Por Joaquín Rivera Larios
La Biblia en Proverbios 18: 21 dice: “Muerte y vida están en poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto.” Y Mateo 12: 37 refiere: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” La palabra puede provocar satisfacción, contentamiento, motivación, o puede ser fuente de destrucción, muerte o disensión. Hay que administrar las palabras con prudencia o discreción, cuidándonos de las consecuencias de las mismas.
Es bueno reparar en las consecuencias o efectos de las
palabras, meditar bien lo que se dice y el alcance que éstas pueden tener,
tanto para el emisor como para el receptor del mensaje. Las palabras así como
pueden llevar motivación, aliento, pueden herir, pueden generar daños morales
irreparables.
Las palabras sacan a relucir nuestro carácter, entendido éste,
entre muchas otras acepciones, como el estado de ánimo usual de una persona,
temperamento. Aquellas ponen en evidencia si estamos de mal humor o felices, si
somos amables o generosos, si nos domina la amargura, la envidia o la depresión,
si somos pacientes, tolerantes o empáticos. Si somos optimistas o pesimistas.
Es decir, no siempre pasan de largo sin generar repercusión
como lo sugiere la cantante ítalo-argentina Silvana di Lorenzo (Buenos Aires,
1952) en la famosa canción "Palabras, Palabras" (1972).
La Biblia aconseja quien cuida su boca, cuida su alma. Al
respecto, Abraham Lincoln (1809-1865) dijo: “Medir las palabras no es
necesariamente endulzar su expresión, sino haber previsto y aceptado las
consecuencias de ellas”.
Muchas veces percibimos las palabras como cosas vanas,
superfluas, pero las palabras bien dichas, pueden generar cambios de visión, de
percepción y cambios de conducta, pueden generar cambios culturales que a su
vez propicien cambios estructurales. John F. Kennedy (1917-1963), al referirse
a la importancia de los discursos, dijo: “Las palabras pueden hacer algo más
que expresar política. También pueden expresar y crear un ánimo, una actitud,
una atmósfera o un despertar”.
A veces utilizamos contra nosotros mismos un lenguaje
ofensivo, soez, nos decimos tontos, inútiles, buenos para nada, y nosotros
mismos con nuestra actitud saboteamos nuestros planes o sueños, hacemos declaraciones
negativas, le damos la razón a nuestros detractores. Debemos manejar un dialogo
interior positivo y optimista que incremente nuestra energía para enfrentar los
retos de la vida.
Para los conquistadores y seductores de profesión, he aquí
un excelente consejo de Isabel Allende, la escritora chilena: “Para las mujeres
el mejor afrodisíaco son las palabras, el punto G está en los -oídos, el que
busque más abajo está perdiendo el tiempo”.
Un discurso que recuerdo con frecuencia es “Yo tengo un
sueño” de Martin Luther King (1929-1968) pronunciado en Washington el 28 de agosto de 1963,
al final de una marcha multitudinaria, una elocución muy poética e inspiradora en el
que denuncia la opresión, la discriminación, la esclavitud que sufría la
población afrodescendiente. Luther King destaca la libertad, la justicia y la
fraternidad que deben reinar en la humanidad.
Me impacto de manera particular la frase : “Yo tengo el
sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no
serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.
¡Yo tengo un sueño hoy!” Me trae a la
memoria aquella idea que los globos no se elevan por su color, se elevan por su
contenido.
Otro pieza retórica breve, pero fascinante es el “Discurso de Gettysburd”,
pronunciado por Abraham Lincoln el 19 de noviembre de 1963, en el que destaca
el legado de valor, patriotismo y heroísmo de los que pelearon batallas épicas
durante la guerra de secesión (1861-1865), enfatizando que quienes
sobrevivieron deben defender los ideales que enaltecieron los caídos. Al final
cierra diciendo que solo así el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el
pueblo no desaparecerá de la faz de la tierra.
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