Por Joaquín Rivera Larios
El amor es
una fuerza poderosa que nos estremece, nos domina, nos empuja a hacer el bien,
y a veces se desborda en pasiones, si la razón no ejerce su rol contralor. Si
nos aferramos a él, nos alimentaremos de esperanza, de luz que ilumina tanto al
dador como al receptor. En ocasiones se combina con la benevolencia, la
paciencia o la atracción.
Hace que
aflore lo mejor de nosotros, despierta nuestros más caros anhelos, activa
nuestros dones para ponerlos en función de los demás y nos proyecta a la
excelencia. Es artífice de la alegría, emisario de la felicidad, fabricante de
sueños, disolvente de penas e impulsor de nuevas realidades.
Con
frecuencia el cerebro no logra racionalizar cuando llega o cuando se va, no
logra controlar la energía que irradia, como decía Alejandro Jaén en su canción
“Escápate” popularizada por Jorge Muñiz: “Nadie sabe dónde está el amor/ ni
cuál es su color/nadie sabe cuándo llega/ ni cuándo se va/yo tampoco nada se de
amor/ pero anoche no dormí/es que desde conocí, solo pienso en ti…”
El letrista Jaén tenía razón cuando dice que nadie sabe dónde ésta y cuál es su color, porque es un sentimiento complejo, difícil de diseccionar por medio de la razón, que tiene muchas aristas y manifestaciones, que van desde el amor romántico que conlleva pasiones y deseo de intimidad a la devoción del amor religioso, pasando por la proximidad asexual del amor familiar y el amor platónico.
Por más grande que sea la capacidad de conquista o el poder de atracción que una persona pueda tener, siempre tendrá un amor ideal o utópico al que no logre acceder, una relación deseada que no pueda concretar físicamente, y que se queda en el plano de la contemplación.
Nos enredamos en dogmas, en discusiones teológicas o doctrinarias, en juicios y prejuicios y olvidamos que la esencia de la fe cristiana es el amor ágape, aquella entrega a los demás desinteresada, profunda, incondicional, que no espera nada a cambio. El amor no solo es un mandato es lo que da sentido y contenido a la vida, es lo que permite que dejemos un legado espiritual valioso al cierre de nuestra existencia.
Mientras
algunos apuntan a la razón, la lógica o la supervivencia como la fuerza motriz
que impulsa la existencia, la energía que apalanca la creación y da
sostenibilidad al cosmos, existe una
corriente que reconoce una fuerza mucho más profunda y poderosa: el amor. Es tan
dominante esta fuerza que es uno de los temas más recurrentes en la música, el
cine, la literatura.
Uno de los
escollos que nos impide amar es la idea que este sentimiento debe ser
selectivo, solo son merecedores de él aquellos seres que hacen gala de ciertos
atributos, aquellos que tienen dones para darse a querer. Quizá lo que más nos
impide entregarnos es la manía de juzgar a otros, de culparlos de sus tropiezos
o de su situación. Recuerdo una frase de Abraham Lincoln: "Sin malicia
para ninguno, con caridad para todos".
Hay muchas
canciones que hacen del amor el tema central, recuerdo "Una apuesta por el
amor" de Lola Flores, "Que más da", del cantautor argentino
Ricardo Ceratto, "Amar o morir" interpretada por Danny Rivera. No sé
por qué pero siempre endulza mis oídos el estribillo de esta última tonada:
"Amar o morir, el amor es el alma de todo/....hay de aquel que en la vida
está solo/ sin que nadie respire con él/ amar o morir no existe otro
modo".
La
bellísima y encantadora Lucero se
preguntaba en una primorosa tonada que fue tema de telenovela, quién sabe
cuándo llega el amor, si llega solitario, si viene herido y busca un beso. No
sabemos si pueda estar a la vuelta de la esquina o brotar de la persona menos
pensada o yacer en un remoto lugar, lo importante es no perder la fe, la
determinación y cuidar nuestro jardín interior para poderlo atraer con la magia
que comunican los dones.
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