo y por llevar una vida austera, alejado de la pompa y el glamour del poder, estuvo preso de 1972 a 1985 por su militancia en el grupo guerrillero Tupamaro, sufriendo condiciones extremas de maltrato. Pero al asumir el poder pregonó una filosofía de conciliación y perdón, es decir no devolvió las afrentas que recibió en prisión.
Ya en el nuevo siglo me estremeció la tonada “El recuento de
los daños”, interpretada por Gloria Trevi después de su paso por ese infierno
llamado cárcel. Advierto como las promesas o las ofertas incumplidas de amor
imperecedero, pueden tornarse en un verdadero holocausto, en una deuda
impagable de amor. Recuerdo que no debo despertar amor en una mujer que no
tengo intenciones de amar, porque de alguna manera las expectativas
insatisfechas asesinan espiritualmente.
De los pasos que más he meditado en Alcohólicos Anónimos, es
justamente el inventario de los daños y su ulterior reparación, que constituyen
los pasos cuatro y diez. Hay que evaluar los daños que provocamos a terceros
con el orgullo, el falso testimonio, la calumnia, la desobediencia, la
avaricia, la mentira, la falta de honradez, la lascivia, la gula, la pereza,
son conductas que laceran al que las cultiva, pero que causan perjuicios reales
o potenciales a otras personas que eventualmente son víctimas inocentes de
nuestros desatinos.
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